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Overview

Bienvenido a Tangerine. Este lugar es más raro de lo que parece.

Paul Fisher ve el mundo a través de anteojos tan gruesos que parece un insecto del espacio exterior. Pero no está tan ciego como para no ver que hay algunas cosas muy poco normales en la nueva casa de su familia, en el condado de Tangerine, Florida. ¿En dónde más un socavón se traga la escuela de la localidad, el fuego arde debajo de la tierra por años y caen rayos a la misma hora todos los días?    Con todo este caos, mezclado con el acoso constante de su hermano —quien es una estrella del fútbol americano—, acoplarse a la vida en Tangerine no es fácil para Paul. Hasta que se une al equipo de fútbol de la escuela media donde estudia. Con la ayuda de sus nuevos compañeros de equipo, Paul descubre lo que se esconde bajo la extraña superficie de su nuevo lugar de residencia. Y también obtiene el coraje para enfrentar algunos de los secretos que su familia le ha estado ocultando por demasiado tiempo.

En Tangerine, tal parece, cualquier cosa es posible.


Product Details

ISBN-13: 9780544336339
Publisher: HarperCollins
Publication date: 09/02/2014
Pages: 384
Sales rank: 257,112
Product dimensions: 7.60(w) x 5.00(h) x 1.10(d)
Language: Spanish
Age Range: 10 - 12 Years

About the Author

Edward Bloor is the author many acclaimed novels, including Tangerine, Crusader, and Story Time. A former high school teacher, he lives near Orlando, Florida.
edwardbloor.net

