Nunca me abandones

Nunca me abandones

by Kazuo Ishiguro

Narrated by Estela Fernández

Unabridged — 10 hours, 0 minutes

Nunca me abandones

Nunca me abandones

by Kazuo Ishiguro

Narrated by Estela Fernández

Unabridged — 10 hours, 0 minutes

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Overview

A primera vista, los jovencitos que estudian en el internado de Hailsham son como cualquier otro grupo de adolescentes. Practican deportes, tienen clases de arte donde sus profesoras -o guardianas- se dedican a estimular especialmente su creatividad y, como todos los jóvenes, descubren el sexo, el amor, los juegos del poder. La institución es una curiosa Arcadia inglesa, recóndita y orgullosa de sus instalaciones deportivas, de sus jardines, de su lago y sus idílicos caminos rurales, que tal vez no llevan a ninguna parte. Porque Hailsham es un mundo hermético, convencional y extraño a la vez, una mezcla de internado victoriano y de colegio para hijos de hippies de los años sesenta, donde los pupilos parecen ser huérfanos y no tienen otro contacto con el mundo exterior que Madame, como llaman a la mujer que viene periódicamente a llevarse las obras más interesantes de los adolescentes, quizá para una galería de arte, o un museo. Donde los profesores -o guardianes- no dejan de repetirles que son muy especiales, que tienen un importante papel que desempeñar en el futuro, y se preocupan obsesivamente por su salud. Y las relaciones sexuales están libremente permitidas, pero se han prohibido los libros de Sherlock Holmes por su alto contenido en nicotina. Los jóvenes también saben que son estériles y que nunca tendrán hijos, de la misma manera que no tienen padres. Kathy, Ruth y Tommy fueron pupilos en Hailsham, y también fueron un juvenil triángulo amoroso, de vértices cambiantes. Y ahora, Kathy H., a los treinta y un años, se permite recordar Hailsham, y cómo ella y sus amigos, sus amantes, descubrieron poco a poco la verdad. Y el lector de esta espléndida, minuciosamente construida novela, utopía gótica, fábula (in)moral, peculiar ficción científica con ecos de Blade Runner y de Soylent Green, irá descubriendo de la mano de Kathy que en Hailsham todo es una imitación, una parodia de la vida de un colegio normal, una representación donde los jóvenes actores no saben que lo son, y tampoco saben que no son más que el secreto terrible de la buena salud de una sociedad. «Ishiguro no escribe como un realista, escribe como alguien que finge serlo, y ésta es una de las razones de la peculiar fascinación que ejerce este libro. En verdad, es un fabulador, un escritor irónico, y bajo su máscara cortés, amable, sus maestros son Kafka y Beckett. Y ambos son escritores cómicos; y las novelas de Ishiguro, conmovedoras, crueles, llenas de sufrimiento y decepciones, son también curiosamente divertidas» (Louis Menand, The New Yorker). «Una novela intrincada, inquietante y conmovedora. Como también lo son todos los anteriores libros de Ishiguro» (G. Dyer, The Independent). «Exquisitamente construida, Nunca me abandones es una novela de terror épica y ética, contada con la sutileza de una miniatura» (Publishers Weekly). «Elegante y sombría, la novela nunca cristaliza en algo tan definido y definitivo como una alegoría, pero tiene su inquietante resonancia... Desde Los restos del día, Ishiguro no había vuelto a escribir sobre las vidas perdidas con tan medida tristeza» (Peter Kemp, The Sunday Times).

Editorial Reviews

From the Publisher

Una novela maravillosa. La mejor que Ishiguro ha escrito desde la sublime Los restos del día”. —The Washington Post

“Lo que Ishiguro ha hecho en estas páginas con tanto arte no es solo construir un aterrador puzzle, sino también crear un mundo ficticio único”. —The New York Times

Product Details

BN ID: 2940159921161
Publisher: Anagrama
Publication date: 12/21/2021
Edition description: Unabridged
Language: Spanish

Read an Excerpt

I

Mi nombre es Kathy H. Tengo treinta y un años, y llevo más de once siendo cuidadora. Suena a mucho tiempo, lo sé, pero lo cierto es que quieren que siga otros ocho meses, hasta finales de año. Esto hará un total de casi doce años exactos. Ahora sé que el hecho de haber sido cuidadora durante tanto tiempo no significa necesariamente que piensen que soy inmejorable en mi trabajo. Hay cuidadores realmente magníficos a quienes se les ha dicho que lo dejen después de apenas dos o tres años. Y puedo mencionar al menos a uno que siguió con esta ocupación catorce años pese a ser un absoluto incompetente. Así que no trato de alardear de nada. Pero sé sin ningún género de dudas que están contentos con mi trabajo, y, en general, también yo lo estoy. Mis donantes siempre han tendido a portarse mucho mejor de lo que yo esperaba. Sus tiempos de recuperación han sido impresionantes, y a casi ninguno de ellos se le ha clasificado de «agitado», ni siquiera antes de la cuarta donación. De acuerdo, ahora tal vez esté alardeando un poco. Pero significa mucho para mí ser capaz de hacer bien mi trabajo, sobre todo en lo que se refiere a que mis donantes sepan mantenerse «en calma». He desarrollado una especie de instinto especial con los donantes. Sé cuándo quedarme cerca para consolarlos y cuándo dejarlos solos; cuándo escuchar todo lo que tengan que decir y cuándo limitarme a encogerme de hombros y decirles que se dejen de historias.

