El bargueño: Separados por más de trescientos años; unidos por un bargueño...

El bargueño: Separados por más de trescientos años; unidos por un bargueño...

by Keila Ochoa Harris
El bargueño: Separados por más de trescientos años; unidos por un bargueño...

El bargueño: Separados por más de trescientos años; unidos por un bargueño...

by Keila Ochoa Harris

eBook

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Overview

Dos hombres, dos mujeres, separados por más de trescientos años, pero con algo en común: sueños rotos y un bargueño.
Gonzalo recibe un mueble antiguo que desea restaurar, pero no es lo único que necesita reparación en su vida. Laura, una profesora de secundaria, trata de ayudar a sus estudiantes, ¿pero quién la ayuda a ella? En el siglo XVII, Francisco Javier, un jesuita, se pregunta si será perdonado por sus pecados, y Magdalena, una huérfana, oculta sus penas en un bargueño. Mientras que la sombra del alcoholismo persigue a unos y otros se encierran en conventos, los siglos XVII y XXI se funden, y cuatro personas intentan hallar propósito en medio de tantos sueños rotos.

Product Details

ISBN-13: 9781418562724
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 03/01/2010
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 320
File size: 867 KB
Language: Spanish

About the Author

Keila Ochoa Harris es autora de nacionalidad mexicana y maestra entregada que ha dado clases de inglés por más de quince años. Ha dictado cursos de escritura en diversas partes del mundo. Para más información ver su blog www.retratosdefamilia.blogspot.com o www.keilaochoaharris.com.

Read an Excerpt

El Bargueño


By Keila Ochoa Harris

Thomas Nelson

Copyright © 2010 Keila Ochoa Harris
All right reserved.

ISBN: 978-1-4185-6272-4


Chapter One

Gonzalo ve aquel mueble de madera, rectangular y sólido como un gabinete. Lo observa con más detenimiento, roza el frente, en el que se perciben algunos grabados. Según lo que su vecino le ha dicho, pertenece al siglo XVII y fue construido en España. ?Y cómo llegó a México? Algún comerciante lo habrá traído.

Don Mario ha intentado venderlo a algunas tiendas de antigüedades, pero el deterioro de la madera desanima a los pocos compradores potenciales. Ahora se muda a Zacatecas a vivir con su hija y pasar allí sus últimos años, así que remata el escritorio, un comedor y un librero. Gonzalo, como su vecino durante años, no necesita más sillas ni mesas, ni libreros con polilla, pero sus ojos vuelven a aquel mueble de antaño.

-Ábrelo -le dice el hombre de casi ochenta años.

Gonzalo, a sus casi sesenta, no siente el peso de la edad, pero lamenta que los dedos de don Mario tiemblen sin control. Algún día, Gonzalo probará las aguas amargas de la vejez, cosa que le preocupa, pero mientras tenga un poco de vigor no meditará en el futuro.

Obedece las órdenes del viejo y tira de la manija de la parte de arriba, no sin antes notar que la caja simula una casa, dado el triángulo en su parte posterior. La madera cruje al abrirse y debe sujetar la tapa que amenaza con desprenderse. Una de las cadenitas que sujetan la tapa se ha zafado.

Por dentro encuentra una obra de arte, descuidada y polvorienta pero que no esconde su antigua belleza. Con algo de imaginación, simula un palacio, ya que presume arcos que podrían pasar por portales, y sobre esos recovecos hay varios cajoncitos para ocultar tesoros. Por algún motivo piensa en Delia, su hija, y su obsesión por los cuentos de hadas desde niña. Cada Navidad había pedido un palacio, pero Gonzalo solo le consiguió una sencilla casa de muñecas.

-?Lo quiere? -indaga don Mario, con un dejo de impaciencia. Mira el reloj de pared y Gonzalo se sacude las manos en el pantalón. El polvo en el mueble le pica la nariz.

-?Cuánto pide por él?

-Es un regalo. Ni que muchos quisieran un mueble tan inservible.

Gonzalo asiente con una media sonrisa. Ignora el por qué, pero la emoción hierve en su pecho.

Esa noche, investiga por Internet. Lee que en el Siglo de Oro español los bargueños se habían instaurado como un elemento esencial en los hogares pudientes. Fungía como escritorio, lo que Gonzalo adivinó al analizar la firmeza de la tapa. Además su procedencia árabe se delinea en su finura. Gonzalo se acaricia la barba mientras se pregunta si Miguel de Cervantes y Saavedra habrá poseído un bargueño. ?Lo usaría para escribir <<El Quijote>>? Y ?qué hará con el mueble? Halla una página web donde se sugieren formas para sanar la madera, y anota en un trozo de papel los instrumentos que debe conseguir: bisturí, paletina, brocha limpiadora, lijadora y masilla reparadora.

