Dime qué comes y te diré que sientes (Think Skinny, Feel Fit Spanish edition): 7 pasos para liberar la gordura emocional y transformar tu vida

Dime qué comes y te diré que sientes (Think Skinny, Feel Fit Spanish edition): 7 pasos para liberar la gordura emocional y transformar tu vida

by Alejandro Chabán
Dime qué comes y te diré que sientes (Think Skinny, Feel Fit Spanish edition): 7 pasos para liberar la gordura emocional y transformar tu vida

Dime qué comes y te diré que sientes (Think Skinny, Feel Fit Spanish edition): 7 pasos para liberar la gordura emocional y transformar tu vida

by Alejandro Chabán

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Overview

¿Quieres bajar de peso? Primero pierde tu peso emocional.

Alejandro Chabán tenía sobrepeso de niño, sufrió de anorexia y bulimia de adolescente y trató desesperadamente de tener un cuerpo saludable. Luego de haber probado diferentes dietas y ejercicios, y a pesar de haber bajado de peso, él descubrió que en su mente seguía siendo gordo, aunque su cuerpo se veía diferente. Estos sentimientos lo llevaron a desarrollar técnicas para aceptar y transformar al gordito que todos llevamos dentro y, en 2012, a fundar Yes You Can!®, un programa que ha ayudado a miles de personas a establecer un estilo de vida saludable con sabor latino.

En Dime qué comes y te diré qué sientes, Alejandro comparte los siete pasos esenciales que lo ayudaron a cambiar sus pensamientos y transformar su cuerpo. Inspirado en anécdotas personales y testimonios, Alejandro explica en detalle qué significa tener sobrepeso emocional, cómo se conectan el bienestar físico con las emociones y cómo identificar mejor los obstáculos emocionales que sobrecargan la mente y el cuerpo. Estos pasos, basados en técnicas prácticas de pensamiento positivo, meditación, aceptación y compromiso, te ayudarán a llevar una vida más feliz y saludable. Ahora por fin podrás cuidarte de la manera que mereces.

Product Details

ISBN-13: 9781501140532
Publisher: Atria/Primero Sueno Press
Publication date: 06/06/2017
Series: Atria Espanol
Pages: 288
Product dimensions: 5.40(w) x 8.50(h) x 0.90(d)
Language: Spanish

About the Author

Alejandro Chabán is the New York Times bestselling author of Think Skinny, Feel Fit, a motivational speaker, a certified nutrition and wellness consultant, and the founder and CEO of Yes You Can!®, and is one of the most popular Hispanic celebrities in the entertainment business. He has dedicated his life to sharing his experiences battling eating disorders and obesity as a teenager and his journey from a bullied kid in school to an admired TV personality and health and wellness expert, and to helping others to transform themselves the way he did. To learn more, visit AlejandroChaban.com.

Read an Excerpt

Dime qué comes y te diré qué sientes (Think Skinny, Feel Fit Spanish edition) <UNO> ¿Soy gordo o estoy gordo?
TODOS EN ALGÚN momento hemos escuchado comentarios co-mo: “Él es gordo pero bueno”, “Qué cara tan tierna, qué pena que sea gorda”, “A mí me gusta, pero tú sabes lo que dicen de los gordos”, “No lo invites que es muy gordo” o “Es inteligente y simpática, bueno, no le queda más por ser así de gorda”. Uy, cómo duelen estas frases, estas etiquetas que nos ponen cuan-do estamos pasados de peso. Nos llevan a mirarnos al espejo y hacernos preguntas: ¿De verdad me veo tan gordo? ¿Estoy gordo o soy gordo?

En este capítulo quiero platicarte de un tema casi íntimo: la talla. Mejor dicho, la figura, las dimensiones, el volumen, el peso, la robustez, el grosor, la corpulencia, la obesidad, es decir, ¡la famosa gordura! El tema del peso, como bien saben muchos, para mí es algo muy personal. Yo no nací gordo, de niño era delgado y ágil, pero poco a poco fui subiendo de peso hasta llegar a un momento crítico en plena adolescencia. Por eso sé muy bien lo que es no sólo estar gordo sino sentir que somos gordos y que ya no hay vuelta atrás.

