Vida del padre Baltasar Álvarez
Este libro es una biografía reflexiva con un estilo propio del siglo XVI concentrada en la ascesis cristiana y en los esfuerzos de martirio y purgación del padre Baltasar Álvarez.
Resulta un testimonio de primera mano, de enorme interés para quienes estudien los principios del cuidado del espíritu en la historia de las religiones. Escrito en un momento de expansión de la Compañía de Jesús, a la que perteneció el Padre Baltasar, es un texto recuperado por Linkgua en esta edición a la carta.
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Vida del padre Baltasar Álvarez
Este libro es una biografía reflexiva con un estilo propio del siglo XVI concentrada en la ascesis cristiana y en los esfuerzos de martirio y purgación del padre Baltasar Álvarez.
Resulta un testimonio de primera mano, de enorme interés para quienes estudien los principios del cuidado del espíritu en la historia de las religiones. Escrito en un momento de expansión de la Compañía de Jesús, a la que perteneció el Padre Baltasar, es un texto recuperado por Linkgua en esta edición a la carta.
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by Luis de la Puente
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Este libro es una biografía reflexiva con un estilo propio del siglo XVI concentrada en la ascesis cristiana y en los esfuerzos de martirio y purgación del padre Baltasar Álvarez.
Resulta un testimonio de primera mano, de enorme interés para quienes estudien los principios del cuidado del espíritu en la historia de las religiones. Escrito en un momento de expansión de la Compañía de Jesús, a la que perteneció el Padre Baltasar, es un texto recuperado por Linkgua en esta edición a la carta.

Product Details

ISBN-13: 9788498979855
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Religión , #51
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 462
File size: 1 MB
Language: Spanish

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Luis de la Puente

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Vida del Padre Baltasar Álvarez


By Luis de la Puente

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-985-5


CHAPTER 1

Del nacimiento y crianza del Padre Baltasar; de su entrada en la Compañía, noviciado y estudios

El Padre Baltasar Álvarez fue natural de la villa de Cervera, obispado de Calahorra, adonde nació el año de 1533, de padres nobles. Su padre se llamó Antonio Álvarez, y su madre Catalina Manrique. Fue muy bien inclinado desde niño, dando muestras en la niñez de la devoción que había de tener cuando grande; porque sus ordinarios entretenimientos eran hacer cruces, altares y procesiones. Criáronle sus padres cristianamente, haciéndole aprender las primeras letras y el latín en su mismo pueblo; en el cual como hubiese aprovechado bien, lo enviaron a la Universidad de Alcalá, donde oyó las Artes, y se graduó de Maestro, y prosiguió oyendo dos años de Teología, con mucho provecho suyo.

En este tiempo le iba nuestro Señor aficionando y labrando en la virtud, conforme a lo que dél se quería servir; y como era inclinado a devoción y recogimiento, deparóle Dios compañeros y personas recogidas que lo ayudasen para ello; porque, como dijo Salomón, el que se acompaña con sabios, será sabio, y el que anda con recogidos y devotos, será como ellos; lo cual experimentan mucho más los mozos, a quien por su tierna edad se pegan fácilmente las palabras y costumbres de los amigos con quien tratan; y cuando son bien inclinados, juntándose con buenos se perfeccionan mucho en sus buenas inclinaciones. Y así nuestro devoto mancebo, y en especial desde el año 1551, por la comunicación que tuvo con un siervo de Dios, comenzó a tomar dos ratos de tiempo: uno a la mañana, en levantándose, y otro a la noche, en que recorría su conciencia y meditaba algunas cosas que Dios le daba a sentir. Y como hallase gusto en esto, vino después a tomar costumbre de añadir otros ratos entre día para orar, con que se acrecentaba el gusto y el provecho; y el mismo hallaba en leer buenos libros y tener buenas y santas conversaciones.

Por medio destos ejercicios le dio nuestro Señor, cuatro años antes de entrar en la Compañía, un encendido deseo de dejar el mundo y seguir los consejos de Cristo nuestro Salvador. Porque mirando su vida pasada cuán astrosa había sido, como él decía, y cuán ingrato a quien tanto bien le había hecho, parecíale que para servir a Dios de veras y mirar por la salvación de su alma le convenía tomar estado de religión, adonde se alcanza esto con mayor seguridad y perfección. Pero entibiábale en este buen propósito un continuo pensamiento que le combatía, acordándose que sus padres gastaban con él mucho en los estudios, y no era bien desampararlos en la vejez: especialmente, que en las cartas que le escribían le mandaban se encargase de dos hermanas pequeñas que tenía, porque si ellos morían no tenían otro padre sino a él. Y como tenía gran respeto a sus padres, hacían gran fuerza en su corazón estas razones, y traíanle muy perplejo. Y no es de maravillar, porque, como pondera San Gregorio, los nervios de Behemot se llaman perplejos; y cuando Satanás ve que alguno es llamado de Dios para Religión, procura tentarle, oscurecerle y enredarle con razones que tengan color de piedad, para que no sepa a cuál espíritu debe obedecer, al que lo llama o al que lo retira. Pero no desamparó la luz del cielo a este justo, con la cual salió de su perplejidad y prevalecieron las razones de Dios, deshaciendo las de sus padres carnales, dándole confianza de que su Divina Majestad, como padre de huérfanos, miraría por sus hermanas y las pondría en estado, como lo hizo muy a gusto de todos.

