Un encuentro entre Dios y el cáncer

Historias verídicas de esperanza y sanación

Un encuentro entre Dios y el cáncer es un libro que contiene poderosos testimonios acerca de pacientes con cáncer y de sus familias, quienes han sido tocados por Dios en maneras milagrosas—algunos en sus cuerpos, otros en sus mentes, pero todos en su espíritu. Este libro ofrece el inspirante testimonio de que cuando Dios y el cáncer se encuentran, el cáncer es conquistado. Ayudará e inspirará a muchas personas.

When God & Cancer Meet is a book of powerful stories about cancer patients and their families who have been touched by God in miraculous ways: some in their bodies, others in their minds, all in their spirits. This book offers inspiring testimony that when God and cancer meet, cancer is conquered.

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Un encuentro entre Dios y el cáncer

Historias verídicas de esperanza y sanación

Un encuentro entre Dios y el cáncer es un libro que contiene poderosos testimonios acerca de pacientes con cáncer y de sus familias, quienes han sido tocados por Dios en maneras milagrosas—algunos en sus cuerpos, otros en sus mentes, pero todos en su espíritu. Este libro ofrece el inspirante testimonio de que cuando Dios y el cáncer se encuentran, el cáncer es conquistado. Ayudará e inspirará a muchas personas.

When God & Cancer Meet is a book of powerful stories about cancer patients and their families who have been touched by God in miraculous ways: some in their bodies, others in their minds, all in their spirits. This book offers inspiring testimony that when God and cancer meet, cancer is conquered.

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Un encuentro entre Dios y el cáncer

Un encuentro entre Dios y el cáncer

by Lynn Eib
Un encuentro entre Dios y el cáncer

Un encuentro entre Dios y el cáncer

by Lynn Eib

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Historias verídicas de esperanza y sanación

Un encuentro entre Dios y el cáncer es un libro que contiene poderosos testimonios acerca de pacientes con cáncer y de sus familias, quienes han sido tocados por Dios en maneras milagrosas—algunos en sus cuerpos, otros en sus mentes, pero todos en su espíritu. Este libro ofrece el inspirante testimonio de que cuando Dios y el cáncer se encuentran, el cáncer es conquistado. Ayudará e inspirará a muchas personas.

When God & Cancer Meet is a book of powerful stories about cancer patients and their families who have been touched by God in miraculous ways: some in their bodies, others in their minds, all in their spirits. This book offers inspiring testimony that when God and cancer meet, cancer is conquered.


Product Details

ISBN-13: 9781414367415
Publisher: Tyndale House Publishers
Publication date: 07/01/2012
Pages: 208
Product dimensions: 5.80(w) x 8.60(h) x 0.60(d)
Language: Spanish

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un encuentro entre Dios y el cáncer

Historias verídicas de esperanza y sanidad
By Lynn Eib

Tyndale House Publishers, Inc.

Copyright © 2012 Lynn Eib
All right reserved.

ISBN: 978-1-4143-6741-5


Chapter One

Mi historia

"Dios, estás cometiendo un error muy grande."

Si usted me hubiera visto aquella mañana a fines del mes de junio de 1990, hubiera pensado que yo era el vivo retrato de una persona muy saludable. Vestida de amarillo pálido, con mi cabello castaño que me llegaba hasta la cintura y que brillaba en el sol del verano, y con mi sonrisa que rebosaba la profunda felicidad que sentía, estaba segura de que la colonoscopía iba a confirmar solo un diagnóstico de colitis ulcerativa.

Después de todo, solo tenía treinta y seis años de edad, y no fumaba ni bebía. Había sido disciplinada ejercitándome en forma constante por varios años y era fanática de las comidas saludables. Había atribuido la sangre que vi en mis heces de vez en cuando a una hemorroide previa, resultado del embarazo, y de la irregularidad ocasional de mis evacuaciones por algo que había comido.

Sin embargo, cuando el gastroenterólogo se paró al lado de mi camilla en la sala de cirugía ambulatoria con el resultado del procedimiento, tanto mi esposo, Ralph, como yo supimos inmediatamente que algo no estaba bien.

—Encontramos un tumor —dijo simplemente.

Con esas tres palabras, el mundo se me vino abajo. Hubo una pausa que pareció eterna en la que nadie habló y nadie miró a otra persona.

—¿Cree que es cáncer? —solté finalmente.