Pero ¿qué significa estar gordo o ser gordo? Para algunos es cuando te aprieta la ropa o no te puedes abrochar el botón del pantalón, cuando no te animas a ir a la playa porque no quieres que te vean en traje de baño, cuando te enamoras de un vestido en una tienda, pero no hay en talla L o XL, o cuando te escondes si alguien quiere sacarte una foto. Para otros es cuando no te puedes poner calcetines cómodamente, cuando te cuesta caminar, cuando no puedes dormir porque sientes que no puedes respirar bien, cuando tu foto de perfil en las redes sociales es solo tu cara porque te avergüenzas de tu cuerpo o cuando levantarte de la cama o de una silla o subir unos escalones es toda una hazaña. Cada quien lo vive a su manera, pero el factor común es que, cuando estamos pasados de nuestro peso, todos nos sentimos incómodos y diferentes. La mayoría sentimos que somos gordos, pero ojo: no somos gordos; estamos gordos. Lo que sentimos cuando tenemos libras de más puede llevarnos a creer que somos gordos, pero la gordura es un estado que se puede cambiar. No es algo que debemos aprender a aceptar como un hecho. Tiene solución, podemos salir de esa situación.

En mi caso, como en el de muchas personas, yo no me di cuenta de que había subido tanto de peso hasta que me encontré bordeando el límite de la obesidad, y aun así seguí comiendo y engordando más y más. A veces uno no presta atención a las señales del comienzo o simplemente no las quiere ver, y otras veces realmente no sabes ni tienes un ejemplo claro de lo que es estar en un peso saludable. Yo no estaba consciente de mi peso ideal ni del de nadie, ya que era un niño entrando en plena pubertad, en una familia que tiende a la gordura y celebra a los niños gorditos con cachetes pellizcables como si fueran lo más sano y bonito.

Mi mamá es venezolana y mi papá también, pero él es hijo de sirios, por lo tanto, cuando mis padres se casaron, mi mamá tuvo que aprender y adaptarse a sus costumbres árabes, la mayoría de las cuales gira alrededor de la comida. De acuerdo a la cultura árabe, mientras más comida le hace la mujer al marido, mejor esposa es, por lo que mi mamá puso manos a la obra. Eso significaba que cuando yo llegaba del colegio a mi casa a almorzar, lo que para mí en aquel entonces era una comida normal, en realidad era un festín increíble. Un almuerzo de todos los días en casa consistía en arroz árabe —aquel que incluye unos fideos finos—, tabule, crema de garbanzos, pan, un plato con aceitunas y curtidos, muchacho en salsa, todo acompañado con refrescos o jugos espesos de fruta llenos de azúcar, porque así sabían mejor, claro. Y como si eso fuera poco, siempre terminábamos con postre y fruta —¡sí, las dos cosas!—.

Te debes estar preguntando, ¿pero acaso la comida árabe no es saludable? Pues, te puedo asegurar que esas combinaciones de carbohidratos y esas porciones no le pueden venir bien a nadie. Es más, las únicas ensaladas que comía en casa eran una de repollo y zanahoria, ensalada de papa o ensalada de remolacha, y en el aderezo nunca faltaban la mayonesa, la crema y el queso. Nunca vi a mi mamá cocinar brócoli o col de Bruselas. Cualquier cosa verde que aparecía en nuestra comida en general era como adorno, pero no era parte de un plato principal, ni siquiera de un acompañante. Y en la noche, aunque mi mamá pretendía que comiéramos más “liviano” que en el almuerzo, lo que cenábamos era un hotdog, una arepa o un sándwich de jamón y queso, cosa que en realidad no era nada saludable ni light.

