Discurso en defensa del talento de las mujeres

Discurso en defensa del talento de las mujeres

by Josefa Amar y Borbón
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Overview

Brillante ensayo a favor de la emancipación femenina escrito en la España del siglo XIX.

Product Details

ISBN-13: 9788498979022
Publisher: Linkgua
Publication date: 05/01/2013
Series: Pensamiento , #7
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 36
File size: 721 KB
Language: Spanish

About the Author

Josefa Amar y Borbón (1749-1833). España. Era hija del médico de cámara de Fernando VI, José Amar, y de Ignacia de Borbón; emparentada con el conde de Aranda. Se casó a los veintitrés años con Joaquín Fuentes Piquer, hombre bastante mayor que ella que murió en 1798. En 1782 fue nombrada socia de mérito de la Real Sociedad de Amigos del País de Zaragoza; en 1787 entró en la Junta de Damas, vinculada a la Real Sociedad de Madrid, y poco después en la Real Sociedad Médica de Barcelona. Se dedicó a la traducción de obras extranjeras, sobre todo científicas. Sabía latín, griego, italiano, inglés, francés, portugués, catalán y un poco de alemán. Conocía las obras de los ilustrados e ideólogos franceses y la de John Locke y fue una laica convencida. Defendió la independencia femenina mediante los discursos que escribió y pronunció entre 1786 y 1790: Discurso en defensa del talento de las mujeres (1786), Oración gratulatoria... A la junta de Señoras (1787) y Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1790); en los que proclamó la igualdad entre ambos sexos.

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Discurso en Defensa del Talento de las Mujeres y de Su Aptitud Para el Gobierno, y Otros Cargos en Que se Emplean los Hombres


By Josefa Amar y Borbón

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-902-2



CHAPTER 1

DISCURSO EN DEFENSA DEL TALENTO DE LAS MUJERES


1º Cuando Dios entregó el mundo a las disputas de los hombres, previó, que habría infinitos puntos, sobre los cuales se altercaría siempre, sin llegar a convenirse nunca. Uno de estos parece que había de ser el entendimiento de las mujeres. Por una parte los hombres buscan su aprobación, les rinden unos obsequios, que nunca se hacen entre sí; no las permiten el mando en lo público, y se le conceden absoluto en secreto; las niegan la instrucción, y después se quejan de que no la tienen: Digo las niegan, porque no hay un establecimiento público destinado para la instrucción de las mujeres, ni premio alguno que las aliente a esta empresa. Por otra parte las atribuyen casi todos los daños que suceden. Si los héroes enflaquecen su valor, si la ignorancia reina en el trato común de las gentes, si las costumbres se han corrompido, si el lujo y la profusión arruinan las familias, de todos estos daños son causa las mujeres, según se grita. Estas mismas tampoco están de acuerdo sobre su verdadera utilidad. Apetecen el obsequio y el incienso; están acostumbradas de largo tiempo a uno y a otro; pero no procuran hacerlo más sólido, mereciéndolo de veras, como sucedería, si a las gracias exteriores, y pasajeras, que ahora cultivan, uniesen las intrínsecas y duraderas.

2º A la verdad, tanto los aplausos, y obsequios de los hombres, cuanto los cargos que atribuyen a las mujeres, son una tácita confesión del entendimiento de éstas; porque de otra suerte no buscarían su aprobación, y agrado, ni las supondrían de ocasionar ningún trastorno. La influencia buena o mala de un agente en otro, incluye necesariamente virtud, y potencia en el que hace esta variación: una causa más débil, no puede mudar, ni atraer a sí la más fuerte. Con que si los vicios de las mujeres tienen tanto imperio sobre los hombres, convengamos en la igualdad física, sin negar por esto las excepciones que convienen a cada sexo.

3º Pero sin embargo de unas suposiciones tan justas, parece que todavía se disputa, sobre el talento, y capacidad de las mujeres, como se haría sobre un fenómeno nuevamente descubierto en la naturaleza, o un problema, difícil de resolver. ¿Mas qué fenómeno puede ser éste, si la mujer es tan antigua como el hombre, y ambos cuentan tantos millares de años de existencia sobre la tierra? ¿Ni qué problema después de tantas y tan singulares pruebas, como han dado las mismas mujeres de su idoneidad para todo? ¿Cómo es posible que se oigan nuevas impugnaciones sobre esta verdad? Pues ello es cierto, que se oyen, y que son de tal naturaleza, que no debemos desentendernos de ellas, porque acreditan, que no está aun decidida la cuestión.

