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Conocimiento Espiritual
By Watchman Nee
Zondervan
Copyright © 1986 Editorial Vida
All right reserved.
ISBN: 978-0-8297-5313-4
Chapter One
Cuando Dios trata con nosotros y cuando nosotros tratamos con Dios
Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios.
(Mateo 22:29).
Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza.
(Lucas 22:41-45).
Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad ... Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras.
(Mateo 26:42,44).
Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
(2 Corintios 12:7-9).
Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz.
(Colosenses 1:9-12).
Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras.
(Salmo 103:7).
Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel.
(Mateo 2:4-6).
Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación.
(Juan 11:49-51).
Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos.
(Hebreos 8:10,11).
En el primer pasaje que hemos citado nos encontramos con que unos días antes de la muerte del Señor Jesús algunos saduceos lo interrogaron con respecto a la resurrección. Y dijeron: "Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo. Y después de todos murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?" Y el Señor les dio a ellos una respuesta muy especial: "Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios". No es mi intención explicar esta complicada narración. Pero sacaré de este versículo dos profundos principios que conciernen a nuestra vida espiritual. El primero es comprender las Escrituras y el segundo, conocer el poder de Dios. Estos dos principios indican que el cristiano debe tener dos clases de conocimiento: Primero, el conocimiento de las Escrituras, y el segundo, el conocimiento del poder de Dios.
Por lo común los hijos de Dios que realmente lo buscan se dividen en dos clases: Una conoce la Biblia pero conoce poco el poder de Dios. La otra no conoce mucho la Biblia, pero conoce el poder de Dios. Muy raro es el caso en que los cristianos estén bien balanceados en ambos puntos. No voy a hablar de la importancia relativa de estos dos principios. Más bien, trataré de decirles que no es suficiente simplemente conocer la Biblia sino que se debe conocer también el poder de Dios. Séame permitido contemplarlos a todos ustedes como a personas que entienden las Escrituras, para que yo pueda dirigir la atención de ustedes a este asunto de la forma en que nosotros llegamos a conocer a Dios. El mero conocimiento superficial de las Escrituras no es suficiente ... tenemos que conocer a Dios personalmente. Pero para conocerlo nos hace falta tener tratos con Dios y tratos de Dios con nosotros. No llegaremos al conocimiento de Dios si no tenemos tratos con Él y no esperamos que Él tenga tratos con nosotros. Porque la senda que conduce al conocimiento de Dios va por esos tratos. No hay otro camino. Hace falta que cada uno de nosotros tome esto muy en serio.
El conocimiento de la Biblia no equivale al conocimiento de Dios
Recordemos que un día llegaron unas personas a Jerusalén e iban preguntando por todas partes: "¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?" Ellos les preguntaban a todos mientras iban caminando. Llegó esto a oídos de Herodes y se turbó. Mandó a llamar a los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo para inquirir de ellos dónde iba a nacer el Cristo. Cuando los sacerdotes y los escribas oyeron esta pregunta, ¿acaso alguno de ellos contestó que tenía que ir a su casa para escudriñar las Escrituras o que se le había olvidado traer su Biblia? No, sino que rápidamente recitaron de memoria al profeta y contestaron: "En Belén de Judea". Esto nos revela lo bueno que era su conocimiento de las Escrituras. Cuando se les preguntó pudieron dar una respuesta instantánea. ¿Fue errónea su respuesta? No, de ninguna manera. Sin embargo lo sorprendente fue que después que dieron esa respuesta, ninguno de los escribas ni de los ancianos saliera para ir a Belén. Lo que ellos sabían era de lo más exacto; sin embargo, lo único que hicieron fue decirles a los magos del oriente que fueran a Belén. Fueron como el policía de tránsito que dirige a la gente hacia donde cada uno quiere ir en tanto que él sigue inmóvil en su puesto. Aunque su conocimiento era excelente, ellos en persona no fueron ni buscaron al Mesías. Estos magos deben de haber sabido por los escritos de Daniel que nacería un niño que iría a ser el Rey de los judíos, y fue por eso que hicieron un largo viaje para hallar al Señor. ¿No es extraño que los que tenían poco conocimiento de las Escrituras buscaran con ansiedad al Rey de los judíos, en tanto que los que tenían un gran conocimiento de las Escrituras no lo buscaran? Habiendo viajado un largo trecho para buscar al Señor, la gente que vino del oriente finalmente lo encontró. Por eso es posible que los que sólo tienen el conocimiento bíblico no conozcan a Dios.