Además de estas comilonas que eran cosa de todos los días en mi casa, todo todito todo en mi familia se celebraba con comida, desde los cumpleaños hasta las graduaciones, las fiestas religiosas, los nacimientos, lo que se te ocurra. Cada una de estas ocasiones involucraba una mesa llena de platos variados, siempre teniendo en cuenta que cuanta más comida había, mejor se veía tu familia, ya que la cantidad de comida en la mesa era prácticamente equivalente a tu prosperidad y bienestar. Lo mismo ocurría con los niños de la familia, mientras más gordito y redondito, más saludable y fuerte te consideraban, en especial a los varones.

En la familia de mi papá, cada uno de los hijos varones se llama Alejandro, como mi abuelo, por lo que mi abuelo se puso feliz cuando se enteró de que al fin mi papá también iba a tener a su propio Alejandro, que finalmente le llegaría ese último nieto varón tan deseado. Cuando mi familia supo que mi mamá iba a tener un varón, toda la fiesta giraba alrededor de su embarazo, y así fue que llegué al mundo, súper celebrado y bien recibido entre grandes comilonas. Y esa celebración se extendió a mi niñez. Mis abuelos paternos siempre me hacían todas las comidas que yo quería, mis favoritas, me daban todos los gustos. Es más, cuanto más gordito estaba, en sus ojos, mejor. A mi abuela le encantaba pellizcarme los cachetes y decirme que me veía sano, saludable, que era perfecto.

Poco a poco fui engordando más de la cuenta, pero lo único que recibía eran puros mensajes positivos. Sin saberlo, me estaban premiando por engordar. Lo que yo escuchaba era que así debía ser, que eso era estar bien, saludable. Es más, verme así los alegraba muchísimo porque sentían que me veía como un macho, como Superman, y que me estaba desarrollando como debía para el día de mañana ser un hombre fortachón y próspero. Y ni hablar de cómo me celebraba mi papá al verme comer tanto. En eso entraré en más detalle en los siguientes capítulos, cuando hablemos del papel que juegan las emociones en todo esto, cosa que comprendí mucho más adelante en mi vida.

De todas formas, en un entorno como ese, lleno de premios comestibles y celebraciones por los gorditos, ¿cómo iba a saber yo que mi aumento de peso no era saludable? ¿Cómo iba a saber si realmente estaba o era gordo? Pues, cuando por fin me di cuenta de que tenía sobrepeso, me costó mucho comprenderlo.

El primer momento que me sentí un gordito fue en el colegio en quinto grado. Para ese entonces yo tenía dos grupos de amigos: los venezolanos del colegio y los árabes del club al cual íbamos todos los fines de semana, de viernes a la noche a domingo. Al principio, cuando solo tenía unas pocas libras de más, en el club árabe yo era un niño sano, saludable, cool. Me alababan lo grande que estaba y lo mucho que estaba creciendo, y me celebraban la gordura. Me decían, “Eres igualito a tu abuelo”, y eso me hacía sentir orgulloso y feliz. Pero poco a poco esto fue cambiando, ¡y ni hablar en el colegio! De pronto mi gordura pasó de papel secundario a papel principal en mi vida.

Por empezar, en el colegio, cuando salía a jugar béisbol con mis amigos me costaba correr de una base a la otra, no llegaba, y entre jadeos, sudor y frustración, escuchaba los gritos y las risas de mis compañeros que se burlaban: “¡No llegaste por ser un gordo de mier–!”. Otros me gritaban, “¡Arepa con todo!” o “¡Shamu!” o “¡Gordinflón!” y fue ahí que empecé a entender que estaba gordo. Bueno, ¡como para no!, me lo comenzaron a recalcar a diario, pero lo peor llegó después, en la secundaria. Al principio no entendía por qué se burlaban y me decían tantas cosas. Pensaba: ¿Qué les pasa? ¿Será que sí de verdad estoy así de lento y así de gordo? Yo no me veía así.

