Contra el anexionismo
En este libro Saco analiza la historia de los movimientos políticos que pretendían la anexión de Cuba a los Estados Unidos durante el siglo XIX.
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Contra el anexionismo
En este libro Saco analiza la historia de los movimientos políticos que pretendían la anexión de Cuba a los Estados Unidos durante el siglo XIX.
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Contra el anexionismo

Contra el anexionismo

by José Antonio Saco y López-Cisneros
Contra el anexionismo

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En este libro Saco analiza la historia de los movimientos políticos que pretendían la anexión de Cuba a los Estados Unidos durante el siglo XIX.

Product Details

ISBN-13: 9788498970289
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Pensamiento , #86
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 64
File size: 853 KB
Language: Spanish

About the Author

 José Antonio Saco y López-Cisneros (1797-Barcelona, 1879). Cuba.  

 Nació en el oriente de Cuba, en la ciudad de Bayamo y tras la muerte de sus padres se desplazó a La Habana. Allí fue discípulo de Félix Varela en el Seminario de San Carlos, donde se graduó como bachiller en Derecho Civil en 1819.  

 Saco terminó sus estudios de filosofía en la Universidad de La Habana en 1821. En varias ocasiones fue diputado a las Cortes españolas, pero sus críticas a la metrópolis lo obligaron a exiliarse. Saco viajó por Europa y Estados Unidos y colaboró en diversas publicaciones de la época, entre ellas la Revista Bimestre Cubana, de la que fue director.  

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Contra el Anexionismo


By José Antonio Saco

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-028-9



CHAPTER 1

ORIGEN DEL MOVIMIENTO ANEXIONISTA EN CUBA. ACERCA DE LA ANEXIÓN. MOTIVOS DE SU OPOSICIÓN A ELLA


En 1837 quedó Cuba enteramente esclavizada. Ni las cortes ni el gobierno, que la despojaron de todos sus derechos, cumplieron la promesa de darle instituciones especiales. Pasaba un a ño tras otro, y ella sufría en silencio todos los males del despotismo. Buscábales un remedio; pero al mismo tiempo conocía que sus propias fuerzas no eran bastantes para conseguirlo. Aumentaba su dolor el ejemplo de su metrópoli, que ya empezaba a gozar de alguna libertad; y este contraste, tan injusto como humillante, avivaba en Cuba los deseos de mejorar de condición. Por otra parte, en la vecindad de aquella antilla existe un pueblo que presenta un espectáculo seductor. Su inmensa libertad, y su extraordinario y rápido engrandecimiento son estímulos muy difíciles de resistir; y para completar la seducción de los cubanos, la esclavitud de la raza negra fue sancionada en las instituciones de los Estados Unidos, viniendo de esta manera a identificarse en punto tan vital para Cuba los intereses de sus hijos con los de aquella república.

La idea de la anexión fue laborando en silencio; pero en 1846 todavía no era más que un simple y vago deseo que nadie intentaba realizar. La injusta guerra que la Confederación Norteamericana declaró a México en aquel año, y el triste desenlace que tuvo para esta república, pues que perdió una porción considerable de su territorio, transformaron de pronto la opinión de muchos cubanos. Los que anhelaban por la anexión creyeron, que así como los Estados Unidos habían triunfado en México, con la misma facilidad se apoderarían de nuestra Antilla; y enarbolando públicamente su nueva bandera, apareció en Cuba desde 1847 un partido numeroso, que pasando de las ideas a los hechos, trató de ejecutar sus proyectos valiéndose de las armas.

Mientras estas cosas pasaban, estalló en febrero de 1848 la revolución francesa, y proclamada la república, los anexionistas de Cuba cobraron nuevo brío, juzgando que el momento decisivo había llegado ya. Otro partido mucho más formidable que el primero alzó también la cabeza en los Estados Unidos, juntóse con el cubano, y declarándose no ya el protector, sino el ejecutor de la anexión, se aprestó a invadir a Cuba para enseñorearse de ella.