Read an Excerpt

Viernes 18 de agosto

Para mi mamá, la mudanza de Texas a Florida fue una operación militar, como las muchas mudanzas que llevó a cabo durante su infancia. Teníamos nuestras órdenes. Teníamos nuestras provisiones. Teníamos un horario. Si hubiera sido necesario, habríamos conducido de corrido las ochocientas millas desde nuestra vieja casa a la nueva, sin detenernos. Habríamos puesto gasolina al Volvo volando a setenta y cinco millas por hora al lado de un camión de reabastecimiento de combustible.
   Afortunadamente no fue necesario. Mi mamá había calculado que podíamos partir a las 6:00 A.M., tiempo del centro, detenernos tres veces por veinte minutos en cada ocasión, y aun así llegar a nuestro destino a las 9:00 P.M., tiempo del este.
   Supongo que debe ser un reto si eres el conductor. Pero, como es muy aburrido estar ahí sentado sin hacer nada más, me quedé dormido varias veces hasta que, en la tarde, tomamos la Interestatal 10 en algún lugar del oeste de Florida.
   El escenario era muy diferente de lo que esperaba, y miré a través de la ventana fascinado por lo que encontraba. Atravesamos varias millas de campos verdes saturados de tomates y cebollas y sandías. De repente, me llegó un deseo loco de escaparme del auto y correr por los campos hasta no poder más.
   —¿Esto es Florida? ¿Así es como se ve? —dije a mi mamá, y se rio.
   —Sí, ¿cómo pensabas que sería?
   —No lo sé. Una playa con condominios de cincuenta pisos.
   —Bueno, también es así. Florida es enorme. Vamos a vivir en un lugar que se parece más a este; todavía hay muchas granjas alrededor.
   —¿Granjas de qué? Apuesto que de tangerinas.
   —No. No muchas. Ya no. Es demasiado al norte para que crezcan árboles de cítricos. Con frecuencia hay años en los que una helada acaba con ellos. La mayor parte de quienes cultivan cítricos han vendido sus tierras a compañías constructoras.
   —¿En serio? ¿Y qué hacen las constructoras con las tierras?
   —Bueno... construyen. Hacen planes para construir comunidades con casas lindas... y escuelas... y parques industriales. Crean trabajos. Trabajos para la construcción, para la educación, para la ingeniería civil... como el de tu padre.
   Pero una vez que estuvimos más al sur y entramos al Condado de Tangerine, de hecho empezamos a ver pequeñas huertas de cítricos, y la vista era maravillosa. Eran perfectas. Miles y miles de árboles bajo el brillo rojizo de la puesta del sol, perfectamente formados, perfectamente alineados, vertical y horizontalmente, como en una cuadrícula con un millón de cuadros. Mi mamá hizo una seña.
   —Mira, ahí está el primer parque industrial.
   Miré hacia el frente y vi cómo se curvaba la autopista, a la izquierda y a la derecha, en rampas de salida en forma de espiral, como cuernos de carnero. Edificios bajos de color blanco con ventanas negras se extendían en ambas direcciones. Todos eran idénticos.
   —Esa es nuestra salida. Justo ahí —dijo mi mamá.
   Miré hacia el frente y en un cuarto de milla más adelante, vi otro par de rampas en espiral, pero no mucho más. Un polvo fino de color café se extendía sobre la autopista, apilándose como la nieve en los hombros y revolviéndose en el aire.
   Salimos de la Ruta 27, avanzamos en espiral por los cuernos de carnero y nos dirigimos al este. De pronto, el polvo fino de color café se mezcló con un humo negro y espeso.
   —¡Santo cielo! Mira eso —dijo mi mamá.
   Miré hacia donde señalaba, arriba a la izquierda, a un campo, y mi corazón se contrajo. El humo negro salía de una hoguera gigantesca de árboles. Cítricos.
   —¿Por qué hacen eso? ¿Por qué los queman?
   —Para despejar el terreno.
   —¿Por qué no mejor construyen casas con ellos? ¿O refugios para indigentes? ¿O algo?
   Mi mamá negó con la cabeza.
   —No creo que sea posible utilizarlos para la construcción. Me parece que esos árboles sólo sirven para dar frutos. —Sonrió—. Nunca oyes a alguien haciendo alarde de su mesa de comedor hecha de toronja sólida, ¿o sí?
   No le devolví la sonrisa.
   Mi mamá señaló hacia la derecha.
   —Ahí hay otro más —dijo.
   Así era. Del mismo tamaño, con las mismas llamas ondulando por los lados, el mismo humo ascendiendo. Era como una fogata texana de fútbol americano, pero nadie bailaba alrededor de ella y nadie estaba celebrando.
   Entonces, de repente, en un abrir y cerrar de ojos, pasamos de este paisaje desolador a uno alfombrado con césped verde, árboles a ambos lados del camino y jardines de flores en el centro de un camellón. Podíamos ver los techos de casas grandes y costosas asomándose en el paisaje.
   —Aquí es donde comienzan los desarrollos residenciales —dijo mi mamá—. Este de aquí se llama Manors of Coventry. ¿No son hermosos? El nuestro queda un poco más allá.
   Atravesamos las Villas at Versailles que, si acaso, parecían un poco más caras. Entonces vimos un muro gris y una serie de letras en hierro forjado que decían LAKE WINDSOR DOWNS. Pasamos las puertas de hierro y una especie de estanque. Luego hicimos un par de vueltas y nos estacionamos en un ancho camino de entrada.
   —Aquí es. Esta es nuestra casa —anunció mi mamá.
   Era grande —de dos pisos— y muy blanca, con detalles de color aguamarina, como si fuera un casco de fútbol americano de los Delfines de Miami. Una cerca nueva de madera se extendía por ambos lados y hacia la parte posterior, donde se encontraba con el gran muro gris. El muro, aparentemente, rodeaba toda la urbanización.