Esos momentos, esas primeras burlas de muchas más que vendrían luego, fueron lo que me hizo abrir los ojos y comenzar a comprender que mi peso no era normal, que era diferente, que realmente estaba más gordo que los demás, que realmente estaba demasiado pasado de libras. Fue como prender una luz en un cuarto oscuro y finalmente ver lo que estaba ahí. Me cambió la perspectiva por completo. A partir de ese momento, cuando me vestía en la mañana para ir al colegio, estaba más consciente de que mi cuerpo no era igual al de mis compañeros; me sentía feo, inconforme, me molestaba mirarme, sabiendo que era diferente porque yo estaba gordo y ellos no. Al ponerme el pantalón, comencé a notar que se quedaba atascado debajo de algo extra, que había una parte de mi cuerpo que se abultaba y sobresalía por encima del pantalón, una gran panza que antes no había sido tan evidente. La elástica o el botón cada vez se me marcaba más, pero para ese entonces, sentir que un pantalón me quedaba súper apretado, a punto de estallar, era lo normal en mi vida. Me había acostumbrado a meter la barriga y aguantar la respiración para cerrarme el pantalón. Ya no recordaba lo que era ponerme un pantalón suelto y cómodo.

Este proceso de descubrimiento a veces me llenaba de tristeza y de ira, pero todavía no comprendía bien lo que me estaba pasando ni sabía todo lo que estaba por venir. Para ese entonces tendría unas cuarenta libras de más —todavía no había llegado a la obesidad mórbida que me aplastaría en los siguientes años en los que llegaría a pesar 314 libras—. De pronto, pasé de ser un gordito feliz e ingenuo que se creía cool y saludable, un gordito simpático que siempre andaba sonriendo, a sentirme inconforme y diferente, pensando que todo en mi vida tenía que ver con mi peso; que todo se veía afectado por esta carga.

Ahora que lo pienso, si me preguntas qué es estar gordo, qué se siente, creo que es justamente eso: una gran carga. La gordura es un exceso de equipaje que arrastras contigo las veinticuatro horas del día, todos los santos días. Es como irte de viaje por una sola noche y cargar con un equipaje para un año. Te pones la ropa de viaje, los zapatos, la cartera, llevas otros zapatos y unas chancletas por si hace calor, luego haces una maleta con la ropa, pero no sabes qué llevar, así que metes tres camisas en vez de una, cuatro vestidos en vez de dos, hasta que ya no te entra más nada en esa maleta, entonces abres otra y la empiezas a llenar de más cosas. Todo esto lo haces sin pensar que luego te va a tocar cargar con todo ese equipaje en el camino. Cuando al fin sales de tu casa, tienes tantas maletas, tanto peso encima, que ya no puedes caminar de la misma manera, ya no puedes expresarte de la misma manera, ni respirar, ni sonreír, porque todo tu ser se tiene que enfocar en cargar esas maletas. No tienes tiempo ni siquiera de disfrutar del camino ni el paisaje ni la gente que te acompaña, porque tu enfoque se centra exclusivamente en cómo mantener el equilibrio con todo lo que llevas encima.

Por otro lado, llega un momento en que cargas con tanto que la gente ya ni siquiera te puede ver. Tu verdadera esencia, tus ojos, tu cuerpo, tu sonrisa, tu personalidad, tu sensualidad, se van escondiendo debajo de todo ese equipaje. Se vuelve aislante y también se transforma en tu refugio. Claramente llamas la atención al pasar porque lo que ve la gente es una persona con ocho maletas encima, nueve pares de zapatos, treinta vestidos, cuarenta trajes. Al verte cargando con tanto, la gente te ve descuidado, desordenado, se sorprende, te evita. Ahora imagínate cargando con todo eso y tratando de sentarte en el asiento de un avión o entrando en un ascensor pequeño o intentando subirte a un juego en un parque de diversiones o simplemente yendo a un restaurante. Es un estorbo andante que te acompaña a todas partes.

