5 días para un matrimonio feliz: Descubre los principios que cambiarán tu vida para siempre

5 días para un matrimonio feliz: Descubre los principios que cambiarán tu vida para siempre

by José Luis Navajo
5 días para un matrimonio feliz: Descubre los principios que cambiarán tu vida para siempre

5 días para un matrimonio feliz: Descubre los principios que cambiarán tu vida para siempre

by José Luis Navajo

Paperback

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Overview

5 días para un matrimonio feliz va orientado a todos aquellos que buscan la forma de consolidar la familia. Sea la suya o la de otros. Matrimonios, jóvenes solteros que buscan principios para establecer su hogar, educadores, instituciones de apoyo a la familia, etc. El objetivo fundamental es proveer de principios que sirvan de columnas para el matrimonio, y hacerlo en un estilo narrativo que resulte fácilmente asimilable, de ahí la forma novelada de este trabajo.

Con la verdadera sabiduría de lo alto, 5 días para un matrimonio feliz nos da los fundamentos para un matrimonio feliz en 4 partes de la siguiente manera:

Parte Primera: El sabio y mi crisis

Parte Segunda: Columnas del matrimonio

Parte Tercera: La comunicación es una gran columna para la familia

Parte Cuarta: ¿Cómo gestiono mi familia?


Product Details

ISBN-13: 9781602558892
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 12/31/2012
Pages: 224
Product dimensions: 5.40(w) x 8.30(h) x 1.00(d)
Language: Spanish

About the Author

José Luis Navajo, tras muchos años de pastorado, en la actualidad es conferencista en ámbitos internacionales y ejerce como profesor en el Seminario Bíblico de Fe. Es comentarista en diversos programas radiofónicos y es columnista en publicaciones digitales. Su otra gran vocación es la literatura, con más de veinte libros publicados. Lleva más de treinta años casado con su esposa, Gene, con quien tiene dos hijas: Querit y Miriam. Vive en España.

Read an Excerpt

5 días para un matrimonio feliz

Descubre los principios que cambiarán tu vida para siempre
By José Luis Navajo

Grupo Nelson

Copyright © 2012 José Luis Navajo
All right reserved.

ISBN: 978-1-60255-889-2


Chapter One

Crisis

Fue una de esas noches que deberían llamarse eternidad.

Una noche siglo en la que la angustia era un pesado lastre sobre las manecillas del reloj. Los segundos goteaban con una lentitud desquiciante, los minutos adquirían la longitud de días y cada hora se me antojaba larga como mil vidas.

Giré mi cabeza por enésima vez y los dígitos rojos del despertador me lanzaron el despiadado mensaje de que solo eran las tres y treinta y tres.

No me gustó la cifra. Alguien me dijo que el tres simbolizaba adversidad, y desde entonces odié ese número, pero lo cierto era que esa noche no hubo otro más apropiado para definir mi estado.

—¡¿Es que nunca va a amanecer?!

Casi lo grité.

Pero lo que en realidad pedía no eran rayos de luz que se filtrasen por los resquicios de la persiana ni que la luna cediera el protagonismo al sol, ni que se apagaran las estrellas.

Era otro el amanecer que anhelaba; otra, muy distinta, la luz por la que clamaba. Lo que en ese instante me aterraba era la profunda noche en la que estaba sumido mi interior y suspiraba por un sol que se alzase en mis tinieblas.

¿La causa? Mi matrimonio.

La relación entre mi mujer y yo no era mala ... sino desastrosa. Ruina era la palabra que mejor definía la condición de nuestro matrimonio.

Esther dio un giro en la cama y me pareció que respondía a mis pensamientos; se acomodó un poco hasta hacerse un ovillo. Enseguida su respiración delató que seguía inmersa en un profundo sueño.

La miré.

La penumbra solo me permitió ver los rasgos más marcados de su fisonomía: el nacimiento de su cabello y cómo este se abultaba en el punto donde la banda de goma lo aprisionaba formando una cola de caballo.

Tenía el rostro dirigido hacia mí, por lo que pude apreciar el puente que comunica su frente con su nariz. Vi incluso los párpados cerrados que, de vez en cuando se estremecían, como si soñara. Y su mano de finos dedos, con los que sujetaba el embozo de la sábana, ajustándola todo lo que podía en torno a su cuello.

Seguí observándola, hasta que mi emoción se confabuló con la oscuridad para disipar la imagen.

Entonces sí, lloré.

Era aterrador escuchar tanto silencio.