   La puerta del garaje se abrió con un sonido mecánico suave. Mi papá estaba de pie, adentro, con sus brazos abiertos.
   —¡Qué puntuales son! —dijo con voz fuerte—. Las pizzas llegaron hace cinco minutos.
   Mi mamá y yo nos bajamos del auto adoloridos y con hambre. Mi papá salió presionando el interruptor para cerrar la puerta del garaje. Nos rodeó con uno de sus brazos y nos llevó hacia la puerta principal, diciendo:
   —Hagamos esto de la manera correcta, ¿eh? Entremos por la puerta de invitados.
   Mi papá nos condujo por la puerta principal hacia un vestíbulo de dos pisos cubierto de mosaicos. Dimos vuelta a la izquierda y pasamos por una habitación enorme con muebles y cajas apilados por todas partes. Finalmente, llegamos a un área fuera de la cocina que tenía una pequeña mesa redonda con cuatro sillas. Erik estaba sentado en una de ellas. Saludó a mi mamá moviendo la mano con indiferencia. A mí, no me hizo caso.
   Mi mamá lo saludó con la mano mirando las cajas apiladas en la cocina.
   —En esas cajas está escrito COMEDOR—dijo a mi papá.
   —Ajá —dijo él.
   —Ajá. Bueno, escribí en ellas COMEDOR para que los trabajadores de mudanza las dejaran en el comedor.
   —OK, Erik las pondrá ahí. —Volteó hacia mí y agregó—: Erik y Paul.
   —¿Los trabajadores de mudanza rompieron algo? —preguntó mi mamá.
   —No, nada. Eran profesionales de verdad. Buenos tipos también.
   Mi mamá y yo tomamos cada quien una silla. Erik abrió la caja de pizza, tomó una rebanada y empezó a engullirla.
   —¿Qué te parece si esperas a los demás, Erik? —dijo mi mamá.
   Erik le respondió con una sonrisa tomatosa. Mi papá repartió platos de papel, servilletas y latas de refresco. Una vez que se sentó, los demás empezamos a comer.
   Por un minuto todos tuvimos la boca llena. Entonces, mi mamá dijo a mi papá:
   —Bien, ¿qué has hecho en estos días?
   —Trabajar —dijo mi papá después de limpiarse la boca—. Tratar de organizar las cosas. Tratar de reunirme con el viejo Charley Burns. —Volteó a verme—. Es un personaje. Tienes que conocerlo. Pasa la mitad de su vida en carreras de autos trucados. Adora las carreras de autos trucados.
   —¿Es decir que nunca está en la oficina? ¿No puedes reunirte con él porque no está? —dijo mi mamá.
   —Así es. No está ahí sino en Darlington o en Talladega o en Daytona.
   —¿Y está bien eso? —dijo mi mamá con preocupación.
   —No sé si está bien, pero así es. Es el jefe, él decide su horario. Me dijo que yo también puedo decidir el mío. —Volteó a ver a Erik—. Eso va a ser bueno para nosotros, podré ir al entrenamiento de fútbol americano todos los días.
   Muy bien —pensé—, una vez más. No tardó mucho mi papá en empezar a hablar de su tema favorito: el Sueño de Fútbol Americano Erik Fisher. Ya lo había escuchado antes. Demasiadas veces. Y ahora estaba a punto de escucharlo de nuevo. Traté de distraerlo preguntándole algo, cualquier cosa, pero fue demasiado rápido para mí.
   —Es una excelente oportunidad para ustedes dos, chicos. Erik tendrá la visibilidad que necesita en la prensa. El Tangerine Times está obsesionado con el fútbol americano de escuela secundaria. Y estamos ubicados muy cerca de la Universidad de Florida, ¿saben?, los Gators. De hecho, el viejo Charley es un gran aficionado de los Gators. Y la Universidad del Estado de Florida y la de Miami no están muy lejos. A estas universidades importantes les gusta reclutar chicos de Florida para sus equipos.
   Eso era todo lo que mi papá necesitaba para meterse de lleno en el Sueño de Fútbol Americano Erik Fisher.
   —¿Puedo pedir permiso para retirarme? Quiero ir a buscar mi cuarto —dije en cuanto vi una oportunidad.
   —Claro —dijo mi papá—. Subes las escaleras y tu cuarto está a la derecha. El de Erik está del otro lado. Y hay dos cuartos de invitados entre los dos, así que nunca tendrán que oírse.
   Regresé por el gran salón, subí las escaleras y di vuelta a la derecha. Tuve que forzar mi entrada al cuarto a través de una pila de cajas. Encendí la luz y vi una que tenía escrito SÁBANAS DE PAUL; la abrí e hice la cama. Luego di con la caja que tenía mi computadora. La saqué y la acomodé en el escritorio. Cuando disponía mi ropa en el armario, me topé con una caja que tenía escrito TROFEOS DE ERIK. Sentí un enojo creciente, como el de mi mamá, contra los trabajadores de mudanza por haber hecho eso. La tomé y la llevé al borde de las escaleras.
   Erik estaba de pie en el vestíbulo de entrada con la puerta entreabierta. Hablaba con un grupo de chicos —al menos dos chicas y un chico— a quienes decía que los vería más tarde.
   Coloqué la caja con cuidado y regresé de prisa a mi cuarto. Encendí la computadora, abrí mi diario y escribí hasta que dieron las once de la noche. Luego me acosté en la cama y me quedé dormido. Pero me desperté casi de inmediato porque alguien corría por el pasillo. Era Erik. Lo oí corriendo escaleras abajo, saliendo por la puerta principal y alejándose en un auto ruidoso.
   No pude dormirme de nuevo. Mi mente se aceleró como si fuera un motor y empecé a pensar en nuestra casa anterior. Luego empecé a pensar en un zombi, uno furioso. Arrastrando un pie, inclinándose a la derecha, a su ritmo. Lentamente, con seguridad, acechando la Interestatal 10.

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