Piensa en todas estas escenas, ¿acaso no te voltearías a ver a una persona con tanto equipaje que no puede ni caminar bien? O quizás la ignores porque te incomoda o no sabes qué hacer para ayudarla. O quizás la observas y piensas que se ve desordenada, descuidada. De nada sirve que te ayuden a cargar un vestido o un par de zapatos cuando llevas encima todo un clóset. La realidad es que solo tú te puedes ayudar, pero muchas veces nos cuesta tomar esta decisión tan fundamental, y con cada día que pasas ignorando tu problema, te vas hundiendo más y más debajo de aquel peso extraordinario, un peso que no solo es físico sino que también se vuelve emocional.

Y con el paso del tiempo, como los seres humanos nos adaptamos fácilmente a circunstancias nuevas, llega un buen día en que te acostumbras a esta nueva forma de vivir, a tal punto que hasta tu esencia se quiebra y tu nueva fachada, tu nueva proyección hacia el mundo, se transforma en este equipaje que tú mismo ni conoces muy bien. Muchas veces es tan grande lo que cargas que ni siquiera tú mismo lo puedes ver. No te puedes voltear para observar lo que llevas atrás o encima porque cargas con tanto que casi ni te puedes mover.

Y ni hablar del tema de la salud. Imagínate el esfuerzo que tienen que hacer y lo que sienten tus piernas, tus brazos, tu espalda, tu cuello, los mismos órganos internos, todos diseñados para cargar un peso mucho menor al que llevas ahora. Día a día, tienes que levantarte de la cama con todo ese equipaje encima que tú mismo te fuiste amarrando y, seamos sinceros, ya no tienes la misma agilidad que antes. Cuando sales a la calle, al colegio, al trabajo, al mercado, caminas mucho más despacio, cada respiro es un esfuerzo, tus rodillas y tus pies te duelen, tu espalda te molesta, lo único que quieres es echarte en el sofá o la cama para que te deje de atormentar tu cuerpo, un cuerpo que te está pidiendo ayuda a gritos, pero que tú sigues ignorando. Y es que tu cuerpo no está preparado para todo ese maletero que día a día le sigues agregando. Con el tiempo, ese cansancio, dolor y zozobra diarios cada día te deprimen más y eso te lleva a un aislamiento aún más profundo. Te ahogas en tu soledad y tristeza, y, vencido, recurres a lo único que te satisface, lo único que te soporta, lo que no te grita ni se burla, lo único que te consuela: la comida.

Muchas veces ni te das cuenta de cuánto equipaje te has agregado hasta que llegas a tu punto límite, hasta que lo ves reflejado en los ojos de los demás. Y cuando al fin logras ver esta nueva imagen tuya, cuando al fin te das cuenta de la gravedad del asunto, ahí es cuando te detienes y piensas: ¿Cómo llegué a este punto? Y a eso le sigue una ola de ahogo y desesperación porque ya te acostumbraste tanto a cargar con todo eso que no sabes por dónde empezar para deshacerte de esas maletas extras y recuperar tu esencia.

Conozco muy bien esa sensación. Para cuando me di cuenta de que había llegado a un grado de obesidad mórbida, sentí que ya no había vuelta atrás, no tenía idea de cómo iba a hacer para sacarme todo ese peso de encima, no sabía por dónde empezar, y menos aún sabía que para realmente deshacerme de todo ese equipaje, no solo tendría que hacer dieta, sino también sincerarme con mis emociones y amigarme con el gordito que hasta el día de hoy llevo adentro, en lo más profundo de mi ser.
¿CÓMO HAGO PARA ADELGAZAR?
Quiero aclarar nuevamente que este libro no es un libro de dieta común. Aquí no te voy a dar consejos y recetas para adelgazar físicamente; lo que se encuentra en estas páginas son pasos para adelgazar y rebajar el peso de tu alma. Para realmente estar bien no solo te tienes que ver bien, sino que también te tienes que sentir bien. Y esa es la meta de estas palabras, estas páginas, estos capítulos. Quiero que te amigues con tu pasado, disfrutes de tu presente y te llenen de alegría las posibilidades de tu futuro. Sin embargo, sé muy bien que si tienes sobrepeso, una dieta sana y balanceada, suplementos naturales y una buena rutina de ejercicio y movimiento son fundamentales para adelgazar de manera saludable.

