Una Larga Travesía Hasta El Agua: Basada en una historia real (A Long Walk to Water Spanish edition)

Una Larga Travesía Hasta El Agua: Basada en una historia real (A Long Walk to Water Spanish edition)

by Linda Sue Park
Una Larga Travesía Hasta El Agua: Basada en una historia real (A Long Walk to Water Spanish edition)

Una Larga Travesía Hasta El Agua: Basada en una historia real (A Long Walk to Water Spanish edition)

by Linda Sue Park

Paperback

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Overview

This high-quality Spanish-language book can be enjoyed by fluent Spanish speakers as well as those learning the language, whether at home or in a classroom.

Una larga travesía hasta el agua, bestseller del New York Times, comienza como dos historias, que se van alternando, sobre dos niños de once años en Sudán, una niña en 2008 y un niño en 1985. La niña, Nya, va a buscar agua a un estanque que está a dos horas de caminata desde su hogar; cada día, hace dos viajes hasta el estanque. El niño, Salva, se convierte en uno de los "niños perdidos" de Sudán, refugiados que recorren a pie el continente africano en búsqueda de sus familias y de un lugar seguro en el que vivir. Soportando todas las adversidades –la soledad, el ataque de rebeldes armados, el contacto con leones y cocodrilos asesinos–, Salva es un superviviente, y su historia se cruza con la historia de Nya de una manera sorprendente y movilizadora.

The New York Times bestseller A Long Walk to Water begins as two stories, told in alternating sections, about two eleven-year-olds in Sudan, a girl in 2008 and a boy in 1985. The girl, Nya, is fetching water from a pond that is two hours’ walk from her home: she makes two trips to the pond every day. The boy, Salva, becomes one of the "lost boys" of Sudan, refugees who cover the African continent on foot as they search for their families and for a safe place to stay. Enduring every hardship from loneliness to attack by armed rebels to contact with killer lions and crocodiles, Salva is a survivor, and his story goes on to intersect with Nya’s in an astonishing and moving way.


Product Details

ISBN-13: 9780358344896
Publisher: HarperCollins
Publication date: 11/24/2020
Pages: 144
Sales rank: 28,849
Product dimensions: 5.10(w) x 7.60(h) x 0.50(d)
Language: Spanish
Age Range: 10 - 12 Years

About the Author

Linda Sue Park, Newbery Medal winner for A Single Shard and #1 New York Times bestseller for A Long Walk to Water, is the renowned author of picture books and novels for young readers. She lives in Western New York. Learn more at lindasuepark.com.

Read an Excerpt

Sur de Sudán, 2008

Ir era fácil.
      Cuando iba, el gran recipiente de plástico contenía solamente aire. Alta para sus once años, Nya podía cambiar el asa de una mano a la otra, balancear el recipiente a un costado o sostenerlo con ambos brazos. Incluso podía arrastrarlo, golpeándolo contra el suelo y levantando una pequeña nube de polvo con cada paso.
      Cuando iba, el recipiente era liviano. Hacía calor, el sol comenzaba a achicharrar el aire, aunque todavía faltaba mucho para el mediodía. Si no se detenía en el camino, le llevaría media mañana.
      Calor. Tiempo. Espinas.

Sur de Sudán, 1985

Salva estaba sentado en el banco con las piernas cruzadas. Tenía la mirada hacia el frente, las manos juntas, la espalda bien recta. Prestaba atención al maestro con todo su cuerpo. Con todo... excepto con los ojos y el pensamiento.
      Sus ojos no dejaban de mirar hacia la ventana, a través de la cual podía ver el camino. El camino a su casa. Solo faltaba un poquito más, unos pocos minutos más y estaría allí, caminando hacia su casa.
      El maestro hablaba monótonamente sobre el idioma árabe. En casa, Salva hablaba el idioma de su tribu dinka, pero en la escuela aprendía árabe, el idioma oficial del gobierno sudanés, que estaba lejos, hacia el norte. Salva, con sus once años, era un buen alumno. Ya sabía la lección, y por eso dejaba que sus pensamientos pasearan por el camino antes que su cuerpo.
      Salva sabía muy bien que era afortunado de poder asistir a la escuela. No podía asistir todo el año porque durante la sequía su familia se iba de la aldea, pero durante la temporada de lluvias, podía ir caminando a la escuela, que estaba solo a media hora de su casa.
      El padre de Salva era un hombre exitoso. Era dueño de muchas cabezas de ganado y trabajaba como juez de la aldea, una posición respetada y honorable. Salva tenía tres hermanos y dos hermanas. Cuando los varones tenían unos diez años, eran enviados a la escuela. Los hermanos mayores de Salva, Ariik y Ring, habían ido a la escuela antes que él; el año pasado, le había llegado el turno a Salva. Sus dos hermanas, Akit y Agnath, no iban a la escuela. Como las otras niñas de la aldea, se quedaban en la casa y aprendían de la madre cómo ocuparse de los quehaceres.
      La mayor parte del tiempo, Salva estaba contento porque podía ir a la escuela, pero a veces deseaba estar otra vez en casa, arreando el ganado.
      Él y sus hermanos, junto con los hijos de las otras esposas de su padre, caminaban con los animales hasta los pozos de agua, donde había buenos pastos. Sus responsabilidades dependían de sus edades. Kuol, el hermano más pequeño de Salva, se ocupaba solamente de una vaca; al igual que habían hecho antes sus hermanos, cada año tendría a su cargo más vacas. Antes de comenzar la escuela, Salva había ayudado a cuidar a todo el ganado, y también a su hermano menor.
      Los niños debían vigilar las vacas, pero las vacas, en realidad, no necesitaban demasiado cuidado. Eso les dejaba mucho tiempo para jugar.
      Salva y los demás niños hacían vacas de barro. Cuantas más vacas hacías, más rico eras. Pero debían ser animales bonitos, saludables. Llevaba tiempo lograr que una masa de barro se convirtiera en una buena vaca. Los niños competían entre sí para ver quién hacía más y mejores vacas.
      Otras veces, practicaban con sus arcos y flechas, cazando pequeños animales o pájaros. Todavía no eran muy buenos con eso, pero cada tanto tenían suerte.
      Esos eran los mejores días. Cuando uno lograba matar una ardilla o un conejo, una gallina de Guinea o un urogallo, se suspendía ese juego infantil que carecía de un objetivo específico. De repente, había mucho trabajo por hacer.
      Algunos juntaban madera para preparar el fuego. Otros ayudaban a limpiar y a preparar al animal. Luego lo asaban sobre el fuego.
      Nada de esto se hacía sin provocar bullicio. Salva tenía su propia opinión sobre cómo preparar el fuego y cuánto tiempo se debe cocinar la carne; los otros, también.
      “El fuego debe ser más grande”.
      “No durará lo suficiente. Necesitamos más madera”.
      “No. Ya es lo suficientemente grande”.
      “Rápido, ¡gíralo antes de que se arruine!”.
      El jugo de la carne goteaba y chisporroteaba. Un aroma delicioso llenaba el aire.
      Al final, ya no podían esperar ni un segundo más. Solo alcanzaba para que cada niño comiera unos pocos bocados, pero ¡qué deliciosos eran esos bocados!