El doctor asintió con la cabeza y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Todavía puedo ver el rostro pálido de Ralph mientras estaba parado al pie de la camilla del hospital. Esta era su peor pesadilla vuelta a revivir. Hacía unos veinte años, cuando Ralph recién se había casado, un médico le había diagnosticado a su primera esposa la enfermedad esclerosis lateral amiotrófica (conocida como la enfermedad de Lou Gehrig), que es incurable.

"¡No!" grité una y otra vez, como si de alguna forma la fuerza de mis palabras pudiera hacer que esa pesadilla no fuera verdad. Sollocé y sollocé, hasta que me hiperventilé. El médico le hizo señas a la enfermera para que me administrara más sedativos intravenosos. Yo pensaba en que las enfermeras irían a sus hogares esa noche y les hablarían a sus familias sobre la paciente que perdió los estribos ese día.

No obstante, en realidad no me importaba lo que ellas pudieran pensar. Después de todo, yo era la que tenía cáncer y llorar era la única forma en que podía expresar mis sentimientos en ese momento: por mí, por nuestras tres hijas y por mi esposo. Aunque, como periodista, las palabras son mi fuerte, no había palabra alguna que pudiera capturar ese momento. Totalmente agobiada y devastada eran palabras muy suaves. Era como si alguien me hubiera pegado con un ladrillo entre los ojos y yo temiera reaccionar por miedo a que me golpearan de nuevo.

Nunca había pensado en el cáncer. Nadie en mi familia cercana y ninguno de nuestros muchos parientes no tan cercanos había luchado contra esa terrible enfermedad. Algunas de mis amigas parecían estar constantemente preocupadas por la posibilidad de enfermarse de cáncer, incluyendo a una de ellas que me llamaba a menudo para contarme la historia del "bulto del mes."

Sin embargo, yo no. Yo estaba segura de que eso no me iba a pasar a mí. Las personas que tienen cáncer se ven enfermas, o por lo menos se sienten enfermas, ¿no es así? Además, después de todo lo que Ralph Mi historia: "Dios, estás cometiendo un error muy grande." había sufrido en el pasado, ¿podía una enfermedad tan seria atacar a su otra esposa? La ley de las probabilidades decía que no. ¿No es verdad?

—¿Tiene un cirujano? —me preguntó el gastroenterólogo.

—No —le dije entre dientes. ¿Tiene la gente cirujanos de la misma forma en que tiene peluqueros?—. No, solo he estado en el hospital cuando tuve a mis hijas.

Él me dijo que haría los arreglos para que yo consultara a un cirujano.

El viaje de media hora en automóvil hasta nuestro hogar fue el más largo y silencioso de nuestros dieciséis años de casados. Mi esposo no podría haber dicho nada que me hiciera sentir mejor, a menos que me hubiera dicho que todo había sido un terrible error y que el diagnóstico estaba equivocado.

Cinco días después, un cirujano me operó; extirpó el tumor y una parte del colon. Me dijeron que si el cáncer había sido descubierto en su etapa inicial, se me consideraría sanada y no requeriría ningún otro tratamiento; pero que si se había extendido a los nódulos linfáticos o más allá, tendría, en el mejor de los casos, 50 por ciento de posibilidades de sobrevivir con ayuda de la quimioterapia y/o de la radiación.

Le rogué a Dios que mi caso fuera la primera posibilidad. En forma interminable le expliqué por qué eso sería mucho mejor.

Tres días después, a las 7:00 de la mañana, el cirujano y el médico interno me trajeron el informe patológico. Me di cuenta por la forma en la que actuaban de que las noticias no eran buenas. Estaban de pie, apoyados en la pared de la sala que estaba al pie de mi cama, tan lejos de mí como podrían estar, pero aún dentro de la misma sala.

"Encontramos cáncer en cinco de los veinte nódulos linfáticos," explicó el cirujano con tono impersonal. "Usted va a necesitar quimioterapia y radiación."

Lloré otra vez, pero nadie se acercó a mí para consolarme.

"¿Conoce a alguien que haya recibido quimioterapia?" me preguntó el médico tratando de buscar palabras para continuar la conversación.

Asentí con la cabeza, recordando a una jovencita de catorce años de edad que había muerto de cáncer a los huesos y a una joven madre que había muerto de un tumor cerebral. Las imágenes de ellas me inundaron la mente. Otra vez me hiperventilé.

Aun así, ninguno de los médicos se acercó a mí, sino que el cirujano llamó a una enfermera para que me ayudara a respirar en una pequeña bolsa de papel. Cómo hubiera querido que por lo menos el médico me hubiera tomado la mano por un instante, o que me hubiera dado unas palmaditas en el hombro y me hubiera dicho que esa no era una sentencia de muerte automática.

