Introduccion a la Consejera Pastoral

Introduccion a la Consejera Pastoral

by Jorge E Maldonado
Introduccion a la Consejera Pastoral

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by Jorge E Maldonado

Paperback(Spanish-language Edition)

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Overview

La pérdida de valores morales que llevan a considerar todo desde una perspectiva groseramente relativista; la situación social y económica tan crítica que lleva a tratar de protegernos de cualquier manera posible; el materialismo contemporáneo que nos hace creer que teniendo más cosas seremos más felices; y otros muchos aspectos similares, han provocado una crisis que se refleja y tiene sus efectos en la pareja y familia contemporánea. La sociedad ha contagiado su enfermedad a la familia. Así pues, esta unidad básica sufre los devastadores efectos del tiempo y sociedad en que nos ha tocado vivir. ¿Hay algo que se pueda hacer? ¿Hay remedio que alivie esa enfermedad? El Dr. Maldonado nos muestra que para que la familia pueda procesar cualquier situación crítica que estén viviendo y salir avante por el camino de la recuperación y el crecimiento, la mayor parte del tiempo requiere de orientación, consejo, o asesoría. Así pues, y desde la perspectiva cristiana, en este libro el Dr. Maldonado presenta los elementos básicos de la asesoría, los criterios que servirán para identificar a una familia sana e ir hacia ella, y las metas que se deben perseguir al asesorar y que servirán al asesor o consejero para promover el sano crecimiento tanto de la pareja como de la familia. Porque, a final de cuentas, la familia no es solamente el lugar donde encontramos refugio y alimento. La familia, por sobre todo, es el lugar donde nos formamos como y donde somos verdaderamente humanos y cristianos.

Product Details

ISBN-13: 9780687037261
Publisher: Abingdon Press
Publication date: 05/01/2004
Edition description: Spanish-language Edition
Pages: 150
Product dimensions: 6.00(w) x 8.90(h) x 0.40(d)

About the Author

El Dr. Jorge E. Maldonado es ecuatoriano de origen y pastor ordenado de la Iglesia del Pacto Evangélico. Recibió una licenciatura en sociología de la Universidad Central del Ecuador y su bachillerato en teología del Seminario Bíblico Latinoamericano. Sus estudios de postgrado los realizó en Ohio y California y obtuvo el grado de D. Min del fuller Theological Seminary. Actualmente es el presidente del Centro Hispano de Estudios Teológicos, y también el presidente de EIRENE-Internacional, una asociación que se dedica al entrenamiento de consejeros pastorales.

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Introductión al Asesoramiento Pastoral de la Familia


By Jorge E. Maldonado

Abingdon Press

Copyright © 2004 Abingdon Press
All rights reserved.
ISBN: 978-0-687-03726-1



CHAPTER 1

El consejo pastoral en el siglo XXI: Algunas reflexiones del camino


Recuerdo haber esperado el año 2000 con un ojo atento a mi familia y con el otro al aparato de televisión, en donde se ofrecía imágenes de algarabía y felicidad de los diversos pueblos que celebraban de manera concatenada el comienzo del nuevo milenio. Sin embargo, esas imágenes contrastaban con un sentimiento generalizado de incertidumbre y pesimismo en el ambiente. Según los historiadores, las actitudes y expectativas frente al nuevo siglo son diferentes a las de nuestros abuelos y bisabuelos cuando ellos esperaban el siglo XX. Ellos recibieron el siglo XX con optimismo, con expectación, con esperanza. Se había descubierto las vacunas y con ellas se activó la esperanza de poner fin a toda enfermedad. Se había inventado los fertilizantes y con ellos se esperaba erradicar el hambre y las guerras. Se pensaba que se había encontrado la clave del progreso, de la evolución, del desarrollo y de la felicidad.

Hoy la humanidad no es optimista. Las razones sobran. En el siglo de las luces, dos desoladoras guerras mundiales se desataron en la Europa «culta» y «cristiana»; la ciencia parece impotente ante el cáncer y el SIDA; en el país más desarrollado del mundo hay niños que tienen acceso a armas automáticas con las que matan a sus compañeros de escuela; el terrorismo amenaza al mundo entero; hay pueblos que se vuelven contra otros pueblos en guerras interminables. La gente ha perdido el optimismo, la confianza, la seguridad, la esperanza. El mundo entero parece haberse tornado pesimista, escéptico, desconfiado, sarcástico.

