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El Pergamino de la Seduccion
Una Novela
By Gioconda Belli HarperCollins Publishers, Inc.
Copyright © 2006 Gioconda Belli
All right reserved. ISBN: 0060833394
Capítulo Uno
Manuel dijo que me narraría la vida de Juana de Castilla y su locura de amor por su marido Felipe el Hermoso, si yo aceptaba ciertas condiciones. Era profesor de la Universidad Complutense. Su especialidad era el Renacimiento espanol. Yo aún estudiaba en la escuela secundaria. Tenía diecisiete anos y desde los trece, desde la muerte de mis padres en un accidente aereo, estaba interna en un colegio de monjas en Madrid, lejos de mi pequena patria latinoamericana.
La voz de Manuel dejaba dentro de mí un rastro denso. Era una marejada en la que flotaban rostros, muebles, cortinajes, los abalorios y rituales de tiempos perdidos.
--¿Que condiciones? --pregunte.
--Quiero que levantes con tu imaginación los escenarios que te describire, que los veas y te veas en ellos, que te sientas como Juana por unas horas. No te será fácil al principio, pero un mundo construido con palabras puede llegar a ser tan real como el haz de luz que ilumina tus manos en este momento. Está científicamente comprobado que el cerebro tiene una similar reacción cuando vemos una vela encendida con los ojos abiertos, que cuando la imaginamos con los ojos cerrados. Podemos ver connuestra mente y no sólo con los sentidos. Dentro del mundo que evocare, si aceptas mi propuesta, tú personificarás a Juana. Yo conozco los hechos, las fechas. Puedo situarte en ese tiempo, en los olores, colores y entornos de entonces. Pero en mi narración --porque soy hombre y, peor aún, historiador racional y puntilloso-- faltará --siempre me falta--lo interior. No puedo, por más que trate, imaginar lo que sentiría Juana a los dieciseis anos viajando en la nave capitana de una armada, compuesta por ciento treinta y dos embarcaciones, a casarse con Felipe el Hermoso.
--Dices que no lo conocía.
--Nunca lo había visto. Ella desembarcó en Flandes, acompanada por cinco mil hombres y dos mil damas de la corte, para encontrarse con que el prometido no la esperaba en el puerto. No puedo imaginar que sentiría. Tampoco puedo acercarme a su intimidad en el momento en que al fin se encontró con Felipe en el monasterio de Lierre y ambos se enamoraron tan furiosa, tan súbita y rotundamente que pidieron que esa misma noche les casaran para consumar un matrimonio concertado por razones de Estado.
¿Cuántas veces habría hecho Manuel referencia a ese encuentro? Le daría gusto quizás ver cómo yo me sonrojaba. Sonreí para disimular. Aunque hubiera pasado mis últimos anos en el convento, rodeada de monjas, podía imaginar la escena. Para mí no era difícil suponer lo que sentiría Juana.
--Veo que me vas entendiendo. --Sonrió Manuel--. No puedo quitarme de encima la imagen de esa joven, una de las princesas más cultas del Renacimiento que, tras heredar el trono de Espana, terminó, a los veintinueve anos, confinada en un viejo palacio hasta su muerte cuarenta y siete anos despues. La educó Beatriz Galindo «la Latina», una de las filósofas más brillantes de ese tiempo, ¿sabes?
--Triste pensar que Juana enloqueciera de celos.
--Eso dijeron. Ése es uno de los misterios que tú podrías ayudarme a desentranar.
--No veo cómo.
--Pensando como ella, poniendote en su lugar. Quiero que dejes que esta historia te inunde la conciencia. Tú tienes casi la misma edad. Tambien a ti te tocó dejar tu país y quedarte sola muy joven.
Mis abuelos me depositaron en el internado regentado por monjas en Madrid un día de septiembre de 1963. Aunque el edificio de piedra era severo y lúgubre --la fachada de altas paredes
sin ventanas, la puerta majestuosa con el escudo antiguo sobre el dintel--su sobriedad calzó perfectamente con mi estado de ánimo de entonces. Cruce el zaguán recubierto de azulejos hasta la puerta más pequena de la recepción, sintiendo que dejaba atrás los ruidos de un mundo que en nada acusó la catástrofe que de golpe puso fin a mi ninez. Ni el día ni la noche, ni el paisaje o el trajín de las ciudades, lograron registrar mi tristeza como la quietud de aquel convento en cuyo centro un pino solitario extendía su sombra sobre un mínimo jardín interior que nadie visitaba. Durante cuatro anos había vivido dócil y callada en el internado. Si bien mis companeras eran amables conmigo, mantenían una distancia prudente, influidas, creo, por la tragedia bajo cuya sombra yo había aparecido entre ellas. Las buenas intenciones de las monjas seguramente contribuyeron a mi aislamiento. Insistirían en pedirles que fueran delicadas y compasivas conmigo, que se cuidaran de no removerme las heridas o hacer que me entristeciera. Hasta preferían no hablar de sus vacaciones familiares, o su vida de hogar delante de mí. Pensarían que hablarme de sus padres haría que yo extranara a los míos. Semejantes restricciones, unidas a mi carácter más bien introvertido y a que, inicialmente al menos, yo tampoco tuve ni la menor disposición a abordar el asunto de mi repentina orfandad, limitaron drásticamente mis posibilidades de hacerme de amigas íntimas. A eso se sumaron mis altas calificaciones, que dieron pie a que las monjas me tomaran como un caso ejemplar de triunfo frente a la adversidad, sin reparar en que esto ahondaría el foso que me separaba de las demás.
--Para serte franca, no me queda claro cuál es el papel que esperas que juegue. Por supuesto que puedo especular sobre lo que sentiría Juana; pero hay una gran distancia entre ella y yo. Siglos. Somos producto de dos tiempos distintos. No veo cómo, de mis reacciones, podrás deducir las de ella.
¿Que cambiaba realmente cuando de sentimientos se trataba?, me dijo. Yo podía leer a Shakespeare, Lope de Vega, la poesía de Góngora, de Garcilaso, los libros de caballería y conmoverme con ellos. Pasaba el tiempo y cambiaban los entornos, pero la esencia de las pasiones, de las emociones, de las relaciones humanas era sorprendentemente uniforme.
--Puedes hacer esto que te pido como una obra de arte, un teatro de la historia. ¿Que hacen los novelistas, por ejemplo . . .
Continues...
Excerpted from El Pergamino de la Seduccion by Gioconda Belli Copyright © 2006 by Gioconda Belli. Excerpted by permission.
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