Transportes González e Hija (González and Daughter Trucking Co.)

Transportes González e Hija (González and Daughter Trucking Co.)

by María Amparo Escandón
Transportes González e Hija (González and Daughter Trucking Co.)

Transportes González e Hija (González and Daughter Trucking Co.)

by María Amparo Escandón

eBookSpanish-language Edition (Spanish-language Edition)

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Overview

Libertad González, puesta en prisión por un crimen que no revelará inaugura el club de lectura semanal de la biblioteca, leyendo a sus compañeras de prisión de cualquier libro a su alcance, desde Los tres mosqueteros hasta Gu’a Fodor’s de puertos del Caribe. La historia que surge, no tiene nada que ver con las palabras impresas en esas p‡ginas. En su lugar, ella relata la historia de un ex profesor de literatura, prófugo del gobierno mexicano, que se reinventa como troquero de larga distancia en los Estados Unidos donde se enamora de la mujer que dará a luz a su œnica hija. Cuando repentinamente, Joaqu’n Gonz‡lez, se encuentra solo en la ruta con una bebita, nace la compañía Transportes González e Hija. Padre e hija hacen su hogar en la cabina del camión de 18 ruedas y comparten todo—aventuras, libros, comidas en los paraderos de camioneros y recuerdos de la mujer que fuera la madre de la chica — hasta que un día la niña se convierte en mujer y un encuentro fortuito con un hombre la provocan a rebelarse contra otro.


Product Details

ISBN-13: 9780307498397
Publisher: VINTAGE ESPAÑOL
Publication date: 07/06/2011
Sold by: PENGUIN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORIAL
Format: eBook
Pages: 320
Sales rank: 738,676
File size: 2 MB
Language: Spanish

About the Author

About The Author
María Amparo Escandón vive en Los Ángeles y es la autora de Santitos