Vivimos una época inédita en la historia de la humanidad: la post-modernidad. Es importante notar —como lo hacen Samuel Escobar y otros autores— que en algunas partes del mundo actual se vive de forma simultánea la pre-modernidad, la modernidad y la post-modernidad. En la pre-modernidad la gente vivía en un mismo universo y pensaba más o menos lo mismo. La autoridad indiscutible era el Rey, la Iglesia, o una combinación de ambos. Los disidentes terminaban en la excomunión, en la cárcel o en la hoguera. La Ilustración y el Positivismo3 dieron origen a la edad moderna. En la modernidad, aunque no necesariamente se creían las mismas cosas, todavía se seguía compartiendo el mismo universo. En esa época surgió la creencia de que todo giraba alrededor del ser humano y que el universo podía ser conocido por medio de la razón. Por el contrario, en la post-modernidad ya no se reconoce autoridad ni razón; ya no se dan por sentado principios universales ni valores eternos; no se confía en la ciencia, ni se cree que el mundo pueda ser conocido por la razón. Podríamos decir que con la caída del muro de Berlín, en 1989, también cayeron las utopías y las ideologías, y se abrió el camino para el relativismo moral, el subjetivismo y el hedonismo. Hoy enfrentamos un mundo de experiencias subjetivas, de verdades relativas, de significados propios, de desconfianza y de ironía.

Vivimos también en un mundo globalizado y, al mismo tiempo, tribalizado. La globalización se caracteriza básicamente por la concentración del capital y el poder cada vez en menos y menos manos, por el predominio de lo material y lo tecnológico, por el control que ejerce la esfera financiera (corporaciones) sobre los estados y la sociedad en general, por la degradación del entorno natural en aras de la ganancia monetaria y por la creciente exclusión económica de pueblos enteros. El Fondo Monetario Internacional en su boletín de mayo de 1996 declaró que:

«la globalización [...] es uno de los motores principales del crecimiento [...]. Al permitir una mayor división del trabajo y un reparto más eficaz del ahorro, la globalización se traduce en un aumento de la productividad y del nivel de vida [...]. La competencia internacional eleva la calidad de la producción y aumenta su eficacia».


Estas supuestas virtudes de la economía mundial de mercado se ven desmentidas por los resultados que en realidad ha producido: Se calcula que actualmente hay 800 millones de personas sub-alimentadas; es cierto que la producción ha aumentado pero no así la distribución de los bienes ni la riqueza; el capital se presta a los ricos (el 80 por ciento de las «inversiones en el extranjero» en el año 2000 fueron hechas en Estados Unidos, Europa y Japón); la volátil inversión privada —que se mueve por la avaricia y el temor— ha producido crisis económicas en países y regiones enteras. Paralelo al proceso de globalización también ha aparecido el proceso de la «tribalización» de los grupos humanos que buscan afirmar su identidad, su pertenencia cultural, su religión, su lengua y su etnia. Esto significa que mientras la centralización se impone en el orden mundial, la diversidad y la pluralidad se abren paso como señal de vitalidad y esperanza. Mientras la competitividad y el individualismo prevalecen en la lógica del mercado global, la espiritualidad (incluso en su expresión fanática) y la comunidad se abren paso en las conciencias de los pueblos (frente a la «McWorldización» del mundo aparece también el Jihad).