?Cuánto tiempo le llevará restaurarlo? ?Acaso importa? Lo convertirá en su proyecto, pues buena falta le hace un poco de motivación.

* * *

-En el siglo XVII una solterona tenía como opción el convento -recita Laura.

-?Y hoy? -pregunta uno de sus alumnos.

-Una se vuelve maestra -suspira.

Sus treinta y tantos estudiantes lanzan tenues carcajadas que Laura extingue con una mirada severa. Los chicos continúan escribiendo mientras Laura enumera las características del período virreinal en México, su época preferida. Mientras habla, camina por el salón de clases y capta su reflejo en una de las ventanas. ?Adivinarán sus alumnos que ya tiene cuarenta años? Viste un traje sastre de color rojo para darle vida a su aspecto. Se recoge el cabello, y su falta de canas, gracias al tinte castaño, oculta su edad. Quizá sus manos no lo consigan pero por eso cuida sus uñas y baña su piel con crema suavizante.

El timbre repica y los alumnos cierran sus libretas. Laura grita la tarea que casi ninguno apunta, y que seguramente la mitad olvidará hacer. Con el receso que se inicia la tropa de chicos se desbanda y Laura se queda sola en el salón de clases. Recoge sus apuntes que guarda en su cartera. Enseñar a los de tercero de secundaria difiere mucho de los de segundo o de primero. Los tres grados poseen sus propias complicaciones, pero ella ha aprendido a comprenderlas y a diferenciarlas.

Al bajar las escaleras y cruzar el patio analiza a los de primero, chicos entre doce y trece años, verdes e infantiles, características que los hace perezosos e irresponsables, sin olvidar que algunos ni siquiera leen bien. Los de segundo fanfarronean y se sienten superiores solo por portar otro color de suéter, pero abusan de su autoconfianza y por eso reprueban o sacan malas calificaciones que les pesarán más adelante. Los de tercero, entre quince y dieciséis años, se dividen en dos bandos: los amenazados con perder el año y los que empiezan a soñar con la preparatoria.

Laura prefiere a los de tercero porque conversan más y defienden sus posturas pero, sobre todo, porque a ellos les enseña Historia de México, su verdadera pasión. Suele apresurarse en el primer bloque, en el que someramente delinea las culturas prehispánicas y envía a sus alumnos al Museo de Antropología e Historia para que se empapen de lo más esencial, y luego se detiene con holgura en su período preferido: la Colonia. Allí puede hablar de la arquitectura barroca y de las órdenes religiosas. Organiza una salida al Museo del Virreinato o al centro de la ciudad para contemplar los edificios de la época. Recita a Sor Juana Inés de la Cruz mejor que a la Biblia y canta algunas coplas de la época mejor que el Himno de las Secundarias Técnicas. Comparte con sus alumnos su apreciación sobre las castas y el mestizaje y, cuando menos se da cuenta, ya debe proseguir a la Era Independiente del país y sus ojos se hacen opacos una vez más.

-Usted debió ser monja -le dijo un alumno un mes atrás.

Laura trató de no hacerse la ofendida, pero recordó que los alumnos la apodaban así. No le preocupa gran cosa ya que otros maestros la pasan peor. Están el Ogro, el Frijol y la Ballena. Así que supone que el sobrenombre de Monja no alude a ningún atributo físico o de personalidad, sino a su pasión por el Virreinato.

Entra a la sala de maestros donde algunos se preparan café y otros comentan las noticias. Se pregunta si sus colegas también la considerarán una <<monja>>. Quizá lo hacen, pues Laura no es casada ni tiene novio. Rechazó la propuesta indecorosa del subdirector Mancera, y no le ha hecho caso al profesor de Química, un viudo reciente que ahora sale con una de las secretarias. Lleva ya siete años enseñando en esa secundaria, lo que la convierte, a ojos de los alumnos, en un <<dinosaurio>> o parte del mobiliario, pero trata de no inmutarse ni contrariarse.

Llena su taza con agua caliente y se prepara un café bien cargado. El olor la extasía como de costumbre y se sale a un jardincito para disfrutar su bebida. Coloca una silla de plástico bajo la sombra de un árbol y sorbe con lentitud mientras escucha los gritos de los estudiantes en un partido de fútbol. Luego contempla las rejas azules que delimitan la escuela y repasa la conversación de unos minutos atrás.

En el siglo XVII, una mujer sola como ella habría entrado a un convento para escapar de la vergüenza social o para no morir sola. En el siglo XXI, concluye que también hay rejas que resguardan a las almas heridas, pero son más seculares e impersonales.

<<Si yo hubiera vivido en el siglo XVII, ?habría sido monja?>> se pregunta en voz alta.

Supone que sí.

