Una Vida

Una Vida

by Ednita Nazario
Una Vida

Una Vida

by Ednita Nazario

Paperback(Spanish-language Edition)

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Overview

“Ednita siempre ha sido la “gran dama” que nos señaló el camino, con un espíritu de innovación, tenacidad y entendiendo lo que es la música actual”.
—Ricky Martin
 
Pocos cantantes han sido capaces de generar el interés internacional y multigeneracional del que ha disfrutado la artista Ednita Nazario. Una de las estrellas del pop latino más admiradas y con más grabaciones que han resultado en hits, es reconocida por su riqueza vocal y su magnética presencia en los escenarios.
 
En estas páginas Ednita, la diva más amada de Puerto Rico, por primera vez abre su corazón narrando su vida entera, con detalles nunca antes revelados al público. Desde sus humildes comienzos en Ponce, pasando por la pérdida de su gran amor, la bancarrota emocional y financiera y finalmente el regreso al estrellato. Ednita nos abre su corazón y su historia con absoluta sinceridad y transparencia, desde los momentos más felices de su vida hasta los más desgarradores. Una historia de inspiración, amor, familia: esta es Ednita Nazario con toda la pasión y el talento que la han convertido en una de las estrellas más celebradas de nuestra era.

Product Details

ISBN-13: 9780399583001
Publisher: Penguin Publishing Group
Publication date: 04/25/2017
Edition description: Spanish-language Edition
Pages: 256
Product dimensions: 5.90(w) x 8.90(h) x 0.80(d)
Language: Spanish

About the Author

Ednita Nazario nació en Ponce, Puerto Rico e inició su carrera musical a la tierna edad de los seis años y ha continuado este viaje con numerosos álbumes Platino, Oro y Top Ten, tanto en el mercado nacional como en el codiciado mercado internacional. Ha realizado largos tours por los Estados Unidos, América Latina y Europa. Nazario ha sido galardonada con importantes distinciones como los Billboard Awards y nominaciones a los Grammy, el premio ASCAP al Artista Más Influyente y Excelente, el Premio Música en su Puerto Rico natal, entre otros. Nazario apareció en Broadway en The Capeman de Paul Simon, lo que le valió un Theatre World Award y una nominación del Drama Desk Awards. En 2016 recibió el Lifetime Achievement Award en los prestigiosos Grammys Latinos por el total de su obra y su excelencia en la industria musical.

Read an Excerpt

1

EL COMIENZO

Mi madre alguna vez me dijo que yo había llegado al mundo para salvar a mi papá. Me contó que cuando yo era bebita, a veces encontraba a Papi tendido a mi lado en la cama, diciéndome: «Tú me vas a salvar, tú me vas a salvar». Papi era un hombre muy sociable y amiguero, pero también sufrió de depresión durante su vida, y aunque la tenía muy controlada, padeció un par de momentos difíciles, uno de ellos cuando yo nací.

Según mi mamá, yo le di nuevo ímpetu a Papi. Era su primera nena, una nueva y gran responsabilidad, y no me iba a defraudar. Así fue. Quizás yo salvé a Papi, pero él también me salvó a mí, no sólo de chiquita, sino también muchos, muchos años después, cuando creí haberlo perdido todo.

Yo nací en Ponce, la segunda ciudad más importante de Puerto Rico, en el sur de la isla. Es una ciudad grande, bella, conservadora, arraigada a sus costumbres y su cultura, muy orgullosa de sus raíces. Dicen que Ponce es Ponce y lo demás es parking. No sabría decir de dónde viene el dicho, pero los que nacimos ahí, lo aprendemos desde la cuna. Es una ciudad con mucha historia y mucha cultura ya que el primer museo de arte moderno importante de Puerto Rico se hizo en Ponce. Gente muy ilustre ha salido de allí: escritores, deportistas, artistas plásticos, beisbolistas de las grandes ligas, políticos destacados,cientificos y, por supuesto, músicos reconocidos por el mundo entero. Ponce es como todo Puerto Rico: se respira música por todas partes. Desde que naces, vives cantando, tocando algún instrumento o bailando. La música es parte de nuestra identidad...

