María Mesa creció entre cañas, colonias y centrales aunque nació en La Habana, a finales de 1945. Su abuelo paterno y un tío eran colonos, su padre fue químico azucarero. En esta dirección, vale agregar que María Mesa cuenta -se percibe en la novela por su natural y a la vez profundo conocimiento de las relaciones humanas- con una Maestría en Trabajo Social, obtenida en la Universidad Internacional de la Florida; además de adquirir la licencia del Estado de la Florida para la práctica clínica, que le sirviera para asistir a enfermos terminales en un hospicio. A lo que se añade -humanizando la óptica del relato- su genuino cristianismo.
La autora retorna a sus memorias, de los años vividos en un ingenio azucarero, para hablarnos de Cuba. Con habilidad nos inserta en las conversaciones de sus personajes para darnos a conocer los avatares políticos que estremecieron los años de la República. En tono moderado y pasión calmada desgrana los eventos más relevantes del periodo transcurrido desde el nacimiento de una Cuba independiente hasta la implantación de un nuevo sistema político-social en la Isla.
Cada personaje cobra vida, se desarrolla y nos hace partícipe de sus juicios acerca de los acontecimientos sociales que le rodean y amenazan. Desde los primeros capítulos conocemos de la sublevación racial en los primeros tiempos de la República y lo que esto significó para los colonos azucareros. Posteriormente nos adentra en las repercusiones que tuvo la "Chambelona" y nos revela con realismo las diversas percepciones ante la proliferación de partidos políticos y votaciones adulteradas. Los diferentes gobernantes se perfilan dentro de una trama amena que resalta los desvelos y sueños de varias familias que comparten un mismo nicho existencial.
La autora nos descubre, con respeto y claridad, lo que la nostalgia oculta y el odio tergiversa: los sufrimientos y aspiraciones de un pueblo noble y trabajador que lucha sin descanso por alcanzar sus anhelos más profundos de vivir en paz, la fraternidad y el bienestar.