Read an Excerpt

"Devolverle la vida a toda la gente que maté es el deseo número uno de mi lista". ¿Habrá dicho esas palabras en voz alta? Libertad levantó la cabeza y miró alrededor para confirmar que nadie la había oído. La Maciza trataba de acomodarse en su litera a unos centímetros de donde Libertad murmuraba bajo las sábanas, y como ya se había acostumbrado a detectar los pasos de las ratas que por las noches se adueñaban de la prisión, le fue fácil escuchar el deseo imposible que se le escapó a su compañera de celda. -¿Así que mataste a más de uno? ¿Quiénes fueron los suertudos? -Deja de meter las narices en lo que no te importa. -¿De verdad te quebraste a alguien? Libertad no conseguía confesar nada. Abrió su cuaderno en la oscuridad y buscó su pluma entre los dobleces de su cobija. Una de sus compañeras, la de la esquina, al fondo, roncaba. Otra, en una de las literas de atrás, gritó un "¡Cállense!" genérico. Como eran ocho las mujeres que dormían en esa celda tan pequeña, era difícil saber dónde terminaba un cuerpo y dónde empezaba otro, y casi imposible identificarse a una misma como persona individual. -Yo digo que no mataste a nadie, Libertad. Nomás andas diciendo eso para impresionarme. ¿Estabas vendiendo chocolate en Tijuana? -¿Chocolate? -Lodo, Tootsie Roll, heroína. ¿O te secuestraste al hijo de algún millonetas? Ándale, Libertad, ¿cuándo vas a confiar en mí? Llevas casi un año metida en este agujero. Ya te llegó la hora de compartir con tus amiguitas. -Te digo que no te metas. -Ya sé: te enamoraste de un narco. ¿O fue un fraude? ¿O una estafa? Apuesto que te enredaste en uno de esos crímenes de gente educada. -No voy a hablar del tema. Punto. -Siquiera dime qué demonios haces encerrada en una cárcel mexicana. Tu gobierno debería estarte sacando de aquí. ¿No es eso lo que hacen los gringos en sus películas? -Ya párale, ¿sí? Yo no me la paso tratando de averiguar por qué estás aquí. -Es que ya lo sabes. -Lo único que sé es que mataste a tu esposo. No es ningún secreto. Se lo has dicho a todo el mundo. -Sí, es cierto, pero por qué lo hice, eso no lo comento con cualquiera. Sólo con quien sé que me entendería, o sea tú y nadie más en este pinche tambo. -A ver, pues, ándale, dime, ¿por qué lo mataste? -Por amor. Libertad envidió la contundente certeza de la Maciza sobre los motivos de su crimen. En cambio, en su memoria sólo había confusión y caos. Tendría que darse a la tarea de limpiar y organizar, barrer y trapear, dejar su mente en orden. Nada le daba más miedo. Durante sus primeros días de reclusión en el Centro Penal Femenil de Rehabilitación Social de Mexicali (CEPEFERESOMEX), Libertad había intentado evitar cualquier tipo de conversación con las demás internas; pero entre más se apartaba de ellas, más la buscaban y la acosaban con preguntas. En los pasillos, en los baños, en la cocina. De vez en cuando sentía ánimos de confesarles por qué estaba presa; pero al tratar de dar una explicación, la abandonaba su vocabulario. Cierta vez, cuando se lo preguntaron directamente, logró balbucear un feto de palabra, algo así como "Iaaggrhh". Y como estaba en la cafetería, la mujer a su lado pensó que se ahogaba y le pegó en la espalda con todas sus fuerzas, tirando al suelo la charola con la cena de Libertad. Por más que ésta trató, no pudo rescatar sus chilaquiles rojos sin queso ni crema ni, por supuesto, pollo, y se tuvo que ir a dormir con el estómago vacío. Libertad no estaba cumpliendo la regla no escrita que obligaba a toda interna de nuevo ingreso a declarar y hacer pública la razón de su encarcelamiento. La comunidad entera debía saber quién le había hecho qué a quién y por qué la acusada insistía en que era inocente. Y claro, se esperaba que contara los hechos con todo detalle. De otro modo, ¿de qué hablarían durante los interminables días del desierto mexicalense? Debido al comportamiento de Libertad, nunca antes visto en esos sitios, entre las demás internas se desató un incómodo ambiente de desesperada curiosidad. Libertad sentía la distancia que esto provocaba e intentaba integrarse de otras maneras. Le enseñó a la Diva, una de sus siete compañeras de celda, famosa por su autoridad en el tema de lo último en moda de prisión, cómo calcular la hora colocando los dedos de la mano derecha en ángulo perpendicular a la palma de la mano izquierda. -Es el reloj de sol que traemos en el cuerpo. -Muy útil aquí encerradas -dijo la Diva, casi quemándose las pupilas al tratar de ver en dirección al cenit, parada en medio del patio de ejercicios. Libertad también le ayudaba a la Maciza a entrenar para un maratón imaginario cronometrándole mentalmente los tiempos cuando corría por los pasillos de la prisión, y compartía sus tamales pellizcados con la Culebra, la mujer con las uñas más largas de la comunidad. Pero aún después de pasar lista, luego de apagadas las luces y de que todas las internas se acurrucaban en sus camas para dar por terminado un día más de condena, una pregunta cruzaba la oscuridad de la celda hasta Libertad: "¿Te entambaron por homicidio?" No habían pasado ni dos meses desde la llegada de Libertad a la cárcel cuando sus compañeras de celda no pudieron más y decidieron aplicar todo tipo de técnicas para exprimirle la información, incluso las extremas y de rigor que las autoridades habían empleado con ellas al interrogarlas. Pero justo antes de recurrir a la tortura, la Maciza les puso el alto. Sabía que Libertad confesaría tarde o temprano, y para lograrlo tenía maneras más psicológicas. -Está bien si no quieres hablar del asunto. Tengo todo el tiempo del mundo. Ya te darás vuelo con tu historia cuando estés lista -le decía la Maciza-. Es lo único que hacemos aquí: darnos vuelo con nuestras historias. -No es que no quiera hablar, Maciza. Es que no puedo. No me sale. -No te preocupes, ya te saldrá. Yo te puedo ayudar. Un libro lo cambió todo. Cuál libro, Libertad no recordaba. Sólo sabía que unos meses después de haber llegado al Centro Penal Femenil de Rehabilitación Social de Mexicali fue a la biblioteca, bajó del estante un libro manoseado y empezó a leer en voz alta, como su padre le había enseñado, ya que no sabía hacerlo de otro modo. Y sentada en ese salón oscuro se dio cuenta de que las palabras impresas eran diferentes a las que salían de su boca. Se preguntó si sus pensamientos se estaban enredando con la trama. A veces le ocurría, cuando estaba cansada. Trató de leer de nuevo, esta vez poniendo más atención al texto, pero no le funcionó. De pronto alzó la mirada y vio que un pequeño grupo de internas se habían sentado a su alrededor y la escuchaban