"¿Quiere que llame a su esposo?" me preguntó el médico que todavía estaba al pie de mi cama. Asentí con la cabeza entre sollozos, tratando de respirar en la pequeña bolsa de papel.

Sentí un miedo horrible. Necesitaba a Ralph desesperadamente, pero por cualquiera que haya sido la razón, el cirujano no lo llamó. Así que por tres horas estuve acostada en esa sala pensando en cómo me sentiría cuando me pusieran la quimioterapia en forma intravenosa. Tuve una pequeña conversación conmigo misma mientras trataba de controlar el llanto.

Trata de calmarte, le dijo mi cabeza a mi corazón. ¿A qué le tienes tanto miedo? ¿A sentir náuseas y a vomitar? Estuviste enferma noche y día durante seis meses las tres veces en que estuviste embarazada. ¿A las ampollas en la boca? Has tenido ampollas en la boca antes. ¿A las agujas? Tú no les tienes miedo. ¿A perder el cabello? Te va a volver a crecer. No seas tan vanidosa, me decía el cerebro como si fuera algo natural, pero el corazón no lo creía. Lloré más intensamente mientras me acariciaba el cabello que no quería perder.

Sí, eso es a lo que le tengo miedo, admití. No quiero que mi esposo y mis hijas me vean enferma. No puedo imaginar ver que se me cae el cabello. No me gustó la vanidad de mis sentimientos, pero así es como me sentí.

Finalmente, a las 10:00 de la mañana llamé a Ralph. Temblaba tanto que mi voz era apenas audible y él me pedía una y otra vez que le repitiera lo que le estaba diciendo.

"Es malo," le dije. "Te necesito ahora mismo."

No pude lograr que mis labios pronunciaran la palabra quimioterapia. El temor de enfrentarla era peor para mí que el shock inicial de saber que tenía cáncer.

Ralph llegó muy pronto. Cerca del mediodía el cirujano entró a la sala y me dijo que había tratado de llamar a mi esposo, pero que nadie había contestado el teléfono. "A propósito," agregó él, "¿le mencioné que no se le va a caer el cabello con la quimioterapia?"

Yo no supe si darle un abrazo o una bofetada.

Ya fuera que me quedara calva o no, esta pesadilla no iba a desaparecer. Me consumieron los pensamientos de morir. Casi todas las preguntas personales me hacían llorar, especialmente las que me recordaban a nuestras hijas, que entonces tenían ocho, diez y doce años de edad. ¿Las veré crecer? ¿Cómo se las van a arreglar sin mí?

Acostada en aquella cama, tuve mucho tiempo para hablar con Dios, quien yo creía que había cometido un gran error en mi vida, y se lo dije bien claro. Yo conocía la promesa de la Biblia en Romanos 8:28 que dice: "Sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de los que lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos," pero también sabía que esa promesa a veces toma un tiempo para cumplirse y yo no estaba interesada en esperar tanto. Le dije a Dios que yo no quería que hiciera algo bueno de la pesadilla que se estaba desarrollando delante de mis ojos. En cambio, quería que la quitara de mi vida.

"Estás cometiendo un error muy grande," le dije furiosa. "No hay absolutamente nada que tú puedas hacer para compensar por esto, porque es demasiado terrible. Tampoco creas que vas a ayudarme a superar esto de alguna manera para que yo vaya a ministrar a pacientes con cáncer, porque ¡no lo voy a hacer!"

Creo que tal vez él se haya sonreído conmigo como lo hace una madre con un niño rebelde, a la hora de acostarse.

Tres semanas después de la operación, comencé la quimioterapia con el doctor Marc Hirsh, que es oncólogo en la ciudad de Hanover, Pennsylvania. Yo había conocido al doctor Hirsh el verano pasado cuando visitó la iglesia que pastorea mi esposo. Recientemente, nos habíamos contactado de nuevo cuando yo escribí un artículo para el periódico local sobre un nuevo grupo de apoyo para pacientes con cáncer en el hospital. Yo sabía que él era judío mesiánico, es decir, un judío que cree en Jesús (Yeshua) como el Mesías prometido.

Yo quería al doctor Hirsh y a su fe en mi grupo de curación. No tenía idea de que algún día iría a trabajar en su equipo de sanidad ... pero me estoy adelantando a mi historia.

