Cuentos completos
«Ignacio era un narrador de raza. Para él, contar historias era una manera de vivir. Contarlas del modo más eficaz y con el lenguaje más bello y expresivo, la meta a la que le conducían su talento, su esfuerzo y su voluntad apasionada de perfección.
Ignacio admiraba profundamente a Stevenson. Y solía contar cómo los indígenas de la isla de Samoa habían grabado un hermoso epitafio en la tumba del escritor: “Aquí yace Tusitala, el narrador de historias”. Luego, Ignacio se quedaba pensativo un instante y añadía: “Así es como me gustaría que me recordaran: Ignacio Aldecoa, el narrador de historias”.
Y sonreía. Porque Ignacio tenía una forma risueña de decir las cosas en las que creía seriamente. Detestaba la solemnidad, rechazaba la pedantería y le gustaba pasar levemente sobre los asuntos graves: la brevedad de la existencia, la inaceptable injusticia de nacer para morir, la muerte misma»
Josefina R. Aldecoa
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Ignacio admiraba profundamente a Stevenson. Y solía contar cómo los indígenas de la isla de Samoa habían grabado un hermoso epitafio en la tumba del escritor: “Aquí yace Tusitala, el narrador de historias”. Luego, Ignacio se quedaba pensativo un instante y añadía: “Así es como me gustaría que me recordaran: Ignacio Aldecoa, el narrador de historias”.
Y sonreía. Porque Ignacio tenía una forma risueña de decir las cosas en las que creía seriamente. Detestaba la solemnidad, rechazaba la pedantería y le gustaba pasar levemente sobre los asuntos graves: la brevedad de la existencia, la inaceptable injusticia de nacer para morir, la muerte misma»
Josefina R. Aldecoa
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«Ignacio era un narrador de raza. Para él, contar historias era una manera de vivir. Contarlas del modo más eficaz y con el lenguaje más bello y expresivo, la meta a la que le conducían su talento, su esfuerzo y su voluntad apasionada de perfección.
Ignacio admiraba profundamente a Stevenson. Y solía contar cómo los indígenas de la isla de Samoa habían grabado un hermoso epitafio en la tumba del escritor: “Aquí yace Tusitala, el narrador de historias”. Luego, Ignacio se quedaba pensativo un instante y añadía: “Así es como me gustaría que me recordaran: Ignacio Aldecoa, el narrador de historias”.
Y sonreía. Porque Ignacio tenía una forma risueña de decir las cosas en las que creía seriamente. Detestaba la solemnidad, rechazaba la pedantería y le gustaba pasar levemente sobre los asuntos graves: la brevedad de la existencia, la inaceptable injusticia de nacer para morir, la muerte misma»
Josefina R. Aldecoa
Ignacio admiraba profundamente a Stevenson. Y solía contar cómo los indígenas de la isla de Samoa habían grabado un hermoso epitafio en la tumba del escritor: “Aquí yace Tusitala, el narrador de historias”. Luego, Ignacio se quedaba pensativo un instante y añadía: “Así es como me gustaría que me recordaran: Ignacio Aldecoa, el narrador de historias”.
Y sonreía. Porque Ignacio tenía una forma risueña de decir las cosas en las que creía seriamente. Detestaba la solemnidad, rechazaba la pedantería y le gustaba pasar levemente sobre los asuntos graves: la brevedad de la existencia, la inaceptable injusticia de nacer para morir, la muerte misma»
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