¡Qué lejos se puede estar de una persona aunque duerma junto a ti! ¡Qué fría puede parecer una cama, a pesar de que un cálido cuerpo repose en ella a tu lado!

Las palabras que según dicen escribió García Márquez cayeron sobre mí como un manto de helada escarcha: «La peor forma de extrañar a alguien es estar a su lado y saber que nunca le podrás tener».

¿Cuándo y por qué comenzó a romperse todo?

Durante algún tiempo nuestra relación fue bella, realmente agradable, todo lo que cualquier persona pudiera llegar a soñar. Pero tiempo atrás — no era algo reciente— algunas grietas comenzaron a aparecer en el cristal de nuestro matrimonio y ahora parecía haberse hecho pedazos, como si de un objeto de vidrio se tratase.

Éramos dos extraños viviendo bajo el mismo techo.

Compartíamos casa, pero no proyectos.

Colchón, pero no sueños.

Comida, pero no ilusiones.

Vivíamos en un mismo domicilio.

En el mismo lugar, sí, pero en absoluto unidos.

Juntos, pero inmensamente separados.

Miré de nuevo el reloj ... Las cuatro y veintitrés.

El tres ... siempre el tres.

Que amanezca, Dios, haz que amanezca.

Di vueltas y más vueltas en la cama por casi una hora, al final me levanté resignado. Me acerqué a la ventana, levanté las láminas de la persiana y me asomé ante la noche.

La oscuridad era muy bronca, como ocurre siempre antes del amanecer.

«La hora más oscura de la noche — me aseguró alguien hacía mucho tiempo—, es la que precede al alba ...».

La misma persona también me recomendó: «Ve a visitar al Sabio. Seguro que te ayudará. Te dará buenos consejos. Ese tipo es todo un restaurador de familias».

Y sumido en lo profundo de esa noche interminable, allí mismo, con mis ojos fijos en las tinieblas que envolvían a la ciudad tomé una decisión que cambiaría mi vida para siempre: iría a verle. Buscaría su ayuda.

Chapter Two

El Sabio

Nadie supo darme su nombre, porque todos le conocían como el Sabio.

Todas las personas que me hablaron de él, que fueron muchas, lo hicieron con evidentes muestras de respeto y abundaron en palabras de elogio. Aunque no faltó quien añadiese a sus comentarios algún matiz que me produjo desconfianza y que hizo que entornara mis ojos en un gesto de sospecha.

—Es un hombre un tanto raro — me advirtió alguien—, pero no cabe duda de que es bueno.

—Hace cosas extrañas a veces — aseguró otro—, todo un excéntrico, pero sus consejos son muy eficaces.

Y un tercero me pasó un papel mientras decía:

—Este párrafo resume el ideario del Sabio. Él mismo me lo dio el día que fui a su encuentro buscando consejos.

La nota estaba escrita con tinta azul y elegante caligrafía. Decía así:

Mi principal patrimonio se concreta en dos palabras: mi familia.

¿El paisaje más hermoso? El que observo al asomarme a los ojos de mi esposa.

¿La mejor música? La risa de mis hijas. ¿Las sentencias más estimulantes? Aquellas que redactan los labios de los míos al componer preguntas o fabricar opiniones.

Llámame romántico si quieres. Probablemente lo sea, pero de lo que no tengo la más mínima duda, es que fui bendecido con el don incomparable de una preciosa familia.

Es mi mayor tesoro y mi más importante trofeo.

Lo leí y releí varias veces hasta que la voz de mi interlocutor me produjo un sobresalto, trasladándome de nuevo al presente:

—El Sabio te puede ayudar.

—¿Estás seguro? — pregunté. Se trataba más de un ruego que de una pregunta.

—Lo estoy — la convicción que mostraba fue como bálsamo para mi alma. Sobre todo cuando repitió—: El Sabio te puede ayudar.

Y con esa afirmación me quedé, me aferré a ella como a un clavo ardiendo.

Era todo lo que necesitaba, ayuda para remontar la crisis en la que estaba sumido mi matrimonio. Confortado por una fina lluvia de esperanza acudí a su domicilio.

La casa del Sabio

Tal vez fueran los comentarios escuchados, algunos de los cuales apuntaban a la excentricidad del Sabio, los que me hicieron anticipar mi encuentro con él como algo — digámoslo así— «exótico».

Me imaginé que el buen hombre viviría en una cabaña de madera y me recibiría con un turbante en la cabeza, el torso desnudo y una especie de pañal de tela blanca cubriendo las partes menos honrosas de su cuerpo.

