Marley y yo: La vida y el amor con el peor perro del mundo

Marley y yo: La vida y el amor con el peor perro del mundo

by John Grogan
Marley y yo: La vida y el amor con el peor perro del mundo

Marley y yo: La vida y el amor con el peor perro del mundo

by John Grogan

Paperback(Spanish Language Edition)

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Overview

La conmovedora e inolvidable historia de una familia y su maravillosamente neurótico perro, quien les enseñó lo que realmente importa en la vida.

Product Details

ISBN-13: 9780061777110
Publisher: HarperCollins
Publication date: 11/18/2008
Edition description: Spanish Language Edition
Pages: 448
Product dimensions: 8.08(w) x 5.22(h) x 0.91(d)
Language: Spanish

About the Author

About The Author
John Grogan is the author of the #1 international bestseller Marley & Me: Life and Love with the World's Worst Dog, the bestselling middle-grade memoir Marley: A Dog Like No Other, and three #1 best-selling picture books: Bad Dog, Marley!, A Very Marley Christmas, and Marley Goes to School. John lives with his wife and their three children in the Pennsylvania countryside.

John Grogan ha sido un premiado reportero gráfico y columnista por más de veinticinco años. Vive en Pensilvania con su esposa Jenny y sus tres hijos.

Hometown:

Emmaus, Pennsylvania

Date of Birth:

March 20, 1957

Place of Birth:

Detroit, Michigan

Education:

B.A. in Journalism and English, Central Michigan University, 1979; M.A. in Journalism, The Ohio State University, 1986

Read an Excerpt

Marley y yo
La vida y el amor con el peor perro del mundo

Capítulo Uno

Y con el cachorro somos tres

Éramos jóvenes y estábamos enamorados. Nos regodeábamos en esos primeros y sublimes días de matrimonio, cuando se tiene la impresión de que la vida no puede ser mejor.

Pero no podíamos vivir solos.

Así que una tarde de enero de 1991, mi esposa, con quien llevaba casado quince meses, y yo comimos algo rápido y nos marchamos para responder a un anuncio que había salido en el Palm Beach Post.

Yo no tenía nada claro por qué lo hacíamos. Unas semanas antes, me había despertado poco después de amanecer y había descubierto que la cama junto a la mía estaba vacía. Me levanté y encontré a Jenny con el albornoz puesto, sentada a la mesa de cristal que había en el porche cerrado de nuestra casita, inclinada sobre el diario con un bolígrafo en la mano.

La escena no era inusual. El Palm Beach Post no sólo era nuestro diario local, sino que también era la fuente de la mitad de nuestros ingresos, ya que éramos una pareja de periodistas profesionales. Jenny escribía editoriales en la sección titulada «Accent » del Post, mientras que yo me ocupaba de las noticias en el diario rival, el Sun-Sentinel del sur de Florida, cuya sede estaba a una hora de Fort Lauderdale. Todas las mañanas, Jenny y yo nos dedicábamos tranquilamente a revisar los diarios para ver cómo habían publicado nuestras historias y cómo quedaban frente a lacompetencia, por lo cual hacíamos círculos en torno a algunos, recortábamos otros y subrayábamos líneas de ciertos otros.

Pero esa mañana, Jenny no tenía la nariz metida en las páginas de noticias, sino en las de anuncios. Cuando me acerqué, noté que hacía círculos enfebrecidos en la sección titulada «Cachorros-perros».

—Ah...—exclamé en esa voz aún gentil del marido recién casado—. ¿Hay algo que yo debería saber?

Jenny no respondió.

—¡Jen, Jen!

—Es por la planta—dijo finalmente, con una cierta desesperación en la voz.

—¿La planta?—pregunté.

—La maldita planta—dijo—. La que matamos.

¿La que matamos? Yo no tenía intención de aclarar el asunto en ese momento, pero quiero dejar constancia de que se trataba de la planta que yo le había regalado y que ella había matado. La cosa sucedió así. Una noche, la sorprendí llevándole de regalo una enorme y bonita dieffenbachia con hojas verdes, vetadas de color crema. «¿A qué se debe esto?», preguntó ella. Pero no había motivo alguno. Se la regalé sólo como una manera de decir: «¡Vaya, qué grandiosa es la vida de casados!»