El nuevo «clima terapéutico»

También han surgido nuevas maneras de ver la salud y la vida. Algunos críticos argumentan —con justa razón— que la psicología, por ejemplo, basada en las presuposiciones modernas, no hizo justicia a los asuntos de género, de etnia, de clase social. Por ejemplo, al enfocarse exclusivamente en la familia, la terapia familiar perdió de vista el impacto que las fuerzas globales, sociales y políticas estaban teniendo en la vida individual de las personas; que al ignorar las influencias multiculturales presentes en toda sociedad, los terapeutas familiares —generalmente varones blancos y de clase media— impusieron su estándar de «familia saludable» sobre el resto de la población. Las terapias de la post-modernidad rechazan la noción de que exista un universo objetivamente conocible y se resisten a creer en la capacidad del terapeuta para ser realmente neutral, imparcial y estar libre de prejuicios. También insisten en la existencia de realidades sociales múltiples, que no han sido construidas por leyes universales, sino por el consenso de la gente. Otros van aun más lejos y definen a la terapia como una aproximación colaborativa a nivel del lenguaje, entre una persona que busca ayuda y otra, el terapeuta, que viene de «la tierra del no-saber».

Los cristianos y consejeros pastorales no tienen que ver este nuevo ambiente intelectual en que vivimos de manera pesimista. Los diversos acercamientos, escuelas, teorías y técnicas en el terreno de la salud mental son —y siempre lo han sido— relativos. Las ciencias son aproximaciones a la realidad y nadie puede pretender tener la última palabra sobre el ser humano. El consejero cristiano puede decir afirmativamente que su fe y su vocación no brotan de una ideología particular ni de un marco teórico definitivo, sino de la revelación de Dios en la persona de Jesucristo según las Sagradas Escrituras. El asesor pastoral, sobre esta base, puede afirmar su vocación al servicio de la salud, la salvación, la reconciliación, la plenitud de vida que nos propone el evangelio.

Por otro lado, el hombre y la mujer de hoy están conscientes de que sus males no sólo se resuelven con la exploración de los sentimientos, o la modificación de la conducta, o el mejoramiento de los pensamientos y de sus relaciones interpersonales. También esperan de sus consejeros pastorales una palabra acertada sobre el valor eterno de su existencia, de la posibilidad del perdón y de la reconciliación, de la trascendencia moral de sus actos, de sus responsabilidades espirituales para con sus familiares y para quienes no lo son. No sólo necesitan oír sobre sus carencias, sino también sobre sus recursos; no solamente repasar sus problemas, sino también percibir sus alternativas; contar no sólo con la mano amable del consejero, sino sobre todo, y por su intermedio, con la mano poderosa de Dios.


El consejo pastoral es un ministerio de la iglesia

Desde que comencé mi carrera como consejero/terapeuta cristiano había orado para que Dios me ayudara a a estar alerta y atento, a ser sensible y oportuno, a servir con alegría y profesionalidad. Un buen día, mientras una nueva familia —que no había conocido antes— esperaba para su primera cita, me di cuenta que mi oración era muy presuntuosa. Los miembros de esta familia, antes de que los atendiera, ya habían dado varios pasos significativos para recuperar su salud. Primero, se habían dado cuenta de que tenían un problema que no podían solucionar. Ese es un paso gigantesco para comenzar a sanar, pues hay familias con problemas evidentes, que no están dispuestas a admitirlos. Segundo, habían acordado —en medio de sus conflictos— buscar ayuda; otro paso muy importante, pues hay familias que saben que necesitan ayuda pero no logran ponerse de acuerdo para buscarla. En tercer lugar, habían hecho una cita, y con ello ya habían comenzado su proceso para salir del hoyo donde estaban. Cuarto, habían llegado a mi oficina, y aunque parezca mínimo, no deja de ser relevante puesto que hay familias que piden una cita pero luego nunca aparecen. A pesar de sus trabajos y tareas escolares, allí estaban el papá, la mamá y los tres hijos jóvenes que habían logrado hacer espacio en sus horarios y que se habían coordinado para llegar juntos y a tiempo, ¡una hazaña en verdad! En quinto lugar, traían dinero para pagar la consulta. Todo ello indicaba que estaban comprometidos con este proceso, un elemento que es vital para la recuperación y la sanidad. Hasta aquí yo no había hecho absolutamente nada. ¿Quién había logrado todo eso? El Padre de misericordias, el Dios de toda consolación (2 Co. 1:3) había estado actuando en esa familia que estaba a mi puerta, al igual que lo hace en todos los casos que otros consejeros y terapeutas atienden, pues a todos Dios quiere darnos vida y ... en abundancia (Jn. 10:10). Desde ese entonces mi oración fue más humilde, menos presuntuosa. Ahora digo: «Señor, ¿en qué quieres que te ayude? ¿Cómo puedo encajar en lo que ya estás haciendo? ¿Cómo puedo ser instrumento de tu paz y de tu misericordia en esta obra que ya has comenzado?»