Por eso me extrañó que la dirección me llevara a un sencillo barrio de edificios altos.

El Sabio vivía en la planta baja de un bloque de siete pisos de altura.

Respondió la segunda vez que hice sonar el timbre. Un dingdong clásico y nada pretencioso.

—¡Bienvenido! — dijo a modo de saludo.

Ese fue nuestro primer encuentro y mi primera sorpresa: abrió la puerta de par en par, lo mismo que sus brazos. Su alegría al verme parecía genuina y, a juzgar por su alborozo, daba la impresión de que llevara tiempo esperándome, aunque nunca antes le había visto ni jamás le avisé de mi visita.

Me sentí extraño al ser abrazado por un desconocido. ¿Tratará con la misma familiaridad a cuantos recibe en su casa?, pensé.

Pero agradecí muchísimo aquel abrazo que me supo a gloria y cuyo efecto fue decididamente terapéutico, casi sanador.

Le miré durante los escasos segundos que se demoró en invitarme a pasar. Era un anciano que, probablemente, había cruzado la frontera de los ochenta años, de cabello abundante, algo encrespado y completamente blanco. Sobre todo eso, ni un solo matiz de gris, solo blanco. Del mismo color eran sus pobladas cejas, que se asemejaban a dos senderos cubiertos por la nieve.

Ese cabello níveo y el toque bondadoso que le proporcionaba su sonrisa me hicieron recordar a Santa Claus. De no haber sido tan delgado, bien podría haber pensado que tenía frente a mí al mismísimo Papá Noel.

Pero había algo más impactante que su físico, era su personalidad. Se hacía presente en el primer vistazo, sin necesidad de que mediaran las palabras, y de ella se desprendía algo hipnótico que envolvía irremediablemente al interlocutor.

No había nada llamativo en él ni mucho menos en su atuendo. Vestía de manera sencilla, modesta, incluso austera: un pantalón gris algo más ancho de su talla, pues el cinturón le hacía pliegues en la cintura, y el torso cubierto con una camisa suelta y holgada de cuadros blancos y negros que me hizo pensar en un tablero de ajedrez. Sus pies iban embutidos en unas zapatillas de gamuza marrón, muy gastadas pero seguramente muy cómodas.

Todo sencillo, incluso humilde.

Además estaba su mirada; allí sí descubrí algo diferente. Sobre la pátina de humedad que se mecía en las pupilas de color oscuro, pude ver compasión y autoridad en dosis gigantescas. El Sabio no presumía de ellas, sino que las exhalaba a raudales y de forma natural. Lograba así envolver a su interlocutor en un cálido manto de seguridad, afecto y comprensión.

Respondiendo a su invitación entré en la casa y vino entonces la segunda sorpresa. El interior era un exponente de la más radical decoración minimalista. Aquella vivienda estaba casi vacía; no había mueble en el recibidor ni cuadros en las paredes, sin embargo, prevalecía un ambiente tan agradable y acogedor que era imposible echar en falta nada, pese a carecer de casi todo.

Llegamos al salón, donde todo el mobiliario consistía de cuatro sillas de madera y una mesa del mismo material. Una bombilla desnuda colgaba del techo.

El Sabio debió de percibir mi gesto de extrañeza y enseguida aclaró:

—He descubierto que son muy pocas las cosas que necesito para vivir, y esas pocas las necesito muy poco.

—Ya lo veo, no tiene usted muchos muebles — confirmé con un toque de ironía mal disimulado.

—Ni tampoco necesito poseer un techo — me dijo.

—¿No es suyo este apartamento?

—No. Nunca fui propietario de una casa, pero siempre tuve un gran hogar.

—¿Acaso no es lo mismo? — pregunté con cierta incomodidad por lo que me pareció una muestra de suficiencia en el Sabio.

—Ni siquiera parecido — me respondió de forma rotunda.

—Pues acláreme la diferencia — ahora fui yo quien intentó proyectar autoridad, pero no me salió.

—Cada día se construyen más casas, pero se destruyen más hogares. Las llenamos de lujos, pero se vacían del calor familiar. A veces la vida nos hace elegir entre amueblar una casa o llenar un hogar.

—No le entiendo bien — insistí.