Nunca había tenido problema con las agujas de las inyecciones, pero las agujas que se usan en la quimioterapia son otro cantar. Las venas se me movían y la enfermera las buscaba con la aguja dentro de mi brazo. Me sentía enferma aun antes de que comenzaran a darme el tratamiento. La combinación de medicamentos que me daban no era tan tóxica como la mayoría de los tratamientos de quimioterapia. Me dijeron que por lo general pasaban semanas antes de que los pacientes sintieran los efectos secundarios.

Sin embargo, eso no fue cierto conmigo.

Me sentí enferma desde el principio, pero el medicamento para las náuseas me daba tanto sueño que yo no podía funcionar, por lo que elegí no tomarlo y sentirme enferma. (Gracias a Dios, ¡ahora hay medicamentos para las náuseas que no causan somnolencia!)

Me salieron ampollas en la boca. Sentía una fatiga terrible. No le sentía el gusto a ninguna comida. Perdí nueve kilos.

Incluso el agua me daba náuseas y el aire de afuera olía tan mal a veces que me tenía que tapar la nariz en cuanto salía de la casa.

Además de todo eso, era alérgica al medicamento principal. Constantemente me destilaba la nariz y los ojos me lloraban muchísimo. (La quimioterapia me dejó cicatrices tan severas en los conductos lacrimales que hasta el día de hoy mi ojo derecho continúa lagrimeando a pesar de las dos operaciones que me hicieron para corregir el problema.)

Las palmas de las manos y las plantas de los pies se me pusieron rojas como el fuego y sentía como si se me estuvieran quemando.

Las coyunturas se me hincharon tanto que apenas podía doblar los dedos y algunos días tenía que caminar apoyándome en el costado de los pies.

Tres veces se me despellejaron los pies.

Experimenté casi todas las secuelas que se pueden experimentar con la quimioterapia. Durante todo ese tiempo, supe que cientos de personas en dieciséis estados de la nación estaban orando por mí. Entonces me pareció lógico, por lo menos para mi emotividad, preguntarle a Dios por qué todo eso era tan difícil.

"¿Por qué las cosas no me resultan más fáciles?" clamé. "¿Sería demasiado pedirte que me permitieras sentir normal por solo un par de horas?" No obstante, el cielo guardó silencio.

En aquella época, el tratamiento para el cáncer de colon se realizaba una vez por semana durante un año (con un descanso después de algunas semanas de tratamiento). A los cinco meses de comenzar el tratamiento, yo estaba conduciendo mi automóvil para ir a la oficina de mi oncólogo mientras hablaba con Dios.

"No puedo resistir más esto," le dije. (Pensé que puesto que Dios conocía mis pensamientos, me haría bien expresarlos en voz alta y desahogarme de esa forma.)

"He estado orando y mucha gente ha estado orando para que esto me resulte más fácil, pero cada vez se pone peor. No soy alguien que desista con facilidad, así que seguiré adelante, pero no sé si voy a poder soportar otros siete meses más," dije mientras lágrimas saladas me corrían por las mejillas.

Cuando llegué a la oficina del doctor aquel día, él me examinó las manos y los pies y me dijo: "No creo que pueda soportar mucho más de esto. Vamos a continuar por un mes más. Creo que si la quimioterapia va a dar resultado, ya ha tenido tiempo suficiente para hacerlo. Además, creo que los estudios finalmente mostrarán que seis meses con este tratamiento es suficiente." (Él tuvo razón. El tratamiento regular para el cáncer de colon ahora es de solo seis meses.) Así que continué y terminé la quimioterapia en el mes de febrero de 1991.

Cuando regresé en mayo para mi primera visita después del tratamiento, yo era la única persona en la sala de quimioterapia que no estaba allí para recibir tratamiento aquel día. Sabía que debía sentirme feliz por haber terminado el tratamiento, pero no fue así. Mientras miraba alrededor de la sala a las personas sentadas en los sillones reclinables, conectadas a aparatos con bolsas de soluciones salinas, me sobrecogió la tristeza. Algunas de ellas se veían muy delgadas y enfermas, y otras se veían muy cansadas y con temor. Comencé a llorar.

Quería quitarles el dolor, pero no podía. Quería darles paz, pero no podía.

Entonces Dios me habló al corazón: "Pero tú conoces a Quien puede hacerlo y les puedes hablar acerca de mí."

"Pero yo solo quiero dejar todo esto en el pasado y continuar con mi vida," argumenté. "Además, no quiero estar todo el tiempo con personas que tienen cáncer. Va a ser deprimente, se van a morir y yo no lo voy a poder soportar. No lo voy a hacer."