La iglesia no inventa los ministerios, sólo los lleva a cabo. Estos son parte de la misión total de la iglesia, y la misión de la iglesia no es otra que la misión del Padre, revelada en la vida y obra de nuestro Señor Jesucristo y manifestada con poder mediante el Espíritu Santo. De modo que todo ministerio —incluyendo el asesoramiento pastoral— tiene su origen en Dios mismo. La iglesia necesita asumir el ministerio de asesoramiento como verdaderamente pastoral. Para ello, Daniel Schipani propone que los consejeros pastorales funcionen como guías sabios en cuatro áreas prioritarias: 1) en la del discernimiento moral; 2) en la del cultivo de las relaciones maritales y familiares en el contexto de la comunidad de fe; 3) en la de mediación y reconciliación, que incluye el perdón; 4) en la de sanidad de las heridas ocasionales de la vida. Y, en especial, hay que hacer posible que los marginados, pobres y oprimidos tengan acceso a este tipo de atención.


Las fuentes del consejo pastoral

Cuando empecé a incursionar en el terreno del asesoramiento pastoral, hace más de 30 años, tomé todos los cursos ofrecidos por el departamento de Psicología Pastoral durante mi formación en el seminario. En aquel entonces, se concebía a la psicología como la ciencia encargada de orientar el trabajo del pastor en el cuidado de las almas. Así como había una psicología educativa que aplicaba los principios de la psicología al proceso de enseñanza-aprendizaje, y había una psicología industrial que aplicaba los principios de la psicología al campo del trabajo, también se proponía establecer una «psicología pastoral» que aplicara los principios de la psicología al trabajo pastoral. Al preguntarme, «¿qué es la psicología?», me di cuenta de que esta disciplina no hablaba con una sola voz autorizada y que al menos había tres corrientes que articulaban respuestas a las cuestiones relacionadas con la mente, las emociones y la conducta: el Psicoanálisis, el Conductismo y el Humanismo.

Cada una de esas corrientes y sus respectivas escuelas habían sido construidas sobre distintas bases filosóficas, utilizaban métodos de investigación particulares y esgrimían argumentos muy diferentes en cuanto a la naturaleza del ser humano, su desarrollo, sus dolores y sus curas. Es más, cada una acusaba a las otras de no ser lo suficientemente profunda, científica o humana. El psicoanálisis ganó terreno en la parte sur de América Latina: Argentina, Chile, Brasil; naciones que por razones históricas habían vivido de cara a Europa. El conductismo, que dominó en los Estados Unidos a partir de la Primera Guerra Mundial con figuras como John Watson y B. F. Skinner, ganó adeptos rápidamente en México, Centroamérica, el Caribe y la parte norte del Cono Sur. El humanismo, también conocido como la «tercera fuerza», iniciado por Abraham Maslow y otros que cuestionaban a las otras dos corrientes —por construir su cuerpo teórico a partir de sus pacientes el uno, y de los experimentos con animales el otro— afirmaba la necesidad de desarrollar una psicología humana, que tomara en cuenta su potencial y no sólo sus carencias. Al humanismo le costó más tiempo incursionar e influir en América Latina, pero finalmente lo hizo a través de muchos de los seminarios teológicos en Estados Unidos, luego del trabajo pionero de Carl Rogers.

Aunque predominaron hasta mediados del siglo XX, tanto el psicoanálisis como el conductismo habían tenido poco éxito en ganarse la simpatía de las comunidades de fe. En especial porque el psicoanálisis interpretaba a la religión como un lastre para el progreso de la humanidad y la creencia en Dios como una proyección de las necesidades infantiles no resueltas, y porque el conductismo había exagerado el papel de la psicología como la ciencia destinada no sólo a estudiar la conducta humana, sino también a predecirla y controlarla. Por ejemplo, en 1907, John Watson, uno de los principales exponentes de esta última corriente, se jactaba de que, si se lo proponía, podría producir malhechores o filántropos de lactantes sanos que estuvieran bajo su programación.

