El camino de la espiritualidad: Llegar a la cima y seguir subiendo

El camino de la espiritualidad: Llegar a la cima y seguir subiendo

by Jorge Bucay
El camino de la espiritualidad: Llegar a la cima y seguir subiendo

El camino de la espiritualidad: Llegar a la cima y seguir subiendo

by Jorge Bucay

eBook

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Overview

Llegar a la cima y seguir subiendo es la metáfora que los sufís utilizan para hablar del desarrollo espiritual, de la iluminación y de la vida trascendente. El autor nos propone abocarnos al último desafío, el de conectarnos con lo más esencial y elevado de nuestro ser, explorar el plano de nuestra espiritualidad. Este libro es una investigación acerca de la relación del individuo con lo intangible, con lo trascendente, despojada de toda creencia y prejuicio, la espiritualidad planteada como un rumbo y no como una meta: cuando el objetivo de nuestro camino es la búsqueda, lo más sencillo y lo más importante es comenzar a caminar.

Product Details

ISBN-13: 9788425346934
Publisher: DEBOLS!LLO
Publication date: 03/18/2011
Series: AUTOAYUDA-BIBLIOTECA JORGE BUCAY
Sold by: PENGUIN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORIAL
Format: eBook
Pages: 368
File size: 389 KB
Language: Spanish

About the Author

Jorge Bucay nació en Buenos Aires donde se licenció en Medicina. Posteriormente se especializó en Salud Mental, trabajando en la asistencia de adultos y parejas como psicoterapeuta gestáltico. Su enorme éxito como comunicador le transformó en una figura conocida, siendo invitado con frecuencia a programas de radio y de televisión en todos los países de habla hispana.

Sus libros, verdaderos manuales de superación personal llenos de cuentos y de más preguntas que respuestas, se han convertido en best sellers en más de treinta países del mundo y se han traducido ya a veinticuatro idiomas.

En 2006 presentó a concurso su primera novela, un thriller político titulado El candidato, que ganó el V Premio de Novela Ciudad de Torrevieja editada ese mismo año en Plaza & Janés. Y en el año 2008, junto con el dibujante Gusti, publicó su primer libro para niños, una versión ilustrada del cuento El elefante encadenado nominada por la OBLI como uno de los diez mejores libros infantiles de ese año.

Alejado por decisión propia de la tarea asistencial y docente, divide su tiempo entre su labor como editor en la revista Mentesana, su colaboración periódica con diversos programas de radio o medios escritos y la tarea de escribir y promocionar sus libros.


Jorge Bucay nació en Buenos Aires donde se licenció en Medicina. Posteriormente se especializó en Salud Mental, trabajando en la asistencia de adultos y parejas como psicoterapeuta gestáltico. Su enorme éxito como comunicador le transformó en una figura conocida, siendo invitado con frecuencia a programas de radio y de televisión en todos los países de habla hispana.

Sus libros, verdaderos manuales de superación personal llenos de cuentos y de más preguntas que respuestas, se han convertido en best sellers en más de treinta países del mundo y se han traducido ya a veinticuatro idiomas.

En 2006 presentó a concurso su primera novela, un thriller político titulado El candidato, que ganó el V Premio de Novela Ciudad de Torrevieja editada ese mismo año en Plaza & Janés. Y en el año 2008, junto con el dibujante Gusti, publicó su primer libro para niños, una versión ilustrada del cuento El elefante encadenado nominada por la OBLI como uno de los diez mejores libros infantiles de ese año.

Alejado por decisión propia de la tarea asistencial y docente, divide su tiempo entre su labor como editor en la revista Mentesana, su colaboración periódica con diversos programas de radio o medios escritos y la tarea de escribir y promocionar sus libros.