Cuando al fin abrí los ojos y me di cuenta de que estaba demasiado gordo, comencé a probar todo tipo de dietas. Comía más, comía menos, dejaba de comer, pero nada funcionaba. Hice la dieta de la piña en la que almorzaba normalmente y el resto del día lo único que hacía era comer piña, pero eso incluía hasta torta de piña, ¿entiendes? ¡Pastel de piña! Claro, yo lo que leí era que había que comer piña... pues listo, ese pastel delicioso tiene piña, ¡adentro! Así funcionaba mi lógica. Es más, si hubiese visto un chocolate de piña, también me lo habría tragado.

En otra ocasión, en una reunión familiar, escuché a una de mis primas hablando con otra sobre la nueva dieta que estaba haciendo y paré la oreja para enterarme de qué era. En esa época y en mi ciudad natal de Maturín, Venezuela, el pensamiento común era: macho que se respeta no hace dieta. Es decir, el tema de las dietas era para las niñas, no era aceptado que un hombre lo hiciera. Por eso es que yo buscaba dietas a escondidas, en revistas o prestándoles atención a las mujeres de mi familia, a ver si alguna me funcionaba. Pues, esta vez, mi prima comentó que lo que más la estaba ayudando a quemar grasa, lo que realmente le estaba reduciendo el estómago, era tomar agua hirviendo. Lo pienso ahora y me estremezco. ¡Qué locura! Pero en aquel entonces, mi desespero era tal que yo estaba dispuesto a probar cualquier cosa, incluyendo agua hirviendo. Encima, la verdad es que se veía más flaca, lo cual solo me sirvió para entusiasmarme aún más.

Así fue que la siguiente mañana, antes de ir al colegio, bajé corriendo a la cocina cuando los demás estaban en sus cuartos preparándose para salir, calenté el agua hasta el punto de ebullición y, cuando vi que burbujeaba, me la serví en un vaso, respiré profundo y comencé a beber. Era tal el dolor que en realidad nunca llegué a terminar el vaso entero, pero tomé todo lo que podía aguantar porque pensaba que mientras más me dolía, más adelgazaría. Creía que valía la pena quemarme la boca, la garganta y el estómago con tal de rebajar. Al tercer buche de agua hirviendo no podía más, pero era tal mi desesperación por adelgazar que estaba dispuesto a hacer lo que fuera, y ahí es que se encuentra el peligro. Era horrible, y obviamente no funcionaba.

Pruebas lo que te digan, haces lo imposible, pero como no es una dieta balanceada y saludable, no funciona, y cuando llegas al tercer día, te subes a la balanza, no ves diferencia, te frustras y la dejas de lado en busca de otra solución mágica. Pasé de la piña al agua hirviendo y luego a los batidos de moda en aquel entonces, pero no veía diferencia alguna en mis medidas. Entonces, ¿qué pasaba? Pues, tiraba la toalla, me daba por vencido y, sintiendo que nada surtiría efecto, volvía a comer. Mientras tanto, mi mente se llenaba de pensamientos tristes, sentía que era un caso perdido: Yo no sirvo para hacer dietas, no tengo remedio; es mi genética, es mi cuerpo; soy gordo.

Lo que ocurre con todo este proceso es que nos tratan de vender soluciones mágicas y rápidas que en realidad no existen. Además de eso, como ocurrió en mi caso, a muchos nos falta información y no tenemos una guía clara para lograr adelgazar bien. Yo pensaba que estaba haciendo lo correcto, hasta había agregado una rutina de ejercicios a mi vida, cosa que hasta el día de hoy me cuesta porque nunca me interesaron ni los deportes ni los ejercicios, pero es algo que debemos hacer por nuestro cuerpo. Sin embargo, cuando comencé a hacer ejercicio para bajar de peso, lo único que hacía eran ejercicios aeróbicos. Me metí en un gimnasio e iba todos los días, pero evitaba la zona de pesas como si fuera la peste. Es que había leído o escuchado que si hacía pesas se me iba a endurecer la grasa. Y si se me endurecía, entonces jamás la perdería. ¡Cuán equivocado estaba! Las pesas en realidad no son nuestro enemigo. No endurecen la grasa, sino que tonifican nuestros músculos, lo cual no solo nos hace lucir mejor, sino que también nos ayuda a quemar más calorías, pero yo eso no lo sabía en aquel entonces. La falta de información puede causar mucho más daño de lo que te imaginas.