En mi familia somos cuatro hijos: Tito, el mayor; Alberto, el segundo y más cercano a mí en edad; luego nací yo y después vino el menor, Frank, o Pancho, como le decimos cariñosamente. Yo era la única mujer. Nací de sorpresa, casi por equivocación, después de que mis padres ya habían criado a Tito y Alberto y daban por «cerrado» el capitulo de los niños. Cuando llegó Pancho, el consentido, estaban resignados a que podrían venir más hijos y su llegada fue sorpresiva pero feliz. Alberto y Tito nacieron en Mayagüez. Frank y yo nacimos en Ponce, durante la segunda etapa del matrimonio de mis papás. Allí nos criamos los cuatro.

Papi y Mami se conocían desde pequeños. Eran de origen humilde pero siempre se esforzaron mucho para progresar. Nunca sentí que no tuviésemos dinero o que algo nos faltara, pero ricos, no éramos. Papi se llamaba Domingo , y trabajaba en la Autoridad de Energía Eléctrica. Era el supervisor de seguridad de la compañía y por su trabajo se la pasaba «puebleando». Viajaba para supervisar los proyectos de iluminación y tendidos de cables eléctricos de la zona sur del país.

 Mami se llamaba Gudelia, pero casi todo el mundo le decía doña Gudy. Era la segunda de cuatro hermanos y se casó muy joven, de sólo diecinueve años. Mami trabajó toda su vida, mayormente de secretaria en oficinas, y de hecho estuvo mucho tiempo en la Autoridad de Hogares de Puerto Rico, una corporación de gobierno que asiste a familias de bajos recursos. Creo que por eso yo nunca le tuve miedo al trabajo, ni pretendí no trabajar por ser mujer. Desde que tengo uso de razón, Mami trabajó. Después que nací, tomó un puesto como secretaria del presidente de la Union Carbide, una corporación petroquímica que se instaló cerca de Ponce.

Tanto Papi como Mami venían de familias humildes y trabajadoras. Mi abuelo Ismael, el papá de mi mamá, fue mecánico de trenes. Abuelo Isma murió a los ciento y pico de años. Era un personaje de esos que conoce todo el mundo, y en su barrio era muy popular.

Era muy bajito, de tez trigueña y ojos azules. Parecía moro. Nunca supe si era oscuro por el sol o porque ese era su color. Siempre estaba impecablemente vestido, con su camisa blanca almidonada y su sombrero de Panamá. Recuerdo acercarnos a su casa, una casita humilde de madera, y verlo sentado ahí, en su balcón dándose un traguito o tocando su guitarra.

Las visitas a casa de mi abuelo Ismael eran memorables porque en su finca teníamos la oportunidad de ver animales que no veíamos en Ponce. Él vivía en Mayagüez, en una finca muy grande que aunque no era de su propiedad; trabajaba para los dueños y lo dejaban vivir ahí. Tenía cerditos, patitos, conejos, vacas, cabras, pollos y ni me acuerdo cuántos animales más. Nos encantaba ir a su casa y él disfrutaba mucho llevarnos por la finca para mostrarnos todo. Era toda una aventura porque nosotros vivíamos en la ciudad y mi abuelo hasta nos dejaba ordeñar las vacas. Era fuerte como un roble. Para ver las vacas, teníamos que bajar por una pendiente muy empinada, y nos íbamos sentados para no caernos, pero el bajaba de pie como si nada. Salíamos de su casa siempre con bolsas de frutas, verduras, y de todo lo que había cosechado por esos días.

Era un tipo muy simpático, y aunque no eran muy frecuentes las visitas, me acuerdo claramente de ir siempre para el Día del Padre, y para su cumpleaños, que era el 31 de diciembre. Su cumpleaños número cien fue muy especial. Se le hizo una fiesta espectacular con lechón a la varita, comida típica, música y toda la gente del barrio. Recuerdo que se le acercaban viejitos de ochenta años, y él me decía:

—Nena, mira estos muchachos, yo los crié.

—Abuelo, ¡ese no es ningún muchacho! —le decía yo. Pero para él, sí, Los vio crecer desde chiquitos, y aunque hoy fuesen ancianos, en sus ojos seguían siendo niños. Fue un cumpleaños muy pintoresco.

Años después, me hicieron muchas historias de ese abuelo tan singular: que era picaflor, que a veces salía los viernes y volvía los lunes, que se disfrutaba su traguito, tal vez demasiado. Pero era el músico de la familia y le gustaba cantar y tocar la guitarra, y a mí, todo el que hiciera música me encantaba. Por eso creo que siempre nos llevamos tan bien.

 Abuelo vivía en la finca con su segunda esposa. Se había divorciado de mi abuela muchos años antes de que yo naciera. En esa época no era común divorciarse y guardaba un estigma muy fuerte. Pero mis abuelos no se llevaban bien, a tal grado que mi mamá y sus hermanas intercedieron para que se divorciaran, porque no era un matrimonio feliz.