Yo desde Europa seguía paso a paso, y con suma ansiedad, todos sus movimientos. Ligado por antiguos y estrechos vínculos de amistad con algunos de los corifeos anexionistas, ellos trataron desde el principio de incorporarme a sus filas, y aun me ofrecieron diez mil pesos para que fundase y dirigiese un periódico en Nueva York; mas yo, lejos de dar oído a sus invitaciones, aunque confieso que se las agradecí, hice cuanto pude para apartarlos de una senda en que solo veía males para ellos y desgracias para Cuba.


«No tengo, escribía yo desde París, el 19 de marzo de 1848, a uno de los principales anexionistas, residente entonces en Nueva York, no tengo que andar contigo con preámbulos. Conoces a fondo mi corazón y mis ideas, y por lo mismo, es inútil que te haga mi profesión de fe pública. Si los amigos de la Isla, me preguntas, te pusiesen aquí diez mil pesos para que redactases un periódico, ¿aceptarías la honrosa responsabilidad? Con la mano puesta sobre la conciencia, y con los ojos clavados en la patria, francamente respondo que no. Oye mis motivos, pues tú y mis demás amigos tienen derecho a saberlos.»


Y entrando en ellos, concluí mi carta con el siguiente párrafo:


«No, caro amigo, no por Dios. Apartemos del pensamiento ideas tan destructoras. No seamos el juguete desgraciado de hombres que con sacrificio nuestro quisieran apoderarse de nuestra tierra, no para nuestra felicidad, sino para provecho suyo. Ni guerra, ni conspiraciones de ningún género en Cuba. En nuestra crítica situación, lo uno o lo otro es la desolación de la patria. Suframos con heroica resignación el azote de España; pero sufrámoslo procurando legar a nuestros hijos, sino un país de libertad, al menos tranquilo y de porvenir. Tratemos con todas nuestras fuerzas de extirpar el infame contrabando de negros; disminuyamos sin violencia ni injusticia el número de éstos; hagamos lo posible por aumentar los blancos; derramemos las luces; construyamos muchas vías de comunicación; hagamos en fin todo lo que tú has hecho, dando tan glorioso ejemplo a nuestros compatriotas, y Cuba, nuestra Cuba adorada, será Cuba algún día. Estos son mis ardientes votos, y éstos deben ser los tuyos y los de todos nuestros amigos. »


Mis esfuerzos fueron inútiles. Los anexionistas, llenos de esperanza, se separaron enteramente de mí; y como persistiesen en llevar adelante sus proyectos, yo me hallé entonces en la dolorosa necesidad de anunciarles con toda franqueza, que iba a escribir contra la resolución anexionista. Pero antes de reimprimir el papel que publiqué en 1848, conviene decir algo acerca de mis opiniones particulares, y los motivos que a escribir me impulsaron.

¿Hícelo acaso por odio a la anexión? Aunque, nunca he sido anexionista, confieso que ese sentimiento no fue el móvil de mi pluma; y juro por mi honor, que si yo la hubiera considerado como necesaria e indispensable para la salvación de Cuba, en vez de combatirla, le habría dado mi débil apoyo.

Pero detente, me dirán: ¿es posible que te atrevas a negar que en otro tiempo fuiste anexionista? ¿No está ahí para condenarte el último párrafo del Paralelo que escribiste en 1837?

Cuando digo que nunca fui anexionista, no es porque yo piense que el haberlo sido en un tiempo, y dejado de serlo en otro, pueda mancillar el honor de quien en tal caso se hallare. Mientras no se sacrifican los principios políticos y morales, y las bases que sirven de fundamento a la libertad y al progreso de los pueblos; mientras las variaciones solamente recaen sobre los medios que de buena fe se adopten para lograr resultados más ventajosos; lícito es al hombre, y a veces muy meritorio, el renunciar a sus opiniones y abrazar otras nuevas. Numerosos ejemplos de este cambio feliz nos ofrecen la religión y la política. San Pablo, el apóstol de los gentiles y perseguidor de los cristianos, abjuró el paganismo y se convirtió a la nueva religión de Jesús. El gran san Agustín, renunciando los errores de los maniqueos, no fue solo la columna más firme del catolicismo, sino que combatió la misma secta a que había pertenecido. En la edad moderna, en nuestros mismos días, dos de los hombres más célebres de la Inglaterra han debido gran parte de su fama al cambio de sus ideas políticas. Wellington y Peel fueron los constantes enemigos de la emancipación de los católicos, pero ellos fueron también los que en 1829 tuvieron la gloria de abrir a éstos el Parlamento y otras carreras del Estado. ¿No fue ese mismo Peel uno de los adversarios de la reforma mercantil? ¿Y no fue también él quien subió a la inmortalidad, renunciando a sus anteriores ideas, y abrazando y planteando las que por tantos años había combatido? Saco, pues, ser incomparable a esos hombres eminentes, pudo sin mengua suya, y con beneficio de su patria, dejar de ser anexionista.

