El silencio de las maravillas
Crónicas del alma, reto al olvido y a las cosas maravillosas de la vida.El tiempo sin tiempo de ver pasar las cosas sin que sepamos que están pasando por primera vez. Sin que sepamos que nunca más podrán regresar de la misma manera. Pero los milagros existen. Ocurre que cada cien años, puede que más, una niña guarda sus cosas en una cajita secreta y consigue seguir creciendo sin olvidarla y un día la abra y se siente a escribir y la cajita se transforme en un libro y un libro sí que puede quedarse más de un segundo, incluso mil millones de segundos si lo cuidamos bien y lo leemos como si fuera la primera vez.Parecía natural que, en unas pocas manzanas, católicos, espiritistas, mahometanos, yorubás y protestantes encontrasen hogar, respetadas sus etnias, razas y religiones. Que mi abuela fuera de Islas Canarias y mi abuelo vasco; que hubiera moros en la calle Herrera al doblar de casa y en el número 17 de mi propia calle; que al lado, puerta con puerta y pared medianera compartida, estuviera la casa de huéspedes de Marina la mexicana y Pancho el gallego; que Tomasa, africana, esclava apenas sesenta años antes, celebrara bembés al fondo de mi casa; que el teacher fuera un jamaicano llegado a Cuba en una balsa y que los asturianos, ricos dueños de la fábrica de tabacos y cigarros Fundador jugaran al dominó con el criollo Tatita, el guagüero y sus amigos. Y que, en una esquina al lado del prostíbulo, existiera el colegio americano para los hijos de acomodados empresarios de Estados Unidos. Años más tarde, tuve conciencia de que el Caribe implicaba - también- un régimen de tolerante convivencia.Quién sabe si estos guanajayenses tenían presente que Luis Felipe, duque de Orleans -luego Felipe II, rey de Francia por dieciocho años- y sus hermanos, el conde de Beaujolais y el duque de Montpensie, los tres hijos de Felipe Igualdad, a finales del siglo XVIII, pasan gran parte de los cuatro meses que están en Cuba, desterrados, en la casa que poseen los condes de Jibacoa, frente al parque de Guanajay.
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El silencio de las maravillas
Crónicas del alma, reto al olvido y a las cosas maravillosas de la vida.El tiempo sin tiempo de ver pasar las cosas sin que sepamos que están pasando por primera vez. Sin que sepamos que nunca más podrán regresar de la misma manera. Pero los milagros existen. Ocurre que cada cien años, puede que más, una niña guarda sus cosas en una cajita secreta y consigue seguir creciendo sin olvidarla y un día la abra y se siente a escribir y la cajita se transforme en un libro y un libro sí que puede quedarse más de un segundo, incluso mil millones de segundos si lo cuidamos bien y lo leemos como si fuera la primera vez.Parecía natural que, en unas pocas manzanas, católicos, espiritistas, mahometanos, yorubás y protestantes encontrasen hogar, respetadas sus etnias, razas y religiones. Que mi abuela fuera de Islas Canarias y mi abuelo vasco; que hubiera moros en la calle Herrera al doblar de casa y en el número 17 de mi propia calle; que al lado, puerta con puerta y pared medianera compartida, estuviera la casa de huéspedes de Marina la mexicana y Pancho el gallego; que Tomasa, africana, esclava apenas sesenta años antes, celebrara bembés al fondo de mi casa; que el teacher fuera un jamaicano llegado a Cuba en una balsa y que los asturianos, ricos dueños de la fábrica de tabacos y cigarros Fundador jugaran al dominó con el criollo Tatita, el guagüero y sus amigos. Y que, en una esquina al lado del prostíbulo, existiera el colegio americano para los hijos de acomodados empresarios de Estados Unidos. Años más tarde, tuve conciencia de que el Caribe implicaba - también- un régimen de tolerante convivencia.Quién sabe si estos guanajayenses tenían presente que Luis Felipe, duque de Orleans -luego Felipe II, rey de Francia por dieciocho años- y sus hermanos, el conde de Beaujolais y el duque de Montpensie, los tres hijos de Felipe Igualdad, a finales del siglo XVIII, pasan gran parte de los cuatro meses que están en Cuba, desterrados, en la casa que poseen los condes de Jibacoa, frente al parque de Guanajay.
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El silencio de las maravillas

El silencio de las maravillas

by Nancy Gonzïlez Arzola
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Crónicas del alma, reto al olvido y a las cosas maravillosas de la vida.El tiempo sin tiempo de ver pasar las cosas sin que sepamos que están pasando por primera vez. Sin que sepamos que nunca más podrán regresar de la misma manera. Pero los milagros existen. Ocurre que cada cien años, puede que más, una niña guarda sus cosas en una cajita secreta y consigue seguir creciendo sin olvidarla y un día la abra y se siente a escribir y la cajita se transforme en un libro y un libro sí que puede quedarse más de un segundo, incluso mil millones de segundos si lo cuidamos bien y lo leemos como si fuera la primera vez.Parecía natural que, en unas pocas manzanas, católicos, espiritistas, mahometanos, yorubás y protestantes encontrasen hogar, respetadas sus etnias, razas y religiones. Que mi abuela fuera de Islas Canarias y mi abuelo vasco; que hubiera moros en la calle Herrera al doblar de casa y en el número 17 de mi propia calle; que al lado, puerta con puerta y pared medianera compartida, estuviera la casa de huéspedes de Marina la mexicana y Pancho el gallego; que Tomasa, africana, esclava apenas sesenta años antes, celebrara bembés al fondo de mi casa; que el teacher fuera un jamaicano llegado a Cuba en una balsa y que los asturianos, ricos dueños de la fábrica de tabacos y cigarros Fundador jugaran al dominó con el criollo Tatita, el guagüero y sus amigos. Y que, en una esquina al lado del prostíbulo, existiera el colegio americano para los hijos de acomodados empresarios de Estados Unidos. Años más tarde, tuve conciencia de que el Caribe implicaba - también- un régimen de tolerante convivencia.Quién sabe si estos guanajayenses tenían presente que Luis Felipe, duque de Orleans -luego Felipe II, rey de Francia por dieciocho años- y sus hermanos, el conde de Beaujolais y el duque de Montpensie, los tres hijos de Felipe Igualdad, a finales del siglo XVIII, pasan gran parte de los cuatro meses que están en Cuba, desterrados, en la casa que poseen los condes de Jibacoa, frente al parque de Guanajay.

Product Details

ISBN-13: 9781950424085
Publisher: Unosotrosediciones
Publication date: 04/22/2020
Series: Narrativa , #3
Pages: 122
Product dimensions: 5.00(w) x 8.00(h) x 0.29(d)
Language: Spanish
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