4º No contentos los hombres con haberse reservado, los empleos, las honras, las utilidades, en una palabra, todo lo que pueden animar su aplicación y desvelo, han despojado a las mujeres hasta de la complacencia que resulta de tener un entendimiento ilustrado. Nacen, y se crían en la ignorancia absoluta: aquéllos las desprecian por esta causa, ellas llegan a persuadirse que no son capaces de otra cosa y como si tuvieran el talento en las manos, no cultivan otras habilidades que las que pueden desempeñar con estas. ¡Tanto arrastra la opinión en todas materias! Si como ésta da el principal valor en todas las mujeres a la hermosura, y el donaire, le diese a la discreción, presto las veríamos tan solícitas por adquirirla, como ahora lo están por parecer hermosas, y amables. Rectifiquen los hombres primero su estimación, es decir, aprecien las prendas, que lo merecen verdaderamente, y no duden que se reformarán los vicios de que se quejan. Entretanto no se haga causa a las mujeres, que solo cuidan de adornar el cuerpo, porque ven que éste es el idolillo, a que ellos dedican sus inciensos.

5º ¿Pero cómo se ha de esperar una mutación tan necesaria, si los mismos hombres tratan con tanta desigualdad a las mujeres? En una parte del mundo son esclavas, en la otra dependientes. Tratemos de las primeras. ¿Qué progresos podrán hacer estando rodeadas de tiranos, en lugar de compañeros? En tal estado les conviene una total ignorancia, para hacer menos pesadas sus cadenas. Si pudieran desear alguna cosa, o hacer algún esfuerzo, debería ser para que se instruyesen, y civilizasen aquellos hombres, esperando que el uso de la razón rompería los grillos, que mantiene ahora la ignorancia. La ruina de ésta, produciría la de aquella esclavitud. ¿Mas cómo compondremos el desprecio que hacen de las mujeres, éstos, que las tienen como esclavas, con la solicitud que ponen en adquirir el mayor número que pueden mantener, y con el cuidado que les cuesta el agradarlas? ¿Por qué las desechó Mahoma del paraíso, que promete a los suyos? ¿No es esto semejarlas a los brutos, que perecen, o se extinguen con la vida? Pero si tales delirios no merecen refutación, porque sería honrarlos demasiado, menos podrán citarlos nuestros contrarios, para deducir de la esclavitud en que gimen ciertas mujeres, la inferioridad de su talento. Si valiera este argumento, también se pudiera convertir contra los mismos hombres, porque entre ellos, hay unos esclavos de los otros, y no diremos por eso, que los primeros son casi irracionales. Diremos, si, que la fuerza, destruye la igualdad, y borra la semejanza de unos a otros. De poco servirá que la aptitud sea la misma en el esclavo, que en su Señor, si la opresión en que está, le impide usar de su derecho, y de su razón. Pónganse los dos en un perfecto nivel, y entonces se podrá hacer juicio recto. La violencia no puede establecer leyes universales: así sujétense en hora buena las mujeres que han nacido, y se han criado en el país de la tiranía, y de la ignorancia; la necesidad las obliga a ello por ahora, pero no pretendan degradar al sexo en general.

6º Distinta vista ofrece la situación de este, en otra gran parte del mundo. Las mujeres, lejos de tener el nombre de esclavas, son enteramente libres, y gozan de unos privilegios que se acercan al extremo de veneración. Así la Religión como las leyes, prohiben al hombre la multiplicidad de mujeres. Por este medio se fija toda la posible conformidad entre ambos sexos; y esta contribuye a que se miren mutuamente con aprecio y estimación. Aun han hecho mas los hombres en favor nuestro, porque casi se han quedado solo con el nombre de la autoridad que les dan los empleos, y las riquezas, tributando todos los hombres a las mujeres. ¡Qué generosidad! ¡Qué grandeza de ánimo, podemos exclamar aquí pero al mismo tiempo, qué contradicción! Aquí entra el estado de dependencia, que se ha indicado arriba. Los hombres instruidos y civiles, no se atreven a oprimir tan a las claras, a la otra mitad del género humano, porque no hallan insinuada semejante esclavitud en las leyes de la creación. Pero como el mandar es gustoso, han sabido arrogarse cierta superioridad de talento, o yo diría de ilustración, que por faltarle a las mujeres, parecen éstas sus inferiores. Hay pocos, que en tocándose el punto de la aptitud, y disposición intelectual, concedan a éstas, la que se requiere para ilustración del entendimiento. Saben ellas que no pueden aspirar a ningún empleo, ni recompensa pública; que sus ideas no tienen más extensión que las paredes de una casa, o de un Convento. Si esto no es bastante para sufocar el mayor talento del mundo, no sé qué otras trabas puedan buscarse. Lo cierto es, que sería mejor ignorarlo todo, y carecer hasta del conocimiento, que sufrir el estado de esclavitud o dependencia. El segundo viene a ser casi más sensible, por la contraposición de obsequio, y desprecio; de elevación, y de abatimiento; de amor y de indiferencia; cuyos afectos van unidos con la conducta que observan los hombres con las mujeres. ¿Por ventura negarán estas mismas la alternativa de halagos, y repulsas, de obsequios, y desdenes, que experimentan cada día? ¿No son hoy Jueces, y mañana reos? ¿No se las trata en un tiempo como deidades, y en otro casi como irracionales? ¿No reciben unas veces adoraciones, y homenajes, siendo su gusto la ley, su aprobación la que satisface los deseos de un escritor, la que adorna los laureles de un conquistador, y colma la gloria de un héroe? Pero no se desvanezcan por esto las mujeres, porque los mismos hombres que las tratan de esta manera, gritaran después en una Asamblea, que no tienen discernimiento, que no saben estimar las cosas buenas y sólidas, y que se dejan arrastrar de una vana y frívola apariencia.