Aun pudo suceder más. Supóngase que yo fui anexionista en 1837, o antes, si se quiere: supóngase que hubiese permanecido en las mismas ideas y sentimientos en 1848; todavía pude, a pesar de eso, haber escrito, como lo hice, contra la anexión sin ser inconsecuente; porque siendo ella entonces imposible, razón tuve para combatirla como inoportuna y peligrosa.

Pero yo nunca me he hallado en tal caso; y los que de anexionista me tacharon, en grave error incurrieron. El argumento en que todos se fundaron son las palabras del último párrafo del citado Paralelo; pero en mi réplica al señor Vázquez Queipo (Colección de papeles, t. III pág. 269) expliqué el verdadero sentido de aquel párrafo. Léase con cuidado y en él se verá la gradación que sigo en mis ideas. Lo primero que deseo es que Cuba, libre y justamente gobernada, viva unida a España. Lo segundo, que disuelta esta unión, ora por la madre, ora por la hija, Cuba trate de conservar su nacionalidad, y de constituirse en estado completamente independiente. Lo tercero, que si las circunstancias le fueran tan adversas, que no pueda existir por sí sola, ni salvarse de su total ruina sino arrojándose en los brazos de los Estados Unidos, entonces y solo entonces lo haga como la única tabla a que pueda asirse en su naufragio.

Esto quise yo en 1837, cuando escribí el Paralelo; ¿y al hombre que tal quiso, se le puede tachar de anexionista? Yo no acudí a la anexión sino en un caso extremo, en el caso terrible de que ella y solo ella fuese para Cuba el único salvamento.

Pero esto, y esto cabalmente, fue lo mismo que quise en 1849, cuando repliqué a los anexionistas: «No se crea, empero, por esto (dije yo entonces) que siempre y en todos casos combatiría yo la anexión. Hay uno, al contrario, en que le prestaría todos mis servicios. Si condenados los cubanos por un adverso destino a perder sus fortunas, sus vidas y su nacionalidad, no encontrasen otro medio de salvarse que incorporándose a los Estados Unidos, entonces yo sería el primero que en el duro trance de perderlo todo, los exhortaría a que sacrificasen su nacionalidad y buscasen su salvación en el único puerto donde pudieran encontrarla.»

Tal fue mi lenguaje en 1849, en los momentos mismos de estar combatiendo la anexión; y ¿no cuadra él perfectamente con lo que dije en 1837? Si pues entonces yo fui anexionista, forzoso es que los que de tal me acusaron, también convengan en que lo fui en 1849, porque en ambas épocas expresé la misma idea, según acabo de probar; y si en 1849 no fui anexionista, por identidad de razón tampoco lo fui en 1837.

A que no lo fuese, contribuyó sobremanera lo que vi en Nueva Orleáns en 1832. Hallábame allí de paso para La Habana en circunstancias de hacerse la elección de un diputado para la legislatura de la Luisiana. Dos eran los candidatos: uno, criollo francés, rico, y de las principales familias de aquella ciudad; otro, americano, y de raza anglosajona. La elección fue vivamente disputada; formáronse los campos; las dos nacionalidades estaban frente a frente; ningún americano votaba por el francés; ningún francés por el americano. Agotadas las fuerzas de ambos partidos, triunfó al fin, por un cortísimo número de votos, el candidato francés, que era M. Marigny, suegro del valentísimo habanero don Francisco Sentmanat.