Salva tragó y volvió la mirada hacia su maestro. Deseaba no haber recordado esos momentos porque los recuerdos le provocaron hambre... Leche. Cuando llegara a casa, tomaría un bol de leche fresca, que mantendría su barriga llena hasta la cena.
      Podía imaginar cada detalle de lo que ocurriría. Su madre suspendería su tarea de moler la comida e iría al otro lado de la casa, la que mira hacia el camino. Con la mano, se protegería los ojos del sol para lograr ver a Salva. Desde lejos, él vería su brillante pañoleta naranja, y la saludaría levantando el brazo. Cuando llegara a la casa, ella ya tendría listo su bol de leche.
      ¡BANG!
      El ruido había llegado desde afuera. ¿Era un disparo? ¿O tan solo un automóvil que petardeaba?
      El maestro dejó de hablar durante un momento. Todas las cabezas miraron hacia la ventana.
      Nada. Silencio.
      El maestro aclaró su garganta. Eso atrajo la atención de los niños hacia el frente de la clase. Continuó la lección desde donde la había dejado. Entonces...
      ¡BANG! ¡PAM–PAM–BANG!
      ¡PUM-PUM-PUM-PUM-PUM-PUM!
      ¡Disparos!
      “Todos, ¡ABAJO!”, gritó el maestro.
      Algunos niños se movieron de inmediato, bajaron las cabezas y se agacharon. Otros se quedaron sentados paralizados, con las bocas y los ojos abiertos. Salva se cubrió la cabeza con las manos y miró de un lado al otro con pánico.
      Manteniéndose pegado a la pared, el maestro fue hasta la ventana. Miró rápidamente hacia afuera. Los disparos habían cesado, pero ahora había gente que gritaba y corría.
      “Salgan rápido, todos”, dijo el maestro en voz baja, insistente. “Al monte. ¿Me escuchan? A sus casas, no. No vayan a sus casas. Ellos irán a las aldeas. Aléjense de las aldeas. Corran hacia el monte”.
      Fue hasta la puerta y miró nuevamente hacia afuera.
      “¡Salgan! ¡Todos! ¡Ya!”.

La guerra había comenzado hacía dos años. Salva no entendía mucho, pero sabía que rebeldes de zonas del sur de Sudán, donde vivían él y su familia, estaban luchando contra el gobierno, que tenía base en el norte. La mayoría de los que vivían en el norte eran musulmanes, y el gobierno quería que todo Sudán se convirtiera en un país musulmán, un lugar en el que se siguieran las creencias del islam.
      Pero los pueblos del sur eran de diferentes religiones y no querían ser forzados a practicar el islam. Comenzaron a luchar para independizarse del norte. La lucha se había extendido por todo el sur de Sudán, y ahora la guerra había llegado al lugar en donde vivía Salva.
      Los niños se pusieron de pie con rapidez, como pudieron. Algunos lloraban. El maestro apuraba a los alumnos para que salieran por la puerta.
      Salva estaba casi al final de la fila. El palpitar de su corazón era tan fuerte que el pulso le latía en la garganta y en los oídos. Quería gritar: “¡Necesito ir a casa! ¡Debo ir a casa!”, pero las palabras estaban bloqueadas por la tremenda punzada que sentía en la garganta.
      Cuando llegó a la puerta, miró hacia afuera. Todos corrían: hombres, niños, mujeres con bebés en brazos. El aire estaba lleno del polvo que levantaban los pies de quienes corrían. Algunos hombres gritaban y agitaban sus armas.
      De un vistazo, Salva advirtió todo.
      Luego, empezó a correr también. Corrió tan fuerte como podía, hacia el monte.
      Lejos de su hogar.

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