Jenny quedó fascinada tanto con el gesto como con la planta, y me los agradeció abrazándome y dándome una beso en los labios. Después se dedicó de inmediato a matar mi regalo con la fría eficiencia de toda una asesina, aunque no lo hizo de manera intencionada, sino que la regó hasta matarla. Jenny y las plantas no se entendían. Basándose en el supuesto de que todas las cosas vivas necesitan agua, pero olvidándose al parecer de que también necesitan aire, procedió a anegar la planta todos los días.

—Ten cuidado de no regarla más de lo que debes—le advertí.

—Vale—me respondió, antes de añadirle varios litros más de agua.

Cuanto más padecía la planta, más la regaba ella, hasta que por fin se deshizo hasta formar una pila de restos herbáceos. Miré el lánguido esqueleto de la planta que había en la maceta junto a la ventana y pensé: ¡Lo que se entretendría alguien que creyera en los presagios al ver esto...!

Y allí estaba Jenny, haciendo una especie de salto cósmico de lógica desde la flora muerta en una maceta a la fauna viva en los anuncios clasificados sobre perros. Había dibujado tres grandes estrellas rojas junto a uno que leía: «Cachorros de labrador, amarillos. Raza pura avalada por la AKC.* Vacunados. Padres a la vista.»

—¿Quieres contarme una vez más ese asunto de la planta y el perro?

Mirándome con fijeza, dijo:

—Puse tanto empeño..., y mira lo que pasó. Ni siquiera puedo mantener viva una estúpida planta. ¿Y cuánto cuesta hacer eso? Lo único que hay que hacer es regar la maldita planta.

Pero después tocó el meollo del asunto.

—Si ni siquiera puedo mantener con vida una planta, ¿cómo haré para mantener con vida a una criatura?—dijo, al borde de las lágrimas.

El Asunto del Bebé, como lo había apodado yo, se había convertido para ella en algo constante, que crecía día tras día. Cuando nos conocimos, en un pequeño diario del oeste de Michigan, hacía pocos meses que Jenny se había licenciado y la seria vida de adultos aún era un concepto muy lejano. Aquél fue el primer trabajo profesional que tuvimos los dos después de licenciarnos. En esa época comíamos mucha pizza, bebíamos mucha cerveza y no dedicábamos ni un solo pensamiento a la posibilidad de que un día dejáramos de ser unos consumidores de pizza y cerveza jóvenes, solteros y libres.

Pero pasaron los años. Apenas habíamos empezado a salir juntos cuando se nos presentaron diversas oportunidades de trabajos—en mi caso, un programa de posgrado de un año—que nos dirigieron hacia lugares distintos de la zona este de Estados Unidos. Al comienzo estábamos a una hora de distancia en coche, pero después fueron tres horas, luego ocho horas y, por último, veinticuatro. Cuando por casualidad nos encontramos en el sur de Florida y pusimos fin a nuestros desencuentros, Jenny tenía casi treinta años. Sus amigas tenían niños y su cuerpo le enviaba extrañas señales. La oportunidad de procrear, que una vez había parecido eterna, disminuía lentamente.

Me acerqué a ella desde atrás, la rodeé con mis brazos y la besé en la cabeza.

—No pasa nada—le dije.

Pero tuve que reconocer que había puesto a debate una buena pregunta. Ninguno de los dos había criado nada en su vida.

Es cierto que los dos habíamos tenido animales domésticos cuando éramos niños, pero eso no contaba porque teníamos la seguridad de que nuestros padres se ocuparían de ellos. Ambos sabíamos que algún día querríamos tener hijos, pero ¿estábamos preparados para ello? Los niños daban... tanto... miedo... Eran indefensos, frágiles y parecía que fuesen a romperse con facilidad si se los dejaba caer.

Marley y yo
La vida y el amor con el peor perro del mundo
. Copyright © by John Grogan. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.

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