Read an Excerpt

INTRODUCCIÓN

El libre albedrío nos da la posibilidad de aprender o no aprender; hacer el mal o hacer el bien; de amar y de privarnos del amor y hasta de querer vivir o no (y no siempre no querer vivir es sinónimo de intentar suicidarse). Somos libres, y podemos utilizar esa libertad para mejorarnos como personas y mejorar el mundo a nuestro alrededor o todo lo contrario. El ser humano no es una cosa más entre otras cosas. El resto de las cosas se determinan unas a otras; pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser, dentro de los límites de sus facultades y de su entorno, lo tiene que construir por sí mismo.

Viktor Frankl



Acerca de la espiritualidad
 
Casi todos, en algún momento de nuestra vida, hemos transitado un período de confusión en todo lo relacionado con lo espiritual, potenciado por el caos comunicativo que significa ponerse a hablar de aquello que para algunos es un enigma, para otros una religión o una filosofía, y para otros incluso una especie de ciencia oculta.

Dejando claro desde el principio que cualquiera puede tener su propia postura (más aún en medio de esta falta de acuerdos lingüísticos), me parece importante señalar que en este libro la mayor parte del tiempo hablamos de espiritualidad en el sentido de la relación de cada persona con el mundo de lo espiritual, entendiendo este mundo como la suma de los aspectos de cada uno que están más allá de sus definiciones terrenales (nombre, edad, número de DNI, posesiones y cargos), más allá de los logros y del éxito entre sus congéneres. El mundo de la relación de los individuos con lo intangible, con lo trascendente, con todo lo que sabemos o intuimos como fundamental, con aquello que es lo esencial y lo más íntimo de cada persona.

Esta definición, que podría resultarte demasiado vaga o ambigua, es el resultado de mi primera intención: transmitir un concepto neutro de espiritualidad, que pueda ser acordado por todos, para que luego cada cual le añada su aderezo personal, dándole la sustancia de la experiencia y el resultado de su exploración individual. Lo vivido es, como siempre, lo más útil, excepto, claro, cuando se intenta usarlo para justificar radicalismos «fundamentalistas» que nos terminen alejando de lo más importante: la posibilidad de compartirlo con otros.


Por eso espero que el concepto de espiritualidad que transmitan mis palabras sea el más simple que se pueda mostrar, lo más amplio que me sea posible y lo más despojado de toda creencia (religiosa o no) que sea capaz.

Pensando en la navaja de Ockham, de la que hablaremos más adelante, intentaré elegir siempre las palabras más sencillas, los planteos menos rebuscados y las descripciones más simples; no las más cómodas ni necesariamente las que mejor se adapten a mi propio gusto, no por fuerza las más cortas, ni obligatoriamente la que alguna mayoría ilustrada señale como las más adecuadas.


Espero que en este reto me ayude la certeza de estar recorriendo yo mismo ese camino. Para llegar a este plano espiritual ha sido imprescindible abandonar algunos lugares comunes en los que se desarrolló gran parte de mi vida; renunciar a los roles que desempeñaba frente a mi familia, en mi trabajo y entre mis amigos; desafiar mis creencias, liberarme de casi todas las ideas que tenía acerca de mí mismo, y abandonarme a mis emociones, incluso las más contradictorias…

Si finalmente fuera capaz de hacerlo y mantener el camino, si me animara de una vez y para siempre a dejar atrás las seguridades que todas estas cosas me dan y siguiera avanzando, estoy convencido de que empezará a aparecer lo más auténtico y elevado de mí, se mostrará lo más interno de mi persona, fluirá la esencia de lo que soy.

El objetivo de esta exploración (y me refiero ahora a la mía al decidir escribir este libro) no se plantea como una meta sino como el rumbo que pretende descubrir lo que se anuncia desde el título del libro: la posibilidad de encontrar ese camino que desde la cima nos permite seguir subiendo (como los sufís definen la espiritualidad y la iluminación).