Si realmente quieres bajar de peso, necesitas paciencia, determinación y perseverancia. Es un esfuerzo, no es fácil, pero vale la pena por tu salud y tu felicidad. La vida está hecha para disfrutarla, para cumplir nuestros sueños y, para hacer eso, para disfrutar del camino, para llegar bien a tu destino, no puedes andar cargando con un exceso de equipaje que no te deja avanzar. Y cuando hablo de exceso de equipaje, no solo me refiero al peso físico, sino a lo que cargamos por dentro. Además de cambiar lo externo, necesitas prestar atención a tus sentimientos y a tu salud emocional. Para cambiar lo de afuera hay que sanar lo de adentro.

Yo pasé años probando diferentes dietas, sintiendo aquella frustración al no ver resultados, tomando nota de cuáles funcionaban y cuáles no, estudiando, comprendiendo qué nos hace subir y bajar de peso. Me cansé de comer cosas insípidas que no se parecían en nada a mi querida comida latina. Fue por eso que, con toda esta información, comencé a desarrollar un plan de dieta que abarcara todo, desde la nutrición, el movimiento, los suplementos naturales, hasta la salud emocional: Yes You Can! (Yesyoucan.com). Te recomiendo que consultes y busques ayuda profesional para crear una dieta balanceada y una rutina de ejercicios saludable, ya que al hacerlo al fin lograrás ver un cambio en el espejo... ese bendito espejo que nos atormenta cuando tenemos unas libras de más. Es hora de que ese espejo se transforme en tu amigo. Está en tus manos dar ese primer paso.

Quiero aclarar algo más: hay muchos tipos de gordura —como la que está ligada a una enfermedad (por ejemplo, el hipotiroidismo), la que te pueden causar ciertas medicaciones o la que tiene que ver con un metabolismo más lento, para mencionar algunas—, pero en el caso de muchos de nosotros, el exceso de peso que llevamos encima está directamente ligado a nuestras emociones, a la gordura emocional.

Muchos recurrimos a la comida para tapar lo que sentimos. Comemos para llenar vacíos, olvidar traumas, apaciguar dolores que no queremos enfrentar, pero no nos damos cuenta de que la comida no es la solución. Sí, te puede reconfortar, puede sentirse como un mimo, te deleita los sentidos, pero al terminar de comer, ese dolor, ese vacío, sigue estando ahí adentro tuyo, ya que la comida es algo pasajero, pero lo que sientes, tus emociones, no desaparecen con un chocolate. Puedes comerte todas las delicias del mundo o hacer todas las dietas habidas y por haber, pero al final del día, si no te sinceras contigo mismo, si no llegas a la raíz del problema, no podrás llevar la vida feliz que te mereces. Te lo digo por experiencia. Cuando al fin descubrí mi gordura emocional y su causa, su raíz, recién ahí pude hacer clic y seguir adelante con mis sueños.
¿EXISTE EL GORDITO FELIZ?
Esta es una pregunta muy personal. No conozco cuál ha sido tu experiencia, qué es lo que has vivido, sentido, sufrido a través de los años de tu vida. Creo que es una pregunta que cada quien se tiene que hacer a sí mismo. Entonces, en este instante, te invito a que te hagas la siguiente pregunta: “¿Tú, gordito, eres feliz?”. Antes de responderla, quiero que ahondes en tus sentimientos, en tus emociones, en tu corazón, en tu alma, porque quiero que la contestes con total honestidad.