7º Una discordancia tan notable, me ha hecho pensar muchas veces ¿qué fundamento pueden tener los hombres para la superioridad que se han arrogado, principalmente en los dotes del ánimo? La creación de unos y de otros, es la que puede dar alguna luz. ¿Pero qué descubrimos en ella? Que Dios crió a Adán, y este hecho menos luego una compañía semejante a él: cuya compañía se le concedió en la mujer. ¿Puede desearse prueba más concluyente de la igualdad y semejanza de ambos, en aquel primer estado? ¿Hay en todo esto alguna sombra de sujeción, ni dependencia de uno a otro? Es verdad, que el hombre fue criado primero, y fue criado solo, pero poco tardó en conocer, que no podía vivir sin compañera, primera imagen del matrimonio, y primera también de una perfecta Sociedad.

8º Si pasamos después a considerar lo que sucedió en la caída de nuestros primeros Padres, no hallaremos degradada a la mujer de sus facultades racionales. El abuso que de ellas hizo, fue su pecado, el de Adán, y el de toda su posteridad. ¿Mas sin disculpar este atentado, quien negará que la mujer precedió al hombre en el deseo de saber? Aquella fruta que les había sido vedada, contenía la ciencia del bien y del mal. Eva no resistió a estas tentaciones, antes persuadió a su marido, y el cometió por condescendencia el pecado, que aquélla empezó por curiosidad. Detestable curiosidad por cierto; pero la curiosidad suele ser indicio de talento, porque sin él nadie hace diligencias exquisitas para instruirse.

9º Tampoco la justa pena que se impuso a entrambos, derogó en nada sus facultades intelectuales. Si el hombre puede trabajar sin perder por eso la aptitud para las ciencias, también la sujeción de la mujer es respectiva. Debería bastarle al primero ser cabeza de familia, y estar en posesión de los empleos, sin pretender dar más extensión a su dominio. Porque aun admitido en estos casos, no siempre es prueba concluyente de superioridad de talento. Los mismos hombres, no son, ni pueden ser todos iguales. Es preciso que haya unos que manden a los otros, y sucede no pocas veces, que al de más ingenio, le toca la suerte de obedecer, y respetar al que tiene menos. Así las mujeres podrán estar sujetas en ciertos casos a los hombres, sin perder por eso la igualdad con ellos en el entendimiento.

10º Si esta igualdad se ve indicada en la creación, mejor podrá probarse por los testimonios que han dado las mismas mujeres. Es cierto, que el talento, o la inteligencia, así como es la parte superior que hay en nosotros, es también la parte incomprensible, que solo se puede conocer por los efectos. En este supuesto si los hombres acreditan su capacidad por las obras que hacen, y los raciocinios que forman, siempre que haya mujeres, que hagan otro tanto, no será temeridad igualarlos, deduciendo que unos mismos efectos suponen causas conformes. Si los ejemplos no son tan numerosos en éstas, como en aquellos, es claro que consiste en ser menos las que estudian, y menos las ocasiones, que los hombres las permiten de probar sus talentos.