Mami mudó a mi abuela a Ponce para tenerla cerca y cuidarla. Vivía a cinco casas de la nuestra y velaba por nosotros mientras Mami y Papi trabajaban. Nos consentía mucho. Se llamaba María de Jesús —le decían Chuíta— y era la luz de mis ojos.

Mi abuela era muy flaquita, de pelo rubio, ojos verdes y muy, muy cariñosa. Insistía en que yo estaba muy flaca, que no era verdad, pero para ella todos estábamos flacos. Por eso, cuando llegábamos del colegio nos preparaba una bebida de malta con una yema de huevo y mucha azúcar que sabía a rayos y centellas, pero según ella tenía todos los ingredientes necesarios para mantenernos saludables.

Abuela recibía la leche en unas botellas de cristal. Con esa leche preparaba una especie de natilla que nos servía con tostadas de pan criollo. Le quedaba deliciosa. A ella le fascinaban las flores. Tenía un jardín muy bonito en su casa, y de chiquita me le escapaba al patio a comerme algunas. Abuela también cantaba. Tenía una cama de caoba con un mosquitero, y acostarme ahí era como entrar en otra dimensión; era donde ella me cantaba mientras me rascaba la cabeza.

Abuelo le llevaba más de veinte años a mi abuela. Aun asi, ella murió antes, cuando yo tenía apenas diez años.

Mi abuela paterna murió muy joven también; antes de que yo naciera. Mi abuelo paterno era policía. Era un hombre parco, y muy, muy alto e imponente. Por su trabajo se ausentaba mucho de la casa y pasaba períodos largos en los distintos pueblos donde lo asignaban. Mientras estaba de viaje, otros familiares cuidaban a los hijos. Por eso la infancia de Papi fue bastante difícil. Lo criaron, como dicen, con «mano dura».

Siempre que Papi nos hablaba de su familia y de cómo creció, lo contaba con un dejo de pena y de nostalgia, porque se daba cuenta de que su padre no conocía otra forma de criar y cuidar de su familia. Lo sorprendente es que a pesar de todo lo que vivió, mi padre fuese un hombre tan cariñoso.

Nunca sentí demasiada afinidad con mi abuelo paterno y a èl lo visitábamos poco. Murió cuando yo cumplí mis trece años. Era rubio y de ojos verdes, como yo. Mi hermano Tito, el mayor, también es, de ojos claros, y Alberto y Frank son morenos. Salimos dos y dos. Como muchas familias puertorriqueñas, somos una hermosa mezcla de razas y colores.

Nuestra familia se quería mucho. Pero la distancia en aquella época se sentía más; las carreteras no eran tan buenas y aunque quisiéramos, no podíamos visitarnos con tanta frecuencia.

Papi y Mami eran los eternos enamorados. Se conocieron de niños porque vivían en el mismo barrio. Además estaban medio emparentados. Pareciera que se amaron desde siempre. Yo aún conservo los telegramas de amor que intercambiaron cuando eran novios, pautando citas y llegadas en el tren. Eran muy jovencitos y mi papá había empezado a estudiar en la universidad en San Juan, y como Mami vivía en Mayagüez, se visitaban por tren. Lo de ellos parecía una novela rosa.

Mami siempre fue una mujer muy romántica y detallista. Guardaba recuerdos de todo lo que vivía con Papi: tarjetas de amor, cartas, telegramas, flores, hasta la cuenta del hotel de su luna de miel en Barranquitas. Fueron doce dólares. Mi mamá tenía diecinueve años, y mi papá veintiuno cuando se casaron. Después de la muerte de Mami, Papi nunca volvió a casarse. Estuvieron juntos toda la vida. El único novio que tuvo mi mamá fue mi papá, y ese amor que se profesaban se respiraba en la casa. Desde mi niñez lo sentí así. Una vez le pregunté a Papi que por qué no se daba la oportunidad de casarse nuevamente. Me miró fijamente y me dijo: «Cuando me casé, yo juré amor para toda la vida, y todavía estoy vivo. Hay gente que no tiene esa suerte, porque nunca encuentran el amor. Yo sí. Y el mío es eterno».

Vivíamos en un barrio de Ponce donde casi todos los niños teníamos la misma edad y se sentía como una familia extendida. Podíamos andar libremente en la calle todo el tiempo. Llegábamos de la escuela a correr bicicletas hasta que se fuera el sol. Como yo no tenía hermanas, era muy tomboy, y mis compañeros de juego casi siempre eran varones.