En cualquier caso, no tengo grandes reclamaciones que hacer en mi propio nombre. Sé de cuidadores, actualmente en activo, que son tan buenos como yo y a quienes no se les reconoce ni la mitad de mérito que a mí. Entiendo perfectamente que cualquiera de ellos pueda sentirse resentido: por mi habitación amueblada, mi coche, y sobre todo porque se me permite elegir a quién dedico mi cuidado. Soy una ex alumna de Hailsham, lo que a veces basta por sí mismo para conseguir el respaldo de la gente. Kathy H., dicen, puede elegir, y siempre elige a los de su clase: gente de Hailsham, o de algún otro centro privilegiado. No es extraño que tenga un historial de tal nivel. Lo he oído muchas veces, así que estoy segura de que vosotros lo habréis oído muchas más, por lo que quizá haya algo de verdad en ello. Pero no soy la primera persona a quien se le permite elegir, y dudo que vaya a ser la última. De cualquier forma, he cumplido mi parte en lo referente al cuidado de donantes creados en cualquier tipo de entorno. Cuando termine, no lo olvidéis, habré dedicado muchos años a esto, pero sólo durante los seis últimos me han permitido elegir.

Y ¿por qué no habían de hacerlo? Los cuidadores no somos máquinas. Tratas de hacer todo lo que puedes por cada donante, pero al final acabas exhausto. No posees ni una paciencia ni una energía ilimitadas. Así que cuando tienes la oportunidad de elegir, eliges lógicamente a los de tu tipo. Es natural. No habría podido seguir tanto tiempo en esto si en algún punto del camino hubiera dejado de sentir lástima de mis donantes. Y, además, si jamás me hubieran permitido elegir, ¿cómo habría podido volver a tener cerca a Ruth y a Tommy después de todos estos años?

Pero, por supuesto, cada día quedan menos donantes que yo pueda recordar, y por lo tanto, en la práctica, tampoco he podido elegir tanto. Como digo, el trabajo se te hace más duro cuando no tienes ese vínculo profundo con el donante, y aunque echaré de menos ser cuidadora, también me vendrá de perlas acabar por fin con ello a finales de año.

Ruth, por cierto, no fue sino la tercera o cuarta donante que me fue dado elegir. Ella ya tenía un cuidador asignado en aquel tiempo, y recuerdo que la cosa requirió un poco de firmeza por mi parte. Pero al final me salí con la mía y en el instante en que volví a verla, en el centro de recuperación de Dover, todas nuestras diferencias —si bien no se esfumaron— dejaron de parecer tan importantes como todo lo demás: el que hubiéramos crecido juntas en Hailsham, por ejemplo, o el que supiéramos y recordáramos cosas que nadie más podía saber o recordar. Y fue entonces, supongo, cuando empecé a procurar que mis donantes fueran gente del pasado, y, siempre que podía, gente de Hailsham.

A lo largo de los años ha habido veces en que he tratado de dejar atrás Hailsham, diciéndome que no tenía que mirar tanto hacia el pasado. Pero luego llegué a un punto en el que dejé de resistirme. Y ello tuvo que ver con un donante concreto que tuve en cierta ocasión, en mi tercer año de cuidadora; y fue su reacción al mencionarle yo que había estado en Hailsham. Él acababa de pasar por su tercera donación, y no había salido bien, y seguramente sabía que no iba a superarlo. Apenas podía respirar, pero miró hacia mí y dijo:

—Hailsham. Apuesto a que era un lugar hermoso.

A la mañana siguiente le estuve dando conversación para apartarle de la cabeza su situación, y cuando le pregunté dónde había crecido mencionó cierto centro de Dorset; y en su cara, bajo las manchas, se dibujó una mueca absolutamente distinta de las que le conocía. Y caí en la cuenta de lo desesperadamente que deseaba no recordar. Lo que quería, en cambio, era que le contara cosas de Hailsham.

Así que durante los cinco o seis días sigueientes le conté lo que quería saber, y él seguía allí echado, hecho un ovillo, con una sonrisa amable en el semblante. Me preguntaba sobre cosas importantes y sobre menudencias. Sobre nuestros custodios, sobre cómo cada uno de nosostros tenía su propio arcón con sus cosas, sobre el fútbol, el rounders, (1) el pequeño sendero que rodeaba la casa principal, sus rincones y recovecos, el estanque de los patos, la comida, la vista de los campos desde el Aula de Arte en las mañanas de neibla. A vece me hacía repetir las cosas una y otra vez; me pedía que le contara cosas que le había contado ya el día anterior, como si jamás se las hubiera oído antes: «¿Teníais pabellón de deportes?»; «¿Cuál era tu custodio preferido?». Al principio yo la achacaba a los fármacos, pero luego me di cuenta de que seguía teniendo la mente clara. Lo que quería no era sólo oír cosas de Hailsham, sino recordar Hailsham como si se hubiera tratado de su propia infancia. Sabía que se hallaba a punto de «completar», y eso era precisamente lo que pretendía: que yo le describiera las cosas, de forma que pudiera asimilarlas en profundidad, de forma que en las noches insomnes, con los fármacos y el dolor  la extenuación, acaso llegara a hacerse desvaída la línea entre mis recuerdos y los suyos. Entonces fue cuando comprendí por vez primera —cuando lo comprendí de verdad— cuán afortunados fuimos Tommy y Ruth y yo y el resto de nuestros compañeros.

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