* * *

Gonzalo observa la pantalla del teléfono. El identificador de llamadas muestra el nombre de su ex-esposa. ?Para qué lo buscará? Solo lo hace para quejarse sobre algún desperfecto en su casa o para reclamarle el haber olvidado el cumpleaños de alguno de sus hijos. Antes de responder, Gonzalo contempla el calendario sobre la repisa. Ni Adrián ni Julio ni Delia cumplen años ese mes. Evalúa la posibilidad de no contestar. Puede inventar que salió al supermercado, pero ?le creerá? Rosario, a pesar de vivir al otro extremo de la ciudad, percibe la verdad de un modo sobrenatural. En ocasiones como esa, Gonzalo echa de menos su trabajo en la compañía donde la secretaria solía excusarlo con pequeñas mentiras.

Levanta el auricular.

-Tardaste años! -le reclama Rosario.

Su voz suena aguda; una mala señal.

-?Qué pasa?

-Que ya no puedo más. Ven por Delia cuanto antes.

-?Delia? ?Y qué hay con ella?

-Pues que es una borracha y así no la quiero junto a mí.

Gonzalo se sienta para no irse de espaldas y escucha la historia que su mujer le relata. ?Se estarán refiriendo a la misma persona? ?A Delia, su niña de cabello dorado y ojos color miel? ?Esa niñita que se sentaba sobre sus rodillas para ver televisión o plantarle un beso en la barbilla? ?Esa jovencita que lo convenció por primera y última vez de rasurarse el bigote para acudir a su graduación de preparatoria? Rosario la describe como una mujer desvergonzada y descuidada, pero él la recuerda bien vestida y oliendo a ese perfume de cítricos que tanto la favorece.

Según Rosario, Delia llegó a la casa en un estado de ebriedad vergonzoso. A Rosario le preocupa lo que las vecinas piensen de ella.

-No es la primera vez, Gonzalo. Esto ocurre con más frecuencia cada semana y, francamente, ya no sé que hacer.

Gonzalo percibe unos sollozos y traga saliva. Rosario llorando! Pocas veces, desde el divorcio, ha visto a su mujer descompuesta. Antes de firmar los papeles, Rosario usó las lágrimas como un arma mortal, pero una vez que cada quien tomó una dirección opuesta, rara vez la vio tambalearse. Le ruega que se tranquilice, pero Rosario, ahogada por el llanto, continúa incapaz de formular una frase coherente. Gonzalo comprende que su ex-mujer no exagera, o que si lo hace, la situación le pesa y está perdiendo la perspectiva.

Mientras su mujer balbucea palabras desconectadas entre las que distingue alcohol, tragedia y rebeldía, medita en sus dos hijos mayores. Adrián vive en el norte del país y trabaja como director de una clínica donde prospera económicamente. Su esposa le simpatiza y sus dos nietos se le figuraban normales, aunque poco lidia con ellos. Julio, recién casado, se apretuja en un departamento de dos por dos con su mujer, una chaparrita parlanchina, pero agradable. ?Y qué de Delia? Delia ha sufrido más que los dos varones, aunque recibió más que sus hermanos.

Cursó en escuelas privadas desde el jardín de niños. Se graduó de licenciada en Informática en una universidad de renombre. No tuvo que trabajar y estudiar al mismo tiempo, como el pobre de Adrián que durmió pocas horas entre la escuela y su empleo como oficinista en el Seguro Social, o como Julio quien fue mesero durante años en un restaurante italiano para pagarse la colegiatura en su carrera de abogado.

-Entonces, ?vendrás por ella? -insiste Rosario.

Su ex-mujer vive en el sur de la ciudad. ?Y qué del tráfico? Por otra parte, Gonzalo no lleva ni un mes de jubilado, y apenas comienza a disfrutar su soltería: no levantarse temprano, no usar corbata, no lidiar con el reloj. Si bien se aburrió los primeros días y se preocupó por esa sensación de inutilidad, no por eso desea perder su libertad. Además, ?qué hará con Delia?

-Por lo menos estará lejos de ciertas amistades y no recordará a cierta persona -enfatiza Rosario.

Su ex-mujer tiene razón.

-Está bien. A las siete.

-Estará lista con todo y maleta.

Gonzalo no lo duda, pero antes cenará algo pues Rosario ni siquiera le invitará un café; no lo ha hecho desde el divorcio, muchos años atrás.

* * *

A Laura le gusta su departamento. Pequeño, cálido y con su sello distintivo. Libros de Historia en el librero, un escritorio con su computadora portátil, una cocina bien equipada, aunque poco ostentosa, donde se prepara unas deliciosas ensaladas que solo ella prueba. Su recámara tiene una cama matrimonial y un buró con espejo. Se está preguntando si debe cambiar la alfombra por un piso laminado, cuando suena el teléfono. Su hermana la saluda con efusividad.