11º Ninguno que esté medianamente instruido, negará que en todos tiempos, y en todos países, ha habido mujeres que han hecho progresos hasta en las ciencias más abstractas. Su historia literaria puede acompañar siempre a la de los hombres, porque cuando éstos han florecido en las letras, han tenido compañeras, e imitadoras en el otro sexo. En el tiempo que la Grecia fue sabia, contó entre otras muchas insignes, a Theano, que comentó Pitágoras, a Hiparquia, que excedió en la filosofía y matemática a Theón, su padre y maestro; a Diotima, de la cual se confesaba discípulo Sócrates. En el Lacio, se supone haber inventado Nicostrata las Letras Latinas, las cuales supieron después cultivar varias mujeres, entre otras Fabiola, Marcella y Eustequia. En Francia es largo el catálogo de literatas insignes, y cuando otras no hubiera, bastarán los nombres de la marquesa de Sebigné, de la condesa de la Fayette, y de Madama Dacier, para acreditar que se han distinguido igualmente que sus paisanos insignes. En el día continúan varias señoras, honrando su sexo con los escritos, como puede verse en la Década Epistolar de don Francisco María de Silva. En la Rusia florecen en el día las letras, pero si esta revolución tan gloriosa se debe a los esfuerzos del zar Pedro el Grande, los continúa la actual zarina Catalina II, la cual ha escrito el Códice de las Leyes, obra que no se puede alabar bastantemente, y una novela moral y sabia, dirigida a la instrucción de sus nietos: ambas obras las ha escrito en francés, cuyo Idioma posee con tal gracia y finura, a que llegan pocos de los mismos Franceses. Esta insigne mujer sería injusta, si conociendo por su misma experiencia, de cuanto es capaz su sexo, no le honrase como merece. Pero no hay que hacerla este cargo, porque premia el mérito donde quiera que le encuentra. Así se verifica en la princesa de Askoff, heroína ilustre, la cual después de haber manifestado a las tropas rusas su espíritu marcial, sabe como otra Minerva todas las ciencias, y por ello y por su numen poético, la ha elegido su Soberano para cabeza y presidenta de la Academia Real de las Ciencias de Petersburgo.

12º En España no se han distinguido menos las mujeres, en la carrera de las letras. Si se hubiera de hablar de todas, con la distinción que merecen, formarían un libro abultado. Las más acreditadas son Luisa Sigea, Francisca Nebrija, Beatriz Galindo, Isabel de Joya, Juliana Morrell, y Oliva de Sabuco. Esta última fue inventora de un nuevo sistema en la Física. También se pudiera hacer mención aquí de algunas Señoras ilustres, que honran en el día las letras, pero es tan notorio su mérito, que tengo por ocioso expresarlo en este papel. El de las mujeres en general puede verse más extensamente en la obra de Mr. Tomás, intitulada, «Ensayo sobre el carácter, costumbres y entendimiento de las mujeres», y en tantas otras como son: «mujeres ilustres, mujeres celebres; Tratado de la educación de las mujeres; El Amigo de las mujeres; Las mujeres vindicadas», etc.

13º Si se han distinguido en las letras, no han acreditado menos su prudencia en el gobierno en los negocios públicos cuya prenda es la que más se les disputa. Pero no se la disputaban tanto los antiguos cuando los lacedemonios se servían en sus acciones, del consejo de las mujeres, y nada ejecutaban sin consultarlas. Los atenienses, querían que en los asuntos que se proponían al Senado, diesen ellas su parecer, como si fueran sabios y prudentes senadores. El voto de estos dos pueblos, tan recomendables por todas circunstancias, debería decidir el pleito a favor de las mujeres, y más habiendo ellas justificado en todo tiempo este concepto, pues casi todas las que han estado en precisión de mandar pueblos enteros lo han hecho con acierto: consúltense las historias generales, y particulares para ver si en igual número de reyes, o de reinas, que han regido estados, se hallan tantos héroes, como heroínas. Tratando de éstas, merece el primer lugar Débora, porque gobernó el pueblo de Israel, porción escogida de Dios, y que como tal, debe fundar opinión para todo. Esta mujer pues, entra en el catálogo de los jueces de Israel, se sentaba como ellos a administrar justicia y acaudillaba el ejército. Gemiamira, madre de Eliogabalo, concurría al Senado a dar su parecer por su prudencia y sabiduría. Si se quieren ejemplos más modernos, todos saben la prudencia de la reina católica doña Isabel, que aunque no gobernó sola, intervino en todas las cosas grandes que se hicieron en su tiempo; en Inglaterra las dos reinas Isabel y Ana, han contribuido tanto como los reyes sabios, que allí ha habido, a extender el poder, y a hacer formidable la Gran Bretaña. En Rusia las dos Catalinas han perfeccionado el esplendor que comenzó Pedro el Grande. Y se pudieran citar otras, que en un dominio menos extenso, que los que acabamos de referir han acreditado su aptitud para el gobierno.


(Continues...)

Excerpted from Discurso en Defensa del Talento de las Mujeres y de Su Aptitud Para el Gobierno, y Otros Cargos en Que se Emplean los Hombres by Josefa Amar y Borbón. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
DISCURSO EN DEFENSA DEL TALENTO DE LAS MUJERES, 9,
LIBROS A LA CARTA, 35,

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