Cuando fui a cumplimentar al electo diputado y a su esposa, ésta me recibió con los ojos arrasados en lágrimas y suspirando: «Ah, M. Saco, me dijo, estos son los últimos esfuerzos del partido francés: ya estamos en las últimas agonías, y dentro de poco seremos devorados por la raza que es ama de nuestro país.»

Estas palabras hicieron en mí una impresión muy profunda; y cuando dejé las márgenes del Mississippi, si bien llevaba en mi pecho la libertad, no me acompañaba por cierto la anexión.

Mis ideas desde entonces permanecieron inalterables en ese punto; y las rarísimas veces que ligeramente hablé de él con algún amigo, ya en Cuba, ya en Europa, siempre fue manifestando mi repugnancia a la anexión. Mucho antes que ella se presentase en toda su fuerza, ya empecé en mis escritos a dar claros indicios de que no era anexionista. En mi Carta sobre el informe fiscal del señor Vázquez Queipo, dije a la página 216 de este tomo, abogando por la colonización: «Con Tejas también se nos infunden alarmas; pero no hay paridad entre lo que allí ha sucedido y la colonización cubana. Tejas era una provincia desierta, casi perdida en los confines de una nación despedazada por las facciones, puesta en contacto con una república poderosa, y con una dilatada e indefensa frontera que no podía contener el torrente de aventureros que pérfidamente se preparaban a precipitarse sobre ella.»

Estas últimas palabras bien dan a entender que yo no era partidario de la anexión. Y cuando desde principios de 1847 traslucí que las cosas iban tomando un carácter alarmante, me aproveché de la primera ocasión que se me presentó para exponer mis ideas con toda claridad, a fin de que todos supiesen cómo pensaba yo. En mi Réplica ... al señor Vázquez Queipo me expresé así:


«Por brillante y seductora que sea la perspectiva de los Estados Unidos, debo confesar con toda la franqueza de mi carácter que no soy de los alucinados ni seducidos. Sin profetizar cuál será el porvenir de la América en el transcurso de los siglos, bien podemos asegurar que, encerrándonos en el horizonte que nos rodea, la anexión o incorporación de Cuba a la República Norteamericana, si no es hoy una cosa imposible, por lo menos va acompañada de gravísimas dificultades. Es de tal importancia la Isla de Cuba, que su posesión daría a los Estados Unidos un poder tan inmenso, que la Inglaterra y la Francia no solo verían muy comprometida la existencia de sus colonias en América, sino que aun sentirían menguar el poderoso influjo que ejercen en otras partes del mundo. Una incorporación forzada produciría una guerra desastrosa entre la república de Washington y la España, Inglaterra y Francia. No es probable que la primera triunfase de las tres últimas; pero aun cuando triunfase, ¿cuál sería la suerte de Cuba convertida en teatro de una lucha sangrienta y desoladora? Nunca olvidemos que si en ella se empeñasen los Estados Unidos, sería por su engrandecimiento territorial y político, mas no por la felicidad de los actuales habitantes de Cuba. Que estos perecieran, con tal que ellos lograsen sus fines: nada, nada importaría, pues Cuba sería repoblada por sus nuevos poseedores. Si la Confederación Norteamericana desea que Cuba se le incorpore, debe abrir negociaciones con España para ver si se la vende; debe también entenderse con Inglaterra y con Francia; y si fuere tan feliz que lograre allanar todas las dificultades, entonces Cuba, tranquila y llena de esperanzas, podrá darle un abrazo. Pero mientras sean otros los medios de que se valga aquella República, Cuba, en las delicadas circunstancias en que se encuentra, debe mantenerse firme en su actual posición, sin dar oído a sugestiones lisonjeras que la conducirían a su ruina.»


