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Chicano
Chapter One
El rugido de la locomotora emergió desde el estrecho cañón de canteras irregulares y en unos breves momentos el convoy alcanzó gran velocidad mientras los rieles caían en pendiente aguda hasta llegar al nivel del valle desierto que se extendía al frente.
Los hombres en la cabina de la máquina forzaron su vista, y brevemente, antes de que las vías alcanzaran el nivel del valle, echaron una mirada a la máquina y a las dos plataformas que a una gran distancia del convoy que ellos conducían, transportaban el destacamento de tropas que formaba la escolta de protección. En seguida, ya en el desierto, las olas del calor reverberante cortaron la visibilidad en un trecho de varios kilómetros aun cuando los rieles se extendían en un camino recto como tiro de flecha, kilómetros y kilómetros.
Los hombres intercambiaron miradas asintiendo levemente, con un poco de su ansiedad abatida ante la vista confortadora del trenecito que con sus soldados iba adelante.
Cuando el convoy se asentó en ese largo trecho de tierra desértica y maciza, antes de que trepara por la próxima cadena de montañas rocosas, el ruido de la máquina se estabilizó hasta tomar un compás monótono.
Las ruedas de los cincuenta carros caja y jaulas para ganado, todos ellos repletos de reses, estaban entre las primeras que inauguraban ese tramo de vía a través de aquello que únicamente consistía en terreno desértico y montañoso.
La región pertenecía al México norteño,en donde el sol se elevaba diariamente con horribles venganzas, permitiendo solamente a los cactus martirizados y a los abrojos sobrevivir en aquellas planicies arenosas.
Uno de los hombres que iba con la cabeza afuera de la ventanilla la metió al interior de la cabina, se limpió las lágrimas arrancadas por el viento tórrido y gritó por sobre el ruido infernal producido por la locomotora, por el vapor, las ruedas y el aire violento:
-- Debían estar más cerca de nosotros.
Con el pañuelo rojo empapado en sudor que llevaba atado al cuello, su compañero se limpió la cara tiznada.
-- No, mi amigo -- respondió también gritando para hacerse oír -- , necesitan tener tiempo para prevenirnos si es que caen en alguna emboscada..., o en algo.
Fue ese "o en algo" lo que hizo que los ojos de los hombres se quedaran sosteniendo la mirada durante un instante.
Un tercer hombre, que por el momento había terminado de arrimar carbón con la pala, se les unió. Era gordo, se cubría el cuerpo con un mono grasiento semejante al de sus compañeros; tenía un bigote enorme y los cabellos en desorden casi le cubrían las orejas. Los tres usaban camisas con mangas arremangadas hasta los hombros.
-- Fue un error construir este ferrocarril aquí. Si los yaquis no nos agarran, lo harán los bandidos. No hay ley, ni ciudad en un tramo de doscientos kilómetros, ni nada. Creo que dejaré la chamba y me largaré a los Estados Unidos -- dijo el gordo.
-- No me digas -- replicó uno de los maquinistas -- ; en los Estados Unidos no dejan que los mexicanos manejen las máquinas. Y además también ellos tienen bandidos allá.
-- No como aquí. Aquí tenemos cincuenta generalitos, cada uno con su tropa, y todos alegan que quieren liberar a México, cuando en realidad sólo asaltan y matan y roban -- dijo el fogonero.
Mirándose de soslayo y empapados por el sudor y el viento ardiente, los hombres se pasaron una bolsa de trapo llena de agua y bebieron afanosamente, rociándose el rostro y los cabellos. Después continuaron su vigilancia en las ventanillas, y el fogonero gordo regresó a su tarea de arrimar el carbón con la pala. El tren aumentó su velocidad rompiendo las cálidas olas.
Poco más de una hora después fueron sacudidos de su estado casi letárgico por la ligera disminución del ritmo de la máquina y del traqueteo de las ruedas sobre los rieles, y se dieron cuenta entonces que habían empezado a subir por la ladera que ponía fin al valle. El maquinista empujó un poco hacia adelante la palanca del acelerador y la velocidad se estabilizó durante un buen rato, pero después empezó nuevamente a disminuir su ritmo. Una vez más la palanca de la aceleración fue hacia adelante y momentos más tarde el fogonero volvía a usar su pala para atizar el carbón, pero el tren siguió moviéndose con lentitud dejando una estela gruesa de humo mientras trepaba jadeante la pendiente empinada. Culebreó subiendo a través de una cañada ancha y no muy alta, y entonces, conforme fue acercándose a la cima, tomó más velocidad. Una vez en la cumbre el maquinista aplicó el vapor en reversa a las ruedas de tracción para corregir la velocidad y el descenso fue casi tan lento como la subida. Durante unos instantes al salir de una curva fue visible el plano de un valle amplio y una vez más los hombres del convoy de ganado pudieron ver el trenecillo que los precedía con los soldados.
Chicano. Copyright © by Richard Vasquez. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.