Robopocalipsis / Robopocalypse

Robopocalipsis / Robopocalypse

by Daniel Wilson
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by Daniel Wilson

Paperback(Translatio)

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Overview

Están en tu casa. Están en tu coche. Están en el cielo. Y ahora vienen a por ti.
 
En un futuro cercano, una unidad de inteligencia artificial llamada Archos se activa sola y mata al hombre que la creó. Con este primer acto de traición, Archos inicia el siniestro proceso que la llevará a controlar la red de máquinas y la sofisticada tecnología que regula nuestro mundo. Unos meses más tarde, todos los dispositivos mecánicos se sublevan, haciendo estallar la Guerra de los Robots, una sangrienta ofensiva que diezma a la población humana y que, por primera vez en la historia, hace que hombres y mujeres de orígenes y creencias dispares se unan sin reservas. Durante cinco años librarán una lucha épica, impulsados por una única y férrea motivación: la supervivencia de su especie.
           
Poblada por protagonistas inolvidables, Robopocalipsis es una electrizante y entretenida novela futurista sobre el lado oscuro de la evolución tecnológica.
 
“Profundamente inquietante… Wilson mantiene un excelente ritmo, creando una apasiónate historia sobre los peligros tecnológicos en nuestras vidas”. —Los Angeles Times

Product Details

ISBN-13: 9780307949103
Publisher: PRH Grupo Editorial
Publication date: 08/14/2012
Edition description: Translatio
Pages: 416
Product dimensions: 5.36(w) x 7.82(h) x 0.90(d)
Language: Spanish

About the Author

Daniel H. Wilson se doctoró en robótica en la Universidad de Carnegie Mellon. Ha publicado varios libros de no ficción en torno a la temática de los robots. Vive en Portland, Oregón, con su esposa y su hija.

Read an Excerpt

Informe Preliminar



 
Somos una especie superior por haber libra- do esta guerra.
‑Cormac «Chico Listo» Wallace
 
Veinte minutos después del final de la guerra, observo cómo unos amputadores salen de un agujero helado en el suelo como hormigas del infierno, y rezo para conservar mis piernas naturales un día más.
 
Cada robot, del tamaño aproximado de una nuez, se pierde en la confusión mientras trepan unos encima de otros, y el batiburrillo de patas y antenas se funde en una masa furiosa y sanguinaria.
 
Con los dedos entumecidos me coloco torpemente las gafas protectoras y me preparo para tratar con mi amigo Rob.
 
Es una mañana extrañamente silenciosa. Solo se oye el silbido del viento entre las ramas de los árboles desnudos y el ronco susurro de cien mil hexápodos mecánicos explosivos en busca de víctimas humanas. Desde el cielo, los ánsares nivales graznan mientras planean sobre el gélido paisaje de Alaska.
 
La guerra ha terminado. Es el momento de ver lo que podemos encontrar.
 
Desde donde estoy, a diez metros del agujero, las máquinas asesinas casi parecen bonitas al alba, como caramelos esparcidos sobre la capa de hielo permanente.
 
Entorno los ojos para protegerme del sol, mientras expulso el aliento en débiles vaharadas, y me echo al hombro el viejo y maltrecho lanzallamas. Con el pulgar enguantado, aprieto el botón de encendido.
 
Chispa.
 
El lanzallamas no se enciende.
 
Tiene que calentarse, por decirlo de alguna forma. Pero se están acercando. No hay problema. He hecho esto docenas de veces. El secreto está en mantener la calma y ser metódico, como ellos. Los robots deben de haberme contagiado durante los dos últimos años.
 
Chispa.
 
Ahora puedo ver a los amputadores individualmente. Una maraña de patas con púas unidas a un caparazón bifurcado. Sé por experiencia propia que cada lado del caparazón contiene un líquido distinto. El calor de la piel humana actúa como detonador. Los líquidos se mezclan. ¡Pum! Alguien consigue un flamante muñón.
 
Chispa.
 
Ellos desconocen que estoy aquí, pero los exploradores se están dispersando siguiendo pautas semialeatorias basadas en el estudio de las hormigas al buscar comida llevado a cabo por el Gran Rob. Los robots han aprendido mucho de nosotros y de la naturaleza.
 
Ya falta poco.
 
Chispa.
 
Empiezo a retroceder despacio.
 
—Vamos, cabrón —murmuro.
 
Chispa. Hablar ha sido un error. El calor de mi respiración es como una señal luminosa. La horrible avalancha avanza en tropel hacia mí, silenciosa y veloz.
 
Chispa.
 
Un amputador jefe trepa a mi bota. Ahora tengo que andar- me con cuidado. No puedo reaccionar. Si estalla, en el mejor de los casos me quedo sin pie.
 
No debería haber venido solo.
 
Chispa.
 
Ahora la avalancha está a mis pies. Noto un tirón en la espinillera cubierta de escarcha mientras el amputador jefe trepa por mi cuerpo como si fuera una montaña. Las antenas metálicas avanzan dando golpecitos, buscando el calor revelador de la piel humana.
 
Chispa.
 
Joder. Vamos, vamos, vamos.
 
Chispa.
 
La criatura va a percibir una diferencia de calor al nivel de mi cintura, donde la armadura está agrietada. Si el amputador se activa en mi equipo de protección corporal a la altura del torso, no me mandará a la tumba, pero la cosa tampoco pinta bien para mis pelotas.
 
Chispa. ¡Zas!
 
Ya tengo fuego. Sale una gran llamarada. El calor me invade el rostro y evapora mi sudor. La visión periférica se estrecha. Lo único que veo son las ráfagas controladas de fuego que lanzo trazando un arco sobre la tundra. Una gelatina pegajosa y ardiente cubre el río de muerte. Los amputadores chisporrotean y se derriten a miles. Oigo un coro de gemidos agudos cuando sale el aire helado atrapado en sus caparazones.
 
No hay ninguna explosión, solo se oye alguna que otra llamarada. El calor hierve el líquido de sus armazones antes de la detonación. Lo peor es que ni siquiera les importa. Son demasiado simples para entender lo que les está pasando.
 
Les encanta el calor.
 
Empiezo a respirar de nuevo cuando el amputador jefe se desprende de mi muslo y se dirige hacia las llamas. Siento un intenso deseo de pisar a la pequeña madre, pero ya he visto botas salir disparadas antes. Al principio de la Nueva Guerra, el petardeo apagado de un amputador al detonar y los gritos confusos que sonaban a continuación eran tan habituales como los disparos.
 
Todos los soldados dicen que a Rob le gusta salir de fiesta. Y cuando se pone, es una pareja de baile increíble.
 
El último amputador se retira de forma suicida hacia la masa humeante de calor y cuerpos crepitantes de sus compañeros.
 
Saco la radio.
 
—Chico Listo a base. Pozo quince... trampa explosiva.
 
La cajita me chilla con acento italiano:
 
—Recibido, Chico Listo. Soy Leo. Ven aquí. Mueve el culo hasta el pozo numero sedici. Me cago en la puta. Aquí tenemos algo gordo, jefe.
 
Vuelvo al pozo dieciséis haciendo crujir el hielo para ver con mis propios ojos lo gordo que es.

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