Unas semanas después, sin embargo, se me ocurrió una idea que le agradaría a Dios y a mí: comenzaría un grupo de apoyo para pacientes con cáncer y ¡Dios me tendría que dejar vivir porque todas las personas de ese grupo me necesitarían!

Sin embargo, a medida que pasaba tiempo cada día orándole a Dios, él me recordó que no juega el juego llamado "Hagamos un trato." Él quería que yo me involucrara, sin garantías.

Si alguna vez sintió que Dios quería que hiciera algo, pero usted no estaba dispuesto a hacerlo, es probable que sepa que no sintió paz alguna hasta que dijo sí.

Finalmente, como un niño quejumbroso, cedí: "Lo voy a hacer, pero no me va a gustar," le dije, olvidándome en forma temporal que mi preocupación principal era obedecer y que él se haría cargo del resto.

Comencé el grupo de oración y apoyo para pacientes con cáncer en octubre de 1991 con cuatro personas. Mi intención era celebrar una reunión de una hora, una vez al mes. Eso no será muy deprimente, pensé.

No obstante, casi inmediatamente pude ver que la gente que venía al grupo necesitaba más apoyo del que estaba recibiendo. No solo eso, sino que me di cuenta de que en realidad yo me sentía mejor, y no peor, después de las reuniones. Así que comenzamos a reunirnos dos veces al mes y lo hemos estado haciendo desde entonces. ¿A que no adivina qué comenzó a ser una fuente de gozo en mi vida? El grupo de apoyo. A medida que pasaban los meses, comencé a orar en secreto para dejar mi trabajo y trabajar a tiempo completo como voluntaria con pacientes enfermos de cáncer.

En julio de 1995, en el quinto aniversario de mi operación de cáncer, compartí con nuestra congregación la forma en que Dios me había bendecido a través de mi experiencia con el cáncer: a través de mis amigos en el grupo de apoyo y también de Marc Hirsh y su esposa, Elizabeth, quienes se habían hecho muy buenos amigos y compañeros de oración de mi esposo y míos.

(Continues...)



Excerpted from un encuentro entre Dios y el cáncer by Lynn Eib Copyright © 2012 by Lynn Eib . Excerpted by permission of Tyndale House Publishers, Inc.. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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Table of Contents

Contents

Reconocimientos....................ix
Introducción....................xi
1. Mi historia: "Dios, estás cometiendo un error muy grande."....................1
2. Guy: Encuentros cercanos de la clase divina....................11
3. Susan: El temor detrás de la sonrisa....................21
4. Lynn y Jane: Cuando Dios hizo la maniobra de Heimlich....................31
5. Melissa: "No creemos que ella vaya a sobrevivir."....................43
6. Huberta: "La paz inundó mi alma."....................51
7. Jack: "Fue nuestra primera oración juntos."....................59
8. "Tina": Un vaso de agua fría....................69
9. Alice: "Usted es mi mejor amiga."....................79
10. Lyle: El otro "cáncer"....................87
11. Doris: "No es el milagro por el cual oramos."....................97
12. Peggy: "Dios me está devolviendo a mi mamá."....................105
13. Ruth: La mujer del milagro, también conocida como la que abandonó el hospicio....................115
14. Nicola: La dama de los caballos....................125
15. Cecelia: Tanto dolor, tan poco tiempo....................135
16. "George y Molly": "De cualquier forma, ella gana."....................145
17. "Joe": "No puedo decirle lo bien que me siento."....................155
18. El doctor Marc Hirsh: Un médico se encuentra con el Médico por excelencia....................165
19. El corazón, la mente y el alma de un sobreviviente de cáncer....................175
Notas....................189

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Dave Dravecky

¿Necesita una dosis de verdadera esperanza? Entonces, aquí tiene su receta. Un encuentro entre Dios y el cáncer le abrirá los ojos a las promesas de Dios durante esos momentos de sufrimiento, más aún, al Dios misericordioso que hace realidad esas promesas.

Diane M. Komp

Aunque las estadísticas mostraban que ella no sobreviviría, Lynn Eib no solo ha sobrevivido sino que ha compartido su sabiduría. Lectura indispensable para personas enfrentando el cáncer.

Dale A. Matthews

Un encuentro entre Dios y el cáncer es un refugio de esperanza y una fuente de bendiciones para los que han sido destrozados por un diagnóstico devastador. Lynn Eib, intercesora de pacientes y sobreviviente del cáncer, le ofrece evidencia contundente y testimonio verídico del poder de la oración y de la fe para superar la desesperación y la enfermedad.

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