—No te preocupes, la mayoría de las personas no lo entienden, pero son demasiados los que invierten tanto en tener, que se quedan sin tiempo y energías para ser. — Tras un breve silencio añadió—: Para tener hay que gastar y para gastar hay que tener. Es un círculo vicioso, adquirimos cosas que no necesitamos con dinero que no tenemos. Y todo ¿para qué? Para impresionar a gente que no amamos y a la que nosotros tampoco le importamos.

»Se necesita todo el tiempo del mundo para alimentar al monstruo del consumismo que, insaciable, acaba devorando la quietud y los momentos necesarios para tener una vida más plena en la que podamos conversar, reír o llorar en familia.

»No hay tiempo para el otro. Estamos demasiado ocupados ganando el dinero que no tenemos para pagar cosas que no necesitamos. Así muere la convivencia y la intimidad, y comienza la agonía del matrimonio».

Lo que el Sabio decía me resultaba demasiado complejo, pero no podía librarme de la sensación de que aquel hombre acertaba en su estilo de vida austero. Por otro lado, era evidente que algo intangible, imposible de definir, pero muy bueno, colmaba aquel lugar y saturaba el ambiente haciendo que, pese a la extrema sencillez y los escasos bienes materiales que ostentaba, podía sentirme muy cerca de la plenitud.

El anciano se dirigió a otro lugar y le seguí. Entró en una estancia y yo tras él. Comprobé enseguida que era la cocina. Minúscula, como el resto de la casa, pero equipada con lo esencial: un frigorífico de una puerta y varios muebles bajos. Sobre uno de ellos estaba encastrada una rudimentaria cocina de dos fuegos. No había armarios colgados en la pared.

En un rincón vi una vieja lavadora y, junto a ella, una mesa y dos asientos sin respaldo. El Sabio ocupó uno y me señaló el otro, en el que me senté.

Todo estaba tan próximo que me dio la impresión de que sin levantarme del taburete sería capaz de introducir ropa en la lavadora con una mano y cocinar sobre el fogón con la otra.

Me había tomado unos momentos para la observación y, cuando volvió a dirigirme la palabra, su voz me produjo un sobresalto.

—La prosperidad no es mala, pero según a qué precio. Lo que es seguro es que «ningún éxito en la vida justifica el fracaso en la familia» — la sonrisa de aquel hombre tenía un efecto sedante—. Porque de eso viniste a hablarme, ¿verdad?, de tu hogar ... ¿o acaso de tu casa?

Chapter Three

Conocer el verdadero significado de la palabra amor

—He venido a hablarle de mi esposa — aún no entiendo por qué mis palabras brotaron con rudeza, como si aquel venerable anciano fuese el culpable de mi desdicha—. Creo que ya no la quiero ... ni ella tampoco a mí. Lo mejor es que nos separemos.

El Sabio me escuchó, me miró a los ojos y de nuevo vi cómo aparecían la compasión y la autoridad en los suyos. Solamente me dijo una palabra:

—Ámala — luego se calló.

—¡Como si fuese tan fácil! — repliqué nada conforme con el curso que estaba tomando la conversación.

—Ámala — insistió con una serenidad asombrosa.

Y ante mi desconcierto, después de un oportuno silencio, agregó:

—Lo que mata a muchos matrimonios es ignorar el verdadero significado de la palabra amor — y desveló el enigma—. Amar es una decisión, no un sentimiento; amar es dedicación y entrega. Amar es un verbo y el fruto de esa acción es el amor.

Las palabras se escurrían de sus labios con la fluidez de quien se ha aprendido de memoria un emotivo discurso, pero con la determinación de quien declara una verdad innegociable.

—El amor es un ejercicio de jardinería: tienes que arrancar lo que hace daño, preparar el terreno, sembrar, ser paciente, regar y cuidar. Has de estar preparado, porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvia, pero no por eso abandonas tu jardín. Ama a tu esposa, es decir, acéptala, valórala, respétala, dale afecto y ternura, admírala y compréndela — se detuvo unos segundos para tomar aire, luego sonrió y finalmente concluyó—. Eso es todo, ámala.

La firmeza de sus reflexiones me dejó fascinado. Aquel anciano resumió en un párrafo la sabiduría de mil vidas.

Sin embargo, acudió a mi mente una duda, oscura como una nube negra en un cielo de verano: ¿Qué podía saber este ermitaño acerca del matrimonio? ¿Acaso un místico como él podía conocer los complicados recovecos de la vida familiar?

Para mi sorpresa, y como si mis pensamientos hubieran quedado expuestos a su mirada, el Sabio se incorporó del taburete, salió de la cocina y regresó enseguida.