No estaba entonces resuelto qué religión había de tomar, aunque estaba muy inclinado a la Cartuja, por parecerle más conforme a la inclinación que tenía de recogimiento y penitencia. Comunicó estos deseos, nueve meses antes de entrar en la Compañía, con algunas personas doctas, con quien solía tratar, y en especial con un deudo suyo muy siervo de Dios, que después fue canónigo de la Magistral en la santa iglesia de Calahorra. El cual, habiendo encomendado este negocio a Dios, le respondió que, si tenía deseos de dejar el mundo, se entrase en la Compañía de Jesús, la cual, como Religión nueva, florecía en grande santidad y fervor de espíritu. Cuadróle tanto esta razón, que luego se resolvió a ser de la Compañía, quedando toda su vida muy agradecido al que le dio tan acertado consejo. De modo que después de muchos años, yendo camino, rodeó una vez diez leguas solo por ir a dar las gracias al que había sido instrumento de Dios para este bien que le había hecho.

Pero no es razón pasar en silencio otra causa desta vocación, que, a mi parecer, fue la más principal, aunque por entonces estaba encubierta. Deseaba este fervoroso mancebo la sagrada Religión de la Cartuja, por estarse, como dice Jeremías, sentado en la soledad y levantarse a sí sobre sí, escogiendo la parte de María, que es mejor que la de Marta, y ocupándose totalmente en la vida contemplativa, que es más excelente que la activa. Pero nuestro Señor Dios (cuya providencia es admirable en el repartimiento de las vocaciones para diversas Religiones y para varios oficios dentro dellas) lo tenía escogido para la vida compuesta de entrambas, que es mejor que cada parte por sí sola, empleándose, a imitación de nuestro soberano Maestro y Redentor y de sus Apóstoles, en la contemplación de los divinos misterios, de tal manera, que della sacase luz, caudal y esfuerzo para lo mejor de la vida activa, atendiendo a la salvación de las almas; saliendo, como dice San Bernardo, de la contemplación a la acción, y volviendo de la acción a la contemplación. Y éste fue, a mi parecer, el principal motivo que tuvo la Divina Majestad en llamar a este Padre y aficionarle a la Compañía de Jesús, cuya propia profesión es atender no solo a la salvación y perfección de sí mismos, sino también a la salvación y perfección de los prójimos, tomando por medio para conseguir entrambos fines la oración y contemplación, y los demás ejercicios espirituales.

Tomada, pues, esta resolución, pidió luego, sin más dilación, ser admitido en la Compañía, porque la gracia del Espíritu Santo, como dijo San Ambrosio, es enemiga de todo lo que es tardanza; y cuando es conocido ser de Dios el llamamiento ha de ser obedecido con tanta presteza y puntualidad, que, como dice San Crisóstomo, no nos detengamos ni un solo momento, de tiempo; al modo que San Pedro y San Andrés, y los dos hijos del Zebedeo, en oyendo la vocación de Cristo nuestro Señor, al punto dejaron las redes y su padre y lo siguieron. Con esta presteza procuró su entrada en la Compañía, y fue recibido en nuestro colegio de Alcalá, que es uno de los principales seminarios de nuestra Religión en España, proveyéndola de muchos y muy esclarecidos sujetos, que con su espíritu, virtud y letras la han ilustrado. Entró el año 1555, a los veintidós años de su edad, quince años después que se confirmó la Compañía, en la misma edad que San Bernardo entró en la nueva Orden del Císter, otros quince años después que fue fundada. Y no sin algún misterio de la divina Providencia entró a los 3 de mayo, día de la Invención de la Santa Cruz, y como pronóstico del amor con que había de abrazarla y descubrir a muchos los ricos tesoros que están escondidos en ella.