Esto resulta cierto no sólo en lo concerniente al nacimiento de Cristo sino también en cuanto a su muerte. ¿No fue acaso Caifás el que predijo: "Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca"? (Juan 11:50). ¿Quién fue, no obstante, el que condenó a muerte al Señor Jesús? ¿Quién sino Caifás y su suegro Anás? De ahí se ve lo inútil que es tener conocimientos bíblicos sin conocer al mismo tiempo a Dios. A través de las profecías de Jeremías Dios fue diciendo una y otra vez: "Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón ... Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande" (Jeremías 31:33,34). No es suficiente tener un conocimiento exterior de la Biblia. Tal conocimiento tiene que estar escrito también en el corazón del hombre. El tenerlo escrito en el corazón trae como resultado el conocimiento de Dios. Deseo que ustedes se den cuenta de cuán inadecuado es el simple conocimiento mental de la Biblia. Debemos tratar también de conocer a Dios.
Hay una condición lamentable que es muy común en la actualidad, y es que son pocos los que realmente conocen a Dios. Hermanos, es posible que nos dediquemos con frecuencia a estudiar la Biblia y que, a pesar de todo, todavía no conozcamos a Dios. El que posee tan sólo algún conocimiento de la Biblia es como el que lucha nada más que con una caña a modo de arma. Esta se doblará según sople el viento, ya que no es resistente. Permítanme hacerles esta pregunta: ¿Quién puede decir hoy que conoce el propósito de Dios, la mente de Dios, su voluntad y sus caminos? Yo he dicho muchas veces que conocer a Dios es algo precioso más allá de toda medida. Nada puede compararse con ello. Hay gente que puede abrir la Biblia y ponerse a hablar bastante bien sobre un pasaje determinado, pero es posible que no conozca a Dios en absoluto. Los tales puede ser que hablen muy bien y, con todo, serles extraños a Él. El conocimiento de la Biblia nos debe guiar al conocimiento de Dios. En la actualidad esto no sucede así.
Cómo conocer a Dios
En el huerto de Getsemaní el Señor Jesús oró para conocer la voluntad de Dios. Getsemaní significa "prensa de aceite". El Señor Jesús sabía que Él tenía que prensar el aceite allí. Se arrodilló y oró, diciendo: "Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42). La Biblia nos dice que Él oró la segunda vez y la tercera vez en la misma forma. Él no oró simplemente una vez para dejar luego que la cosa sucediera por su propia cuenta. No. Él oró tres veces. Y cuando se levantó de la oración, es decir, después que terminó de orar, el Señor vino a sus discípulos y les dijo: "Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores" (Mateo 26:45). Cuando Él oraba en Getsemaní, dijo: "Si es posible, pase de mí esta copa" (Mateo 26:39); pero cuando Pedro sacó su espada y le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote, el Señor hizo esta declaración: "La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?" (Juan 18:11). De manera que durante el tiempo de su oración en el huerto de Getsemaní la copa todavía parecía ser algo dudoso. Pero después que se levantó de la oración, ya no tenía ninguna duda en cuanto a la copa que estaba dispuesto a beber. Con orar tres veces, pudo conocer la mente de Dios. Él no daba nada por sentado sino que buscaba el conocimiento de Dios por medio de la oración. Allá en el huerto tuvo tratos con Dios y Dios también tuvo tratos con Él.
Pablo tenía un aguijón en la carne. No estoy tratando de identificar ese aguijón. Basta con decir que era algo que lo hacía sentirse molesto y que lo pinchaba como un aguijón. También, al referirse a eso, lo llamó "un mensajero de Satanás"; de manera que debe de haber sido algo muy perturbador. Sin el poder de Cristo, Pablo no habría sido capaz de soportar ese aguijón. Él oró tres veces, pidiéndole al Señor que le quitara el aguijón. Pero el Señor le dijo: "Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9). Ahora él estaba claro en este punto. ¿Acaso oró él una cuarta vez? No. Porque a la tercera vez ya el Señor habló y el asunto quedó solucionado por su palabra. Pablo no decidió nada de acuerdo a su propio conocimiento. Prefirió tratar con Dios en oración para conocer con certeza cuál era su voluntad en lo concerniente a este asunto en particular.