—Es mi esposa — me dijo entregándome un retrato un poco más grande que mi mano.

Sorprendido, tomé la foto. No había considerado la posibilidad de que ese hombre pudiera estar casado. Me imaginé que sería un ermitaño que vivía recluido en filosofías; un monástico solterón, al estilo de los ascetas del budismo.

—Paso con ella casi todo el día — me reveló—. Es más, ha sido casualidad que me encontraras hoy. — Reflexionó un instante antes de matizar—. O a lo mejor no lo fue. Tal vez era necesario que estuviera aquí para recibirte.

—¿No vive ella con usted? — interrogué obviando su enigmático comentario.

—Lucía sufre Alzheimer en un estado muy avanzado, por lo que requiere asistencia constante y mucha más fortaleza física de la que yo puedo darle — el tono de su voz, hasta ese momento sedante y reposado, adquirió un matiz sombrío—. No puedes ni imaginarte cuánto añoro los tiempos en los que vivimos juntos bajo este humilde techo.

Me sentí en la obligación de mostrar alguna emoción, y en efecto estaba conmovido, pero solo me salió un torpe, lo siento.

—Llevamos cincuenta y dos años de feliz matrimonio — en este punto el anciano se rehízo—. ¿Se puede pedir más? Toda una vida amando a una mujer y siendo amado por ella.

El Sabio, que permanecía en pie, se inclinó hacia mí como quien se dispone a expresar una confidencia.

—¿Te puedes creer que siento un hormigueo de emoción al saber que esta tarde la veré y tendré su mano entre las mías?

La triunfante declaración del Sabio trajo a mi recuerdo una frase que oí hacía mucho tiempo, aunque fui incapaz de rememorar dónde la escuché ni quién me la dijo. Era más o menos así: «El que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil».

Volví a mirar la fotografía con atención. La imagen mostraba a una ancianita que estaba sentada, con recato y evidente decoro, en una silla. Tenía las manos unidas sobre el regazo y sonreía de forma contagiosa. Sí, destacaba sobre todo la sonrisa angelical de la mujer. También había algo especial en sus ojos que me llamó la atención, algo extraño que no supe definir ni me atreví a preguntar.

—Le hice la fotografía un año antes de que tuviera que ser internada— susurró el anciano mientras tomaba asiento otra vez frente a mí.

Volví a balbucear un lo siento.

—¡Qué felices hemos sido juntos! — en su rostro se alzó de nuevo la luz de una sonrisa.

—Cincuenta y dos años pueden dar para muchos buenos momentos — comenté.

—Así es. Hemos disfrutado de días muy felices y también de algunos sombríos — extendió su mano y tomó la foto que sostenía entre las mías.

(Continues...)



Excerpted from 5 días para un matrimonio feliz by José Luis Navajo Copyright © 2012 by José Luis Navajo. Excerpted by permission of Grupo Nelson. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.

Table of Contents

Contents

Introducción....................ix
Capítulo 1: Crisis....................3
Capítulo 2: El Sabio....................7
Capítulo 3: Conocer el verdadero significado de la palabra amor....................15
Capítulo 4: Distinguir entre lo importante y lo que de verdad importa....................31
Capítulo 5: La tragedia de dar más importancia a la apariencia que a la esencia....................45
Capítulo 6: Hablar no es necesariamente comunicar ni oír lo mismo que escuchar....................53
Capítulo 7: Cómo detectar el «código» en el que llega el mensaje....................61
Capítulo 8: Cuando la voz no es el canal del mensaje....................67
Capítulo 9: El hombre y la mujer son conversadores muy distintos....................71
Capítulo 10: Hablar de todo lo que sea importante para ambos....................77
Capítulo 11: Cómo tratar con mis emociones cuando han sido heridas....................87
Capítulo 12: Cómo enfrentar las crisis vitales....................95
Capítulo 13: ¡Somos demasiado diferentes! Cómo aceptar las diferencias en la pareja....................111
Capítulo 14: Cómo tratar los días malos de mi pareja....................121
Capítulo 15: Cómo superar las decepciones: ¡Mi príncipe azul se ha desteñido!....................133
Capítulo 16: Cómo crecer en gratitud....................145
Capítulo 17: Cómo mejorar en la intimidad dentro del matrimonio....................155
Capítulo 18: La relación con los hijos....................161
Epílogo: El legado del Sabio....................179
Guía de estudio....................193
Notas....................205
Acerca del autor....................209
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