Enviáronle luego los superiores a la villa de Simancas, donde estaba el Noviciado de toda la provincia, que abrazaba entonces las dos que ahora llamamos de Castilla y Toledo. Era muy extraordinario el fervor de los novicios que allí se juntaban de tan varias partes; porque el Espíritu Santo los llenaba del mosto o vino nuevo del espíritu propio desta nueva Religión que había plantado en la Iglesia. Halló nuestro novicio, por experiencia, ser verdadera la razón que su pariente le había dicho; y acordándose siempre de ella, procuró llevar adelante el fervoroso espíritu de sus primeros Padres, que tan vivo estaba en sus hijos, para que no se envejeciese ni entibiase por su culpa. Y animado con el ejemplo de compañeros tan fervorosos, comenzó a señalarse mucho entre ellos, esmerándose en procurar la excelencia de la mortificación, penitencia y oración, y otras insignes virtudes, que resplandecieron en él por todo el discurso de su vida, como luego veremos. Porque desde entonces comenzó a caminar por la senda estrecha de la perfección, con el paso apresurado y fervoroso que fue continuando hasta la muerte. Y así solía él decir después a los novicios (como yo siendo novicio se lo oí en una plática): «Mirad cómo vivís ahora, porque de ley ordinaria, al paso que camináredes en la probación caminaréis el resto de la vida. Si en el noviciado sois tibios, y descuidados en vuestro aprovechamiento, siempre os quedaréis tibios e inmortificados; mas si camináis con fervor de espíritu, quedaréis bien acostumbrados para proseguir del mismo modo». Esta verdad, aunque es proverbio muy antiguo, aprobado del Espíritu Santo, que dice: El mancebo seguirá en la vejez el camino por donde fue en la mocedad; pero él también la sacó, como otras, del libro de su propia experiencia, acordándose del fervor que nuestro Señor le había comunicado en su noviciado, en el cual lo ayudó mucho el Padre Bartolomé de Bustamante, que hacía oficio de maestro de novicios. Porque como conoció el caudal del sujeto, probábale y labrábale, como aconseja San Juan Clímaco, con diversas mortificaciones y penitencias, para darle ocasión de crecer más en las virtudes, poniéndose él con mucha humildad en sus manos, como el hierro que sale de la fragua está en las del herrero, para que lo doblegase y labrase a su voluntad, hasta que se imprimiese en su corazón la forma de la perfección evangélica. Y así solía él decir que el Padre Bustamante había hecho grande bien a su alma. Porque no es creíble lo mucho que ayuda la diligencia del santo y diestro maestro para que el novicio salga muy aventajado; y como Dios nuestro Señor labraba a este Padre para ser maestro de novicios y guía de muchas almas, quiso que experimentase el bien que les venía por topar buenas guías.

En este tiempo solían acudir a Simancas el Padre Francisco de Borja y el Padre Antonio de Araoz, que eran como dos ojos de la Compañía en España; y encomendaban los superiores al Hermano Baltasar que los sirviese, para que con el olor de su modestia y fervor los edificase, y él quedase aprovechado con la luz que de tales lumbreras recibiese, especialmente del Padre Francisco de Borja, que se le aficionó mucho, por verle tan fervoroso y tan devoto. Pero no le duró mucho tiempo el recogimiento de Simancas; porque faltando en un colegio de los cercanos quien hiciese la cocina, lo enviaron a que hiciese el oficio de cocinero, como quien tan aficionado se mostraba a oficios humildes; y hizo tan de veras éste por algunos meses, como si toda su vida se hubiera de ocupar en él, descuidando totalmente de sí y de sus cosas, cuidando solamente de agradar a solo Dios, en cuya casa (como él decía) no hay oficio bajo, ni ocupación que no se pueda tener por muy honrosa, remitiendo el tiempo que ha de durar a la providencia de nuestro Señor, por medio de los Superiores.

Los cuales, como lo vieron tan aprovechado, lo sacaron del noviciado al fin del mismo año, para proseguir sus estudios. Porque, aunque es verdad que en la Compañía hay dos años de probación para los novicios, mas entonces, como estaba en sus principios y tenía tan pocos sujetos, abreviábase este tiempo, y nuestro Señor ayudaba con su gracia para suplir esta falta, haciendo, con el mucho fervor del espíritu, en pocos meses, lo que ahora se alcanza en dos años. Cuánto más que, en medio de los estudios, conservaban el fervor y devoción de novicios, orando y trabajando como si no fueran estudiantes, y estudiando como si no fueran novicios. Y desta manera, con particular ayuda de nuestro Señor, salieron en aquel tiempo algunos varones no menos aventajados en el espíritu y santidad que en las ciencias divinas y humanas.