atentamente. A partir de entonces iba a la biblioteca en sus ratos libres, elegía un libro cualquiera y leía de viva voz. Entre los capítulos de aquellos libros viejos y deshojados y las historias atrapadas en su memoria, las palabras se convertían de alguna manera en el relato de los hechos que la habían llevado a la cárcel. Cuando les leía a sus compañeras, sentía que la presión que llevaba en el pecho se le aligeraba. Imaginaba sus pulmones atascados de palabras y su voz empujándolas hacia fuera para que la dejaran respirar. Limpiar su alma de remordimiento había resultado ser una tarea lenta y angustiante, pero era la única manera en que podía aliviar su dolor. Empezamos el negocio juntos, mi padre y yo, cuando nací. El letrero en la puerta de nuestro troque decía Transportes González e Hija. Antes de subirme a la cabina y sentarme en el asiento del copiloto, siempre tocaba esas palabras. Este ritual me daba paz. Era parte de mi rutina diaria. Sentir la textura de las letras rosas con su borde morado y con los mismos dedos hacer la señal de la cruz. Luego, abrir el portón del pequeño altarcito de plástico pegado al tablero y darle un beso a la Virgen de Guadalupe. Todo eso tenía que ocurrir antes de meter la llave a la marcha.Libertad miró a los ojos a las internas que la escuchaban y se quitó una gota de sudor que le escurría por la frente. Cada vez que leía en voz alta tenía público; y como lo que leía no estaba en los libros, sino en su cabeza, decidió buscar la forma de convertir esas lecturas en su manera de confesar su crimen. Sólo de ese modo saldría la verdad. Así que en una larga carta que escribió en la parte de atrás de un permiso de visita al que no le había encontrado uso, le sugirió a la directora Guzmán crear un club de lectura, sin costo para el gobierno. Su propuesta fue aprobada de inmediato. Aquel día caliente y árido fingía leer Los tres mosqueteros. El papel del viejo libro estaba tan seco y quebradizo que, desesperado, calmaba su sed absorbiendo la saliva de Libertad cada vez que ella se lamía el dedo para dar vuelta a la página. También el aire estaba preso en el CEPEFERESOMEX. No había corrientes ni brisa. Sólo calor, del que daña las fosas nasales. Esta cárcel era el sitio más caliente de Mexicali, ciudad famosa por ser la más caliente del mundo. Pero la atención de las internas no cedía. La Maciza, sentada en la segunda fila, se soplaba ventisquitas en el escote de su camisa para secar el sudor que se le encharcaba entre sus pechos acolchonados. Al igual que millones de mexicanos, yo nací en Los Ángeles, California. Pero nunca viví ahí. Anduve siempre en los caminos, viajando con mi papá. Atravesábamos el país de costa a costa-cuarenta y ocho estados americanos sin contar Alaska y Hawai-en nuestro flamante troque, recorriendo autopistas, carreteras de uno, dos, tres carriles y hasta pequeñas veredas de tierra que jamás aparecerían en los mapas. Pero nunca cruzamos a México. Nunca. Ese país vecino del sur, no importaba cuánto lo amara, me estaba prohibido. Fue en Estados Unidos donde llegué a ser conocida como la hija de González. Todo lo que sé lo aprendí de mi padre. Hacíamos una escala en cada destino para buscar libros, en inglés o en español, particularmente en aquellas librerías caóticas y atiborradas del centro de la ciudad, casi siempre ubicadas en avenidas principales donde era imposible maniobrar, y menos aún estacionar nuestro troque. Pero el operativo era parte de la aventura. Sin importarnos adónde íbamos, qué tipo de carretera recorríamos o qué tan pesada era nuestra carga, nos leíamos en voz alta uno al otro sobre el constante ronroneo del motor. Nunca fui a la escuela. Aprendí en los caminos. De pequeña yo leía y mi padre manejaba. Cuando por fin me adueñé del volante, él me leía a mí. Después nos intercambiábamos. Y como no teníamos donde guardar nuestros libros en la minúscula cabina del troque, los tirábamos por la ventana, dejando los caminos salpicados de cultura. Rayuela debe estar tumbado junto al esqueleto de un zorrillo en la cuneta de la autopista interestatal I-10, en las afueras de Indio. Las páginas sueltas de Hamlet, enredadas entre las varas de arbustos desérticos, seguramente andan revoloteando en la carretera 86, allá por Salton Sea. Las dunas de arena camino a Palm Springs, donde los molinos atrapan el viento seco y lo convierten en electricidad, han de estar digiriendo la edición de lujo de Don Quijote. Si pudiera hacer una tira continua con todos los renglones que he leído viajando de un lugar a otro, podría anudar un listón de palabras alrededor del mundo. Libertad detuvo su lectura para ver la hora en el reloj de pared que colgaba en la biblioteca. Una vez más, como sucedía desde su inicio un par de meses antes, la hora semanal asignada al Club de Lectura se había terminado demasiado pronto. Devolvió Los tres mosqueteros a su lugar en la estantería, al lado de Crimen y castigo, y anunció a su público: -Eso es todo por hoy. Continuamos el miércoles que entra. -¿Dónde está la mamá? -preguntó la Maciza al salir-. ¿Dónde fregados está la mamá? -Viene en uno de los capítulos siguientes. -¿Por qué no está en el troque con su hija? -Ya te enterarás. Chaquiras, ¿me copias? ¡Ey!, Frito Burrito. Pensé que andabas en Rosarito con esa chamaca que levantaste en Sacramento. ¡Qué va! La muy putita. Me botó más rápido de lo que piso los frenos. Se me hace que extrañó su burdel. ¿Dónde andas? Estoy atorado en el 5, voy pa'l sur, pasandito Norwalk. Voy a diez millas por hora. ¿Qué diablos haces en el bulevar a estas horas, Chaquiras? Tú que eres tan chingón, ya debías de saber. Me iba a ir más temprano, pero se me perdió mi mentiroso con todos los datos del viaje en la oficina del dispatcher. Ahora me toca soportar a todos estos cuatritos, Hondas, vochos, Toyotas, SUVs, minivans. Nomás andan queriendo llegar a su casa a tiempo para cenar y hacen puras tonterías en la carretera. ¿Y tú pa' dónde vas? Llevo esta carga de mierda a Long Beach, pero el 710 no está tan atascado. Oye, ¿a quién crees que me encontré en el Mercury Café? Escúpelo, pues. A González y a su niña. Es cierto lo que andan diciendo de ellos. ¿Lo de los libros? ¡Todo! Estaban estudiando. Él le andaba enseñando matemáticas o algo. Y luego que saca un cepillo y que le hace una trenza. Es una chulada la niña. Y viven en el troque. Se han acomodado bien en el sleeper en la parte de atrás de la cabina. Parece que nomás tiene una cama. No sé cómo le hagan. Ése es su domicilio. Bueno, ái te veo. Cuidado con esas güeras. Más bien pégatele a tu media naranja. Okey, compa, buen camino.