Recorrer un camino espiritual en pleno siglo XXI

Las nuevas tecnologías, sumadas al obligado cuestionamiento de todos los viejos paradigmas, nos ponen y pondrán a nuestros hijos ante hechos que ni siquiera se hubieran podido imaginar hace treinta o cuarenta años. Existen situaciones, enfrentamientos y hasta delitos (la pornografía infantil, la oferta de servicios de asesinatos por encargo, o la invasión de la privacidad a través de internet, por poner sólo algunos ejemplos), con los que todavía no se puede lidiar adecuadamente porque las leyes no contemplan la posibilidad de que algo así sea factible, y porque los mecanismos y los recursos de las fuerzas de seguridad no están aún capacitados para combatirlos. No es un tema menor recordar que esta generación es la que vio, efectivamente, por primera vez, la imagen de la Tierra desde el espacio. Un planeta pequeño, casi insignificante considerando el entorno universal, y en el que anida «la casa» de todas las formas de vida que conocemos. Un mundo que desde fuera parece uno solo, aunque desde adentro el hombre se empeñe en dividirlo en partecitas cada vez más pequeñas. Me gusta esa idea romántica que tantas veces escuché: desde el espacio no se ven en la Tierra las fronteras entre los países; desde lejos todos somos uno.

Quizá eso explique y justifique el renovado interés de la sociedad por lo espiritual. Es como un intento de no apartarnos demasiado, de cuidar la humanidad mientras estemos a tiempo.

En los últimos años, se propone aquí y allá una espiritualidad que no sea patrimonio de algunos elegidos, sino transitable por todos. Una nueva dimensión de lo humano que nos ponga en el camino de terminar con el caos del miedo, de la violencia y de la explotación del hombre por el hombre.

Una espiritualidad que me permito llamar «humanista», porque deberá hacer suyas algunas banderas del humanismo tal como hoy se lo entiende, considerando que el ser humano, más allá de su raza, su religión, su cultura y su condición económica, educativa y social, su desarrollo, su progreso, su bienestar y sobre todo su vida, debe ser sin excepciones el centro de toda tarea y el objetivo de todo estudio o inversión.

Una espiritualidad que se sostiene en la idea de que nuestras diferencias nos nutren y nos complementan, que trabaja por la libertad más absoluta de todos, que no admite la clasificación de los individuos en «Mejores» y «Peores», en «Los de arriba» y «Los de abajo», en «Los que mandan» y «Los que obedecen», especialmente porque pretende abrir los ojos de la humanidad a un mundo que dé valor a lo importante y no a lo superfluo.


A principios de los años noventa surgió una moda musical en Europa que puso de actualidad el canto gregoriano. Esta música, sin acompañamiento musical y en latín, surgió en los monasterios de la Edad Media, y hoy en día se mantiene casi sin modificación alguna en la mayoría de las comunidades monacales. La historia cuenta que surgió en Francia en tiempos del papa Gregorio Magno, de ahí el nombre de gregoriano.  Tradicionalmente se acepta que la abadía francesa de Solesmes es la cuna del canto gregoriano y el sanctasanctórum para la preservación de esta música. Sin embargo, cuando en los noventa se puso de moda el gregoriano, no fue con un disco de los monjes franceses sino a través de una grabación registrada en un monasterio situado en la provincia de Burgos —en la España interior— que recibe el nombre de Santo Domingo de Silos.

Los monjes de Silos habían grabado un disco, muy rudimentario, que desde el pequeño pueblo saltó al mundo y se reprodujo, según se calcula, más de un millón de veces, traspasando todas las fronteras. Durante meses, miles y miles de personas buscaron en las tiendas de discos aquel canto gregoriano, sin poder encontrarlo. La demanda en países como Estados Unidos llevó a la casa discográfica más conocida del mundo a querer comprar los derechos de lo que consideraban una gallina de huevos de oro. En el momento álgido de la popularidad del boca a boca, y de la máxima circulación de copias caseras de muy mala calidad, los directivos de la mayor editora de discos enviaron una larga y halagadora carta a los monjes de Silos ofreciéndoles un contrato millonario para grabar un nuevo disco, esta vez con toda la tecnología de última generación a su servicio. Los religiosos rechazaron la propuesta, a pesar de que la oferta económica superaba largamente todos los ingresos que pudiera obtener el monasterio con su tradicional venta de licor y de pastas durante cientos de años.