Enviáronle, pues, a Burgos a rehacerse en las Artes que había oído en Alcalá; en lo cual estuvo poco, porque las había estudiado con curiosidad, y así a pocos días, el año de 1556, lo enviaron al colegio de Ávila para que acabase de oír los dos años de Teología que le faltaban en el convento de Santo Tomás, de los Padres Dominicos. Porque como entonces la Compañía no tenía maestros hechos, iban los Hermanos estudiantes a oír la Teología a las Universidades de Salamanca y Alcalá, o a los colegios o conventos que la Sagrada Religión de Santo Domingo tenía en Valladolid y Ávila, por leerse allí con la excelencia, puntualidad y curiosidad que todo el mundo sabe. Estudió sus dos años con mezcla de muchas ocupaciones, por ser recién fundado el colegio de Ávila y ser forzoso acudir a muchas cosas que faltaban en tales tiempos, y más en casas tan pobres. Pero con todo eso aprovechó bien en los estudios y salió de los buenos estudiantes de su tiempo. Y aunque no fue muy señalado en la Teología escolástica, pero suplió esta falta con la eminencia que tuvo en la mística, alcanzando de nuestro Señor, como después veremos, con la oración, lo que otros ganan con mucho estudio. De modo que con mucha suficiencia pudo ejercitar todos los oficios y ministerios que le encargaron, como fueron de Confesor, Maestro de novicios, Rector, Provincial y Visitador, gobernando y enderezando toda suerte de personas seglares y religiosas de la Compañía y fuera della, platicando y hablando en común y en particular de las cosas espirituales; todo con tanta excelencia, que puede ser dechado de perfección a todos los que hicieren semejantes oficios.

Porque este santo varón, desde el punto de su primera vocación, tuvo muy impreso en su alma aquel consejo que San Bernardo dio a los monjes del monte de Dios, diciéndoles que a todos, en cualquier grado y estado que tengan en la Religión, se les pide que sean perfectos; al novicio, que sea perfecto novicio; al estudiante, que sea perfecto estudiante; al obrero, que sea perfecto obrero; al que comienza, que comience con perfección; al que aprovecha, que sea perfecto en aprovechar; y al que está en grado de perfecto, que no pare, sino que, como dice San Pablo, siempre vaya adelante y procure ser más pertecto. De suerte que, cuando principiante, tenga perfectamente todas las virtudes en el grado que convienen a estado de principiante; y como va creciendo, las vaya teniendo todas en grado más perfecto. Y porque el Padre Baltasar caminó siempre a este modo, me ha parecido de tal manera seguir el orden de la historia por sus años, que contando sus virtudes, juntamente vaya poniendo el aumento y perfección dellas, aunque haya sido en tiempos diversos.

CHAPTER 2

De la inclinación grande que tuvo desde novicio a la oración y trato familiar con Dios nuestro Señor, y de las diligencias que hizo para alcanzarle con excelencia

Entre las muchas señales y prendas que hay en esta vida de que nuestro Señor tiene escogido a alguno para muy altos grados de santidad y para empresas muy grandiosas de su servicio, una muy principal es concederle el soberano don de la oración con eminencia y admitirle al trato familiar con Su Divina Majestad. Porque la oración, como dice San Gregorio, es medio muy universal y eficaz para la ejecución de las cosas que tiene trazadas en su eterna predestinación; y cuando pone este medio con excelencia, es señal que pretende algún grande fin de su divina gloria. Y demás desto, la oración, como enseña San Crisóstomo, por mil caminos y modos maravillosos engendra una vida pura y santa, digna del Dios a quien sirve. No puede sufrir morar en casa pobre, vacía y mal aliñada, sino luego la compone y llena de gloriosos ejercicios, de copiosos merecimientos y de dones soberanos. Cría un ánimo generoso y un pecho nobilísimo, que no se abate a culpas, aunque sean ligeras, ni a niñerías de la tierra, ni a conversar vanamente con los mundanos, ni a dar entrada a los demonios, porque del trato y conversación familiar con Dios viene tal grandeza de corazón a los que lo tratan, que tienen por basura cuanto hay en el mundo, y por bajeza envilecerse a admitir las persuasiones de los espíritus malignos, o hacer alguna cosa que sea indigna de la presencia de su Dios. Y asimismo da un ánimo superior a los trabajos y tribulaciones desta vida y a la misma muerte, sin que nada desto sea parte para quitarles la santa libertad de espíritu y la pureza del corazón que les comunica el trato familiar con su Criador, en cuya virtud se tienen por fuertes y poderosos para vencer a sus enemigos y hacer obras muy gloriosas. Todo esto es de San Crisóstomo; de lo cual infiere, que el cuidado de la oración es indicio de la virtud y aprovechamiento interior. Si veo, dice, a un cristiano o religioso tibio en orar, y que hace dello poco caso, luego conjeturo que tiene poca virtud y pocos dones de Dios en el alma; mas si lo veo muy cuidadoso de la oración, luego entiendo que está lleno de dones celestiales. Porque si el que trata con sabios es sabio, quien trata familiarmente con Dios, ¿qué sabiduría tendrá y qué riquezas espirituales alcanzará? Finalmente, como dice San Buenaventura, la oración es un medio omnipotente para librarnos de todos los males y acarrearnos todos los bienes, solicitando a la Divina omnipotencia para que venga siempre en nuestra ayuda.


(Continues...)

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