He aquí lo que yo escribí en julio de 1847 y he aquí el poderoso motivo que me obligó a combatir la anexión. Para mí era evidente que ella no se podía conseguir, pues la ocasión que se había escogido era de las más importunas. Cuba por sí no tenía fuerzas para realizar sus deseos. Tampoco podía lograrlos con auxilio de los Estados Unidos, sin que éstos entrasen en guerra con España, Inglaterra y Francia. Pero ¿desconoce tanto sus intereses aquella república que se hubiese lanzado a tan desigual y funesta lucha? Nunca lo creí. Declarada la guerra, inmediatamente se hubieran cerrado para los Estados Unidos los tres grandes mercados de Inglaterra, Francia y países españoles. Con la superioridad de las escuadras combinadas de aquellas dos naciones se hubiera puesto un bloqueo riguroso a los puertos de la Unión. Dominados por ellas el estrecho de Gibraltar y el angosto paso del Sund, ningún buque americano hubiera podido entrar en el Mediterráneo, ni en el Báltico, y su bandera hubiera desaparecido de todas las costas que bañan esos dos mares. Arrojadas de Europa las naves americanas, y perseguidas hasta sus últimos escondrijos por los numerosos buques de guerra e infinitos corsarios que cubrirían todas las aguas del globo, el comercio de la república hubiera sido completamente aniquilado.

Ni son estas las únicas desgracias que ella hubiera llorado. Tan terrible situación la hubiera conmovido hasta sus fundamentos, y en el conflicto de todos los partidos, es muy probable que la confederación se hubiera disuelto. Nada importa que un ejército de sus esforzados voluntarios hubiese invadido a Cuba; otros ejércitos enemigos, también valientes, la hubieran defendido; hubierásela bloqueado herméticamente; y cayendo sobre ella con espantoso furor todas las calamidades de la guerra, pronto se hubiera convertido en un montón de ruinas, sin conseguir la anexión.

Desgraciadamente se cometieron tres errores en tan peligrosa cuestión. El primero fue haberse imaginado que con los elementos inconciliables de su población, Cuba podía resistir el terrible embate de una revolución. El segundo, haberse figurado que la inmensa mayoría de los cubanos seguiría la bandera anexionista, arriesgando su fortuna, su vida y sus familias. El tercero, haber creído que la anexión por las armas era un asunto aislado que solo había de decidirse entre España y los Estados Unidos; que éstos romperían lanzas contra todo el mundo, y que la Inglaterra y la Francia, que se hallaban en paz y en perfecta inteligencia, y que tantos intereses tienen que defender en América, hubieran permitido en silencio que aquella república arrancase a Cuba de la corona de Castilla.


(Continues...)

Excerpted from Contra el Anexionismo by José Antonio Saco. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
ORIGEN DEL MOVIMIENTO ANEXIONISTA EN CUBA. ACERCA DE LA ANEXIÓN. MOTIVOS DE SU OPOSICIÓN A ELLA, 9,
CONTRA LA ANEXIÓN LA SITUACIÓN POLÍTICA DE CUBA Y SU REMEDIO, 38,
1. LOS DERECHOS POLÍTICOS QUE SE CONCEDIERON A LAS COLONIAS POR LA CONSTITUCIÓN DE 1812, FUERON LA CAUSA DE LA INDEPENDENCIA DEL CONTINENTE AMERICANO: LUEGO PARA QUE CUBA NO LA CONSIGA DEBE ESTAR PRIVADA DE ELLOS, 42,
2. CUANDO RIGIÓ EN CUBA ESA CONSTITUCIÓN HUBO ALGUNOS DESÓRDENES EN LAS ELECCIONES; LUEGO PARA QUE NO SE REPITAN, CUBA SIEMPRE DEBE SER ESCLAVA, 47,
3. CUBA, BAJO EL GOBIERNO QUE LA RIGE, SE HA ILUSTRADO Y ENRIQUECIDO; LUEGO NO NECESITA LA LIBERTAD POLÍTICA, 48,
4. LAS ANTIGUAS LEYES DE INDIAS SON LA VERDADERA LEGISLACIÓN COLONIAL: MODIFICADAS, SATISFACEN A TODAS LAS NECESIDADES DE CUBA; LUEGO NO DEBEN INTRODUCIRSE EN ELLA NOVEDADES POLÍTICAS, 50,
5. CUBA TIENE MUCHOS ESCLAVOS: LUEGO NO PUEDE GOZAR DE LIBERTAD POLÍTICA, 53,
6. LAS ACTUALES INSTITUCIONES, 55,
LIBROS A LA CARTA, 63,

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