Los directivos de la compañía discográfica no aceptaron el rechazo. Pensaban que se debía a un problema de comunicación: los monjes no habían comprendido su oferta. Los responsables de la productora decidieron volar desde Estados Unidos para entrevistarse personalmente con el padre Clemente, el abad del monasterio. Ya en España, como en Silos lógicamente no había aeropuerto, alquilaron un helicóptero para que los transportase hasta el lugar. Para que pudiera aterrizar, previamente habían tenido que pagar una considerable suma de dinero para improvisar un helipuerto en un prado cercano. El negocio que proponían justificaba toda inversión.

Cuando los americanos llegaron al monasterio, el padre Clemente los recibió con la misma sencillez con la que recibe al visitante más humilde. Los directivos de la discográfica pusieron sus argumentos sobre la mesa en forma de contrato. El padre Clemente puso los suyos. Dijo que la vocación de los monjes no es la música sino la vida espiritual, que ya habían grabado un disco y que no podían distraerse de sus obligaciones cotidianas. Fue entonces cuando los directivos utilizaron el argumento económico: con semejante suma de dinero, el monasterio podría poner en marcha las reparaciones que sin duda eran necesarias y hasta podrían construir esa ala nueva que siempre se postergaba para más adelante, un viejo proyecto del fundador de la orden.

—Padre, con todo respeto —dijo finalmente el que parecía el más importante ejecutivo de la comitiva—, si usted no acepta nuestro contrato y, como dice, también rechaza el de la competencia, que no tardará en aparecer… ¿de dónde sacarán el dinero para todas estas obras?

El argumento no era tal para el monje.

El padre Clemente sonrió y dijo:

—No debes preocuparte por eso, hijo mío… el Señor proveerá.


No creo que la respuesta del padre Clemente tranquilizara de verdad a los ejecutivos de la empresa, pues, cuando se dieron cuenta de que no había nada que hacer, salieron con enfado del monasterio y montaron en el helicóptero, sin cruzar palabra con ninguno de los monjes que, reunidos en el patio del convento, saludaban con la mano diciendo adiós a los visitantes.

El padre Clemente se quedó en su despacho para recibir la visita de una pareja que había solicitado la bendición del sacerdote para su futuro hijo. Con su eterna sonrisa, el padre Clemente les hizo pasar y conversó con ellos largo rato antes de darles su bendición, la misma sonrisa con la que había rechazado una oferta de millones de dólares para grabar un disco, la misma con la que pocos días después aceptó la oferta de una pequeñísima editorial para escribir un libro que, por supuesto, no dejaría para el convento más que las pocas pesetas de las regalías sobre posibles y futuras ventas que se hicieran del texto.

Con todo amor, y seguramente sonriendo, el padre Clemente preparó y entregó su libro. Un maravilloso compendio de una centena de textos de diferentes autores de todos los tiempos, que tienen algo en común: explican el camino que han seguido todos ellos para acercarse a Dios. El libro se titula Para encontrar a Dios.


Quizá tú, como yo, pienses que los monjes deberían haber aceptado la propuesta. Después de todo, era llevar música sacra a millones de hogares. Después de todo, era una manera de conseguir que el dinero de la discográfica terminara en buenas obras para los feligreses. Después de todo, nada hay de malo ni de prohibido en cantar a Dios, todo lo contrario…

Sin embargo, los monjes de Silos no lo vieron así.

Como el mismo padre Clemente escribe: el camino espiritual no es uno ni es único, y por tanto es imposible saber con certeza si tal o cual opción es acertada o equivocada. Yo lo puedo recorrer de una manera y tú de otra completamente distinta; uno puede ir hacia el norte y otro hacia el sur, y a pesar de ello terminar al final sentados a la misma mesa, porque el recorrido no está trazado previamente y porque, como bien lo dice en su libro: «El secreto está en el caminar, y no en la dirección que se lleva, pues, ciertamente, el que busca un camino espiritual, ya lo ha encontrado».

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