Laura se pone a batir unos huevos, mientras escucha a Julia comentar su gran idea. En unos días, su hija mayor dará a luz. Julia será abuela por primera vez! Será el primer nieto de la familia, pues son solo dos hermanas, Julia y Laura, mellizas, y para celebrar tan grande ocasión, piensa organizar una fiesta.

-Invitaré a los tíos, a los primos y a sus familias, y no puedes faltar tú!

Laura no ha pisado su ciudad natal durante los últimos siete años. Han celebrado Navidad y Año Nuevo en puntos intermedios, o Laura simplemente ha prescindido de dichas reuniones sociales por sanidad mental. No quiere saber nada de Orizaba ya que le trae malos recuerdos.

-?Vendrás?

Un escalofrío recorre su espalda. Le ha tomado años recuperar la confianza de Julia y de su madre. Ha luchado mucho para ganarse la aceptación de sus tíos y sus primos, aunque todavía no vislumbra una victoria final pues siempre hay rumores e insinuaciones que la hieren, pero ?por qué huir? No puede pasar el resto de su vida evitando la ciudad.

-?Cuándo será?

Julia menciona el siguiente fin de semana que incluye el lunes como día feriado. Laura trata de inventar una excusa o encontrar un compromiso prioritario, pero su mente no rasca un solo pretexto, así que accede sin mucho ánimo.

-Qué buena noticia! Mamá se alegrará. Gracias, Laurita. Te quiero.

Laura saborea las últimas dos palabras. ?Julia la quiere? Marca en su calendario la fecha, luego se apresura con la merienda. Debe redactar los exámenes del día siguiente.

* * *

Gonzalo detiene el auto frente a la casa donde viven Rosario y su hija. Le hace falta una buena pintada a los muros, pero él ya no se encarga del mantenimiento. Aguarda con el radio encendido. Ninguna novedad, aunque el locutor habla de las noticias como si se tratara de asuntos trascendentales. Repite lo mismo de siempre: las mentiras que el presidente recita para levantar la moral social, las extravagancias de ciertos personajes del mundo de la farándula y la patética exhibición del equipo de fútbol nacional. Gonzalo tamborilea el volante con los dedos de la mano derecha. Debería estar resanando el bargueño y no recogiendo a Delia como si tuviera otra vez cinco años y la hubieran suspendido de la escuela.

Rosario aparece con una mascada en la cabeza. No se ha maquillado, algo inaudito en ella, ni se ha puesto más que unos pantalones oscuros y viejos, con una blusa una talla mayor que no combina con sus zapatos. Delia viene detrás con unos lentes oscuros que le cubren casi toda la cara -y el cielo ya comienza a oscurecer- unos pantalones de mezclilla y una sudadera.

Gonzalo se baja como una flecha y abre la cajuela para depositar la petaca con la ropa de Delia. Le abre la puerta delantera y Delia ocupa el asiento del copiloto. Gonzalo la cierra y encara a Rosario.

-?Y ahora qué?

-No lo sé. Supongo que debemos enviarla a Alcohólicos Anónimos o a una clínica, pero ella insiste en que está bien.

Los ojos de Rosario se humedecen. Con esa pañoleta cubriendo su cabello teñido, luce todos sus cincuenta y cinco años, los que ella intenta, por todos los medios, disimular.

-?Y crees que a mí me hará caso?

Después del divorcio, Rosario resultó la ganadora, la madre ejemplar que sacó adelante a sus tres hijos. Gonzalo pagó las escuelas y la gasolina de la camioneta que Rosario condujo hasta unos años atrás en que prefirió un auto compacto. A ojos de sus hijos, Gonzalo no se preocupa por ellos. Y aún cuando no se ha vuelto a casar, aunque tuvo una novia por un par de años, sus hijos solo lo buscan para invitarlo a bodas y graduaciones, o para pedirle dinero.

-Por lo menos estará lejos de aquí -le dice Rosario, con impaciencia-. Ya no soporto sus llegadas de madrugada y ese olor nauseabundo. Solo te pido unas semanas. Necesito descansar.

Gonzalo se despide y arranca el auto. Le hace tres preguntas a Delia que ella contesta con una casi imperceptible inclinación de cabeza, así que se concentra en un programa deportivo que le llega por la radio del auto. Aún así, no consigue olvidar que su niña viene a su lado y anda metida en problemas. Su niña! Delia tiene veintiocho años. Pero supone que Rosario exagera con el tema del alcoholismo. ?Que no entiende que su hija ha pasado por un trauma que no se supera de la noche a la mañana?

(Continues...)



Excerpted from El Bargueño by Keila Ochoa Harris Copyright © 2010 by Keila Ochoa Harris. Excerpted by permission.
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