«Pero a mí no me abandonaron, a mí me perdieron; y es por eso por lo que no pueden recuperarme (...), y a las cosas perdidas las define la ausencia.».
Es la amarga reflexión de un joven argentino, desarraigado. Su único compañero de miserias es su perro Periplos. Vive del hambre, donando sangre. Sueña con ser legionario de la Legión Extranjera y, sin proponérselo, llegará a Somalia en un barco mercante, de bandera desconocida para él, tras una dura travesía, en la que será temido y maltratado a un tiempo, debido a la confusa ausencia de documentación, hablar español, decir que quiere ir a Francia y no hablar francés, además de repetir constantemente las palabras legionario y Legión Extranjera. Será encarcelado y liberado casualmente y conseguirá su propósito de luchar junto a ellos como uno más, en Chad y Libia. Saldrá evacuado a Francia por Argelia. Pasará por todo ello como vivió, sin identidad cierta. Regresará a su país, Argentina, para seguir con el mismo abandono. En su mente un solo pensamiento: regresar a África.
«Los legionarios no le temen al infierno porque ellos ya estuvieron ahí».