What People are Saying About This

"Escandón nos ha regalado otra obra de arte. Un misterio apasionado, caprichoso, y divertido".
Jorge Ramos

"Mil y una noches en una prisión de mujeres en Mexicali ... Transportes González e Hija trata de nuestra compulsión de convertir eventos en historias e historias en puentes de concordia".
John Sayles, guionista y director

"Una nueva e ingeniosa versión de la odisea de Scheherazade --pero sobre ruedas y con sabor mexicano--."
Ilan Stavans, autor de Spanglish: La creación de una nueva lengua americana

Reading Group Guide

1. ¿Cuánto cree usted que a la directora Guzmán le importa el bienestar de las mujeres bajo su vigilancia? ¿Es efectivo su sistema para promover el bienestar de las presas?

2. La mayoría de las mujeres en la prisión se inventan apodos. ¿Qué dice esto sobre la cultura carcelaria? ¿Qué le dicen a usted apodos como la Maciza, la Matriarca, la Diva?

3. En el transcurso de la novela, algunas prisioneras expresan a la directora Guzmán su deseo de permanecer en la prisión aun después de ser liberadas. ¿Por qué cree que ocurre esto?

4. ¿Encuentra alguna relación entre los apodos que se inventa Joaquín González y los nombres de personajes famosos de la literatura? ¿Por qué cree que Joaquín elige esos apodos para ocultarse de las autoridades mexicanas?

5. ¿Por qué desarrolla Joaquín González un delirio de persecución? ¿Tiene motivos realistas?

6. ¿Qué es lo más importante que Libertad aprende en la cárcel?

7. ¿Cómo es posible que Libertad se sienta prisionera en los caminos y libre en la cárcel?

8. ¿Qué hace tan cautivadora la historia de Libertad para su audiencia?

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