De las experiencias por las que pasaron nuestro Señor y aquel apóstol sacamos este principio: Si se desea conocer a Dios, se tiene que aprender a tener transacciones con Él. En otras palabras: hace falta tratar con Dios, y que Dios trate con nosotros. Muchos cristianos se descuidan, y dejan pasar las dificultades y los problemas sin recibir tratos de parte de Dios. Ellos no saben por qué les manda Él tales dificultades. Puede ser que estas personas lean la Biblia diariamente y parezcan poseer cierto conocimiento y alguna luz. Sin embargo, están en la ignorancia con relación a la mente del Hijo de Dios. Es claro que su conocimiento es insuficiente. Por esta razón, muy amados, tenemos que tratar con Dios y recibir tratos de parte de Dios. Será entonces que lo habremos conocido de verdad.
En la práctica
Permítanme ponerles un ejemplo. Cada uno de nosotros tiene un pecado en particular que fácilmente lo enreda. Algunos se preocupan por este pecado, en tanto que para otros la causa de la caída es aquel pecado. Algunos no pueden vencer el orgullo; otros no pueden vencer los celos; hay quienes no pueden vencer su mal carácter; algunos no pueden vencer al mundo, y otros no pueden vencer los deseos de la carne. Cada uno tiene un pecado especial, y sabe cuál es, pero no es capaz de vencerlo. Un día se encuentra en Romanos 6:14 con que "el pecado no se enseñoreará de vosotros" y en Romanos 8:1, 2 que "ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús ... Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte". Uno está ahora en posesión de estos pasajes y, sin embargo, no puede vencer su pecado. La verdad que se posee no puede ser puesta en práctica. Me temo que hay muchos hermanos entre nosotros que se encuentran ante un dilema similar. Si algún otro creyente que no puede vencer el pecado se acerca a ellos para pedirles ayuda, quizá sean capaces de hablarle extensamente sobre la gran doctrina de cómo vencer el pecado, pero sin la experiencia de haberlo vencido. Por consiguiente, el hermano que viene buscando ayuda regresará a su casa armado con cierto conocimiento de cómo vencer el pecado, pero sin la experiencia de haberlo vencido. Eso quiere decir que lo que mucha gente oye es un simple conocimiento de las Escrituras. Dios no ha tenido tratos con ellos, por eso es que no conocen el poder de Dios.
¿De qué manera, pues, llegamos a conocer a Dios a través de las relaciones que Él tiene con nosotros? Supongamos el caso de uno que se irrita fácilmente. Este se allega a Dios en oración con relación a ese asunto. Va también a pedirle consejo a alguien en cuanto a la manera de vencer este pecado en particular. Quizás el hermano le diga: "Usted debe pedirle a Dios que erradique la raíz de este pecado de tener mal carácter, de la misma forma como se sacaría una muela cariada". (Ojalá que eso pudiera suceder, pero sabemos que es absolutamente imposible. El pecado no puede ser extraído. Se anclará más firmemente cuanto más trate de sacarlo. Un consejo tal no habrá de ayudar en nada, ya que es completamente ajeno a la experiencia.) Después de haber sido aconsejado de esa manera, el hermano que se irrita ora a Dios en conformidad con eso. Pero, en lugar de ver erradicado el pecado, se encuentra con que se va profundizando más en él. Sin embargo él es uno de los que temen a Dios; no va a pasar por alto el pecado que no puede vencer. Ha de tener tratos con Dios. Se llegará a Él en oración, no sólo una vez sino dos y hasta tres veces, para preguntarle qué es lo que pasa en realidad. Al hacerlo así, Dios le enseñará la verdad de Romanos 6:6: que Él no trata con el cuerpo de pecado sino que trata con el viejo hombre. Dios no saca de la carne la raíz de pecado sino que crucifica en la cruz al viejo hombre.
Después de cierto tiempo se encontrará conque vuelve a tener mal genio. Así que buscará a otro hermano para que lo ayude. Quizá él le diga que como nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo cuando Él murió, es necesario que se reconozca como ya muerto y entonces vencerá. Con esto acaba de lograr un poco más de conocimiento. Cuando llegué la tentación, hay que considerarse muerto. ¡Quién hubiera pensado que por más que se considere así, su temperamento todavía se saldrá fuera de control! Este método no es de provecho. Aunque la Biblia establece claramente que al considerarnos muertos podemos vencer, no vencemos. Si uno es temeroso de Dios, volverá a buscar al Señor una vez más. Entonces se le mostrará que el hecho de reconocerse muerto no empieza a la hora de la tentación, sino que ya hemos muerto con Cristo. Nuestro corazón debe, por tanto, descansar en la obra terminada de Cristo. Cada vez que viene la tentación sabemos que nuestro viejo hombre ya murió. Por consiguiente, no tenemos necesidad de agarrarnos de ninguna palabra, sino simplemente descansar en lo que Dios ya ha hecho por nosotros.
(Continues...)
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