Mi respuesta personal, basada tanto en mi vivencia como en las respuestas de las miles de personas que han llegado a Yes You Can! buscando bajar de peso, es: No, no existe el gordito feliz. ¿Por qué lo digo? Porque esa etiqueta la he vivido y sentido en carne propia cuando era gordo, y la realidad es que no era feliz. De vez en cuando podía sentirme contento, podía estar feliz, pero no era feliz. Eso de “gordito feliz”, para mí, es como una máscara que nos ponemos para tapar lo que estamos sintiendo; es una excusa que utilizamos para no tener que enfrentar el verdadero problema, para evitar estar cara a cara con aquello que nos ha dolido toda la vida. Es la herramienta que usamos para cubrir el dolor de un divorcio, del abuso, del abandono, de la soledad y más. Actuamos como gorditos felices para cubrir las heridas del alma y el corazón.

Sin embargo, cuando hice esta misma pregunta en Facebook, sí, muchos estuvieron de acuerdo con mi postura, pero hubo varios que no. Muchas personas respondieron que sí existe el gordito feliz. Aparecieron hombres y mujeres defendiendo esta postura y diciendo que su gordura no les afectaba su nivel de felicidad. Y eso es válido también, ya que, repito, esta es una pregunta muy personal que está directamente ligada a nuestras experiencias de vida, cultura, entorno, familia y amigos. Pero lo que ninguno debe negar es el tema de la salud. Si tienes mucho sobrepeso, por más feliz que te sientas, tu cuerpo está sufriendo, eso es un hecho.

Las personas con sobrepeso físico son mucho más susceptibles a las enfermedades, y muchas ya se encuentran enfermas. Y cuando hay enfermedad, no puede haber verdadera felicidad. Cuando el cuerpo tiene un exceso de peso físico, sufren tus arterias, tu corazón, tus rodillas, tus pulmones, el cuerpo está débil, no está funcionando como debe, no está balanceado, y ese estado no puede ser sinónimo de felicidad.

El tema de la salud no me parece algo debatible, pero los sentimientos de cada quien hay que respetarlos. Es más, también podríamos preguntar si existe el flaquito feliz. La mayoría quizás diga que sí, pero no todos los flaquitos son felices. Al fin y al cabo, la verdad es que la felicidad no tiene un peso, la felicidad no depende de la balanza, la felicidad no depende de un número. No viene en libras, no viene en kilos, no viene en centímetros ni en tallas. La felicidad viene del alma, es una decisión que viene de adentro hacia fuera. Somos felices cuando realmente encontramos el propósito de nuestras vidas, cuando estamos saludables de cuerpo, mente y alma, cuando podemos enfrentar esos dolores y esos miedos que nos atormentan y finalmente sentirnos libres.

Por eso quiero ayudarte a sanar tu alma, a alivianar no solo tu cuerpo sino tus emociones, para que encuentres tu verdadera felicidad. No tienes idea de lo bien que te vas a sentir una vez que comprendas, aceptes y alcances tu salud emocional. Mi deseo para ti es que logres descubrir la raíz de tu dolor, de tu tristeza, de tus frustraciones, para que luego la puedas reemplazar con luz, libertad, paz, tranquilidad y alegría, para que al fin hagas las paces con tu pasado, te perdones, te aceptes, te ames y puedas comenzar a vivir tu presente e ir tras el futuro que mereces.

Pero primero, antes de sumergirnos en este tema tan importante, tenemos que comprender qué son las emociones, qué papel juegan en nuestras vidas y cómo nos afectan en nuestro día a día. Acompáñame en el siguiente capítulo mientras exploramos nuestros sentimientos y comenzamos a descubrir qué anda pasando con el gordito que llevamos adentro para poder realmente sentirnos mejor. Quiero que dejemos de vivir en el pasado, que nos liberemos de aquellas historias con las que cargamos, con las que nos castigamos a diario sintiendo culpa por algo que estaba más allá de nuestro control. Quiero que abramos los ojos y nos hagamos responsables por lo que sentimos hoy y así lograr, de una vez por todas, deshacernos del exceso de equipaje y embarcarnos en este camino hacia la sanación de cuerpo, mente y alma.

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