Era un barrio de gente trabajadora, con casas bien pequeñitas de concreto, con lo mínimo que se necesitaba para vivir, construidas de dos en dos, en dúplex, casi todas del mismo color y tamaño. En una esquina estaba la tiendita de la cuadra, y al otro lado el parque de pelota donde me descubrieron. Era parquecito de barrio, pero para mí parecía como el Yankee Stadium. Mi colegio quedaba bastante cerca de donde yo vivía, y de pequeña mi papá nos llevaba la escuela. Ya cuando fui más grandecita, si estaba loca por llegar a la casa, me iba sola a pie, o con alguna de mis amigas del colegio que vivían cerca.

 En momentos de dificultad económica, de una forma muy sutil todo el mundo se ayudaba. Era la política de la puerta abierta: el que tenía cocinaba, y siempre se cocinaba de más para que viniera el que no tenía suficiente.

Yo me doy cuenta de las limitaciones económicas ahora, pero en aquel momento nunca sentí que nos faltara nada. No me daba cuenta de que mis papás hacían todo lo posible por pagar nuestra escuela, un colegio parroquial bilingüe donde las clases eran en inglés y en español y la directora era americana.

Pero ricos no éramos. Tal como lo veía yo, vivíamos en una calle anchísima de grandes casas y Mami mantenía la casa tan bella, tan limpia y olorosa que me sentía en un palacio. Claro, mi casa, era pequeña, y teníamos un solo baño para todos. Pero en aquel entonces yo la encontraba amplia, cómoda y preciosa.

Pero para Papi no fue fácil llegar hasta ahí. Recuerdo que una vez me contó que se puso su primer par de zapatos a los tres años. Había pocos recursos en su niñez. Pero él y Mami se educaron lo mejor que pudieron, salieron adelante y casi crecieron juntos .

Mi papá era uno de los hombres más inteligentes que he conocido en mi vida. Le encantaba la lectura y leía de todo, aunque fue autodidacta porque asistió muy poco tiempo a la universidad. Sin embargo, llegó a ser profesor, llegó a ser maestro de ingeniería eléctrica y trabajó como ingeniero eléctrico hasta que se jubiló. No terminar su carrera universitaria fue uno de sus sueños sin realizar. Pero jamás dejó de aprender, estudiar, leer todo lo que caía en sus manos, y cono cía y conversoba de cualquier tema.

Las circunstancias y responsabilidades que tuvo que enfrentar, no necesariamente propias, lo desviaron de un camino que merecía. Papi ingresó a la universidad a los dieciséis años, era académicamente brillante, pero el abuelo se volvió a casar y se fue a vivir con su nueva familia. Y a Papi, siendo adolescente, le tocó salirse de la universidad para cuidar a sus hermanos. A pesar de todo, él respetaba mucho a su padre. Creo que era su manera de perdonar la forma en que tuvo que vivir. La vida y las obligaciones lo llevaron por un rumbo que no necesariamente era el que se había trazado y por el que quería luchar. Pero me decía: «Afortunadamente, me encontré con tu mami, mi compañera, mi cómplice en ésta vida».

Cuando mi mamá quedó embarazada conmigo, mis papás ya estaban más o menos encaminados; él tenía treinta y pico de años y ella casi los treinta. Mami soñaba con tener una niña, pero ya cuando tuvo a mis dos hermanos varones estaba más que conforme. Mis hermanos la adoraban, tenían obsesión con ella, y ya iban a la escuela. Mami estaba integrada a su trabajo y enfocada en la crianza de sus hijos. Mi hermano Alberto me lleva ocho años. Él y Tito ya estaban más independientes y ella estaba, hasta cierto punto, libre de la la responsabilidad de tener un bebé en la casa. En aquella época, la cuestión de los anticonceptivos no se manejaba mucho, pero pensaba que no iba a quedar embarazada. El médico le había dicho que tenía un problema físico que lo hacía prácticamente imposible.

Ninguno de los dos planeaba tener más hijos y pasaron años sin embarazarse. Además, Papi pasaba por momentos emocionales difíciles y abrumadores. Durante uno de sus peores episodios —estaban teniendo dificultades económicas y estaba preocupado—, mi mamá quedó embarazada.

(Continues…)



Excerpted from "Una Vida"
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Copyright © 2017 Ednita Nazario.
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