Después de la Segunda Guerra Mundial, fue con la corriente humanista, y especialmente con el acercamiento de Carl Rogers, que se tendieron puentes entre la psicología y los centros de formación ministerial en los Estados Unidos. La escuela de psicoterapia «centrada en el cliente» (y no en los intereses y la cosmovisión del terapeuta) proveyó un espacio menos amenazante en el cual se podía trabajar la integración de la psicoterapia y la fe cristiana.

Tiempo antes, sin embargo, ya se habían hecho esfuerzos por integrar la psicoterapia analítica con la fe. En Suiza, el médico-psiquiatra Paul Tournier escribió abundantemente con el intento de interpretar los fenómenos religiosos a la luz del psicoanálisis y viceversa. Algunos latinoamericanos como Jorge León y Carlos Hernández, siguieron ese camino. Jorge León inició la publicación de la revista Psicología Pastoral en Miami (Editorial Caribe) que tuvo corta vida en la década de 1980. En 1981, el pastor y misionero pentecostal Pablo Hoff escribió en español el libro El pastor como consejero, en el que integra la psicoterapia de Freud con la práctica pastoral. Se vendieron más de 50,000 ejemplares. En el Seminario Teológico Fuller de California, en donde hice mis estudios doctorales a principio de los años 1980, se ofrecían cursos orientados a integrar la psicología y la teología.

Creo que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, muchos de los autores evangélicos norteamericanos que se dedicaron a temas relacionados con el consejo pastoral —Howard Clinebell, Tim La Haye, Norman Write, Clyde Narramore, Gary Collins, Lawrence Crabb y otros— se abrieron paso entre el legado de conceptos asimilados en las escuelas psicoanalíticas, conductistas o humanistas en las que se formaron y los contenidos cristianos. Dichas corrientes psicológicas y sus respectivas escuelas reflejaban los valores y la práctica de la cultura dominante nor-occidental de la época: el relativismo moral, el narcisismo, el individualismo y su a-historicidad (es decir, estaba ausente una lectura de la realidad socio-cultural circundante). Algunos cristianos más conservadores, por considerarlas paganas y humanistas, descartaron por completo cualquier aporte que pudiera provenir de la psicología o la psiquiatría. A los cristianos que utilizaban las ciencias de la conducta los acusaron de negar la validez de la Biblia y el poder de Dios, y formaron escuelas de «consejería bíblica» para cumplir con las tareas de orientar, edificar y evangelizar que la iglesia debe llevar a cabo dentro del ministerio del asesoramiento.

Al mismo tiempo, y a partir de la década de 1980, importantes voces desde dentro del gremio de los psicoterapeutas se levantaron para señalar la urgente necesidad de tomar en cuenta las cuestiones étnicas, los asuntos de género, el trabajo con los pobres, las dimensiones espirituales y otros temas postergados por las psicologías tradicionales. En este nuevo clima de apertura y diálogo —y por medio de teólogos, consejeros cristianos y pastores— los temas que antes fueron proscritos por haber sido considerados «religiosos» o «metafísicos» se tratan con más libertad y las comunidades de fe han hecho valiosos aportes a la preservación de la salud, el mejoramiento de la vida humana y la psicoterapia en general.


(Continues...)

Excerpted from Introductión al Asesoramiento Pastoral de la Familia by Jorge E. Maldonado. Copyright © 2004 Abingdon Press. Excerpted by permission of Abingdon Press.
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Table of Contents

Contents

Prefacio,
Introducción,
I. El consejo pastoral en el sigo XXI: Algunas reflexiones del camino,
II. Algunas presuposiciones básicas: La plataforma desde la que operamos,
III. La relación de pareja: El eje de las relaciones familiares,
IV. El desarrollo conjunto de la familia: Un laberinto con sentido,
V. Familias saludables: La meta de nuestro trabajo,
Apéndices,
A. Un modelo de asesoramiento pastoral eficaz,
B. El entrenamiento de asesores familiares,
